XXXV. Incomprensión de un corazón malherido

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El viento me golpea el rostro,
miro a un lado
y después al otro,
no hay nadie
pero sí un pozo.

Me acerco poco a poco,
no sé qué hay al fondo,
está oscuro
y me eriza la piel,
un escalofrío me recorre,
me hace estremecer.

Me doy la vuelta
pero en un tropiezo,
caigo y se pierde mi aliento.

Siento la profundidad
aferrándose,
la confusión
angustiarme,
es hondo
y el sudor se esparce.

Mis lágrimas brotan,
chillo y me agito,
¿cuándo acabará este martirio?
Cierro los ojos
pero al abrirlos,
miles de recuerdos
rasgan las paredes.

Mi estómago se contrae,
mi corazón explota
y mi pecho se agujerea
¿aún me acuerdo
de aquello que me sabotea?
¿No tenía amnesia?

Impacto contra el suelo,
el polvo se alza
regodeándose
y mi torso arde,
toso intentando no alterarme
recogiendo mis pocos huesos
y pensamientos,
entre ademanes.

—¿Por qué querías verme?
Llevo observándote
desde que usabas pañales
¿por qué ahora no paras
de reclamarme,
qué es aquello que ha cambiado?
Pensé que nuestra relación
era una estupenda
sin rencor.

Alzo la cabeza lentamente,
mi mirada se cruza con la suya,
aquella tan altanera
y fingida
como si en verdad le importase.

—Si todo lo sabes,
deberías adivinarlo
¿en qué momento
dejé de ser humana
y me convertí en un misterio?

Él se levanta
con el ceño fruncido,
parece enfadado
pero es puro teatro.

—No juguemos al perro y al gato
saldrás perdiendo
yo todo lo controlo,
soy el dueño de tus respiraciones,
de tus pulsaciones,
yo sé lo que sucede en tu mente
pero te estoy otorgando
la oportunidad de lamentarte.

Enarco las cejas,
a avanzado hacia mí
y me escruta
como un ciervo ensangrentado,
¿de verdad lo sabe?

Recorro su silueta
con mi crítica y escéptica mirada,
es un hombre imponente,
intimidante y con engranajes
rodeando su abdomen
además de un reloj enorme
en su brazo grande.

—¿Por qué me lamentaría
o lloraría?
¿Tú no nos enseñas
a ser almas guerreras,
a correr de aquí para allá,
a corregir nuestras arrugas,
a aceptar nuestra muerte?

—Solo os pongo un límite,
no es culpa mía
que la desaprovechéis,
yo seré dueño del tiempo
pero vosotros de vuestras acciones,
no tienes derecho a reprocharme.

—¡Tú les robas su vida,
su felicidad!
No tienes piedad,
¿crees que puedes
hacer lo que quieras
y acostarte como si nada?
¿No tienes remordimientos?
¿No te duele el pecho?

—Soy justo,
sé que me odiáis,
sé que ahora soy tu peor enemigo,
que no querrás hablar conmigo,
pero si os diese un tiempo indefinido,
no valoraríais ni la mitad
de lo que tanto lloráis
como cuando se os muere
un ser querido,
pensáis en aprovechar al máximo
con los que todavía respiran
o como cuando os aburrís
buscáis la manera
de entreteneros con los vuestros.

Mi garganta escuece
y comienzo a esputar
mi dolor, mis engaños...

Él me palmea la espalda
con cariño
y me escudriña
con asfixiante preocupación.

—No soy un monstruo,
puede que estés soñando,
pero yo solo espero que hagáis
lo correcto,
aunque me tengáis asco,
no puedo dejar de amaros,
así que por favor,
ser sensatos.

Me depositó un beso
en los labios
con esto desapareció,
se convirtió en moléculas
y ante mi asombro,
me desperté
en mi cuarto
con lágrimas electrocutándome
y sonriéndole al techo.

•••
¿Y tú?
¿Aprovechas bien tu tiempo
o estás muy centrado
en recoger puñales
que olvidas sanarte?
•••

— Janny.

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