capítulo 3

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La situación requería una conversación entre los polos opuestos, pero el simple acto de mirarse avivaba la hoguera hasta consumirse y desatar un apocalíptico fuego. El presidente observaba a las personas que transitaban, algunas deteniéndose para saludarlo, como si se tratara de un día rutinario más. Y desde el balcón, expresó su agradecimiento por los elogios recibidos, para luego regresar dentro de la Casa Rosada acompañado por Myriam.

—¿Quién fue el ignorante que te nombró vicepresidente? —preguntó Javier, tomando asiento en la silla frente a su escritorio sin necesidad de mirarla.

—Vicepresidenta —corrigió Myriam, cruzándose de brazos.

Los ojos azules de Javier la examinaban por encima de sus anteojos mientras sostenía con delicadeza un papel entre sus manos. Myriam no logró leer su contenido, ya que apartar la mirada equivalía a ceder en una pequeña batalla por la dignidad y el orgullo. Sin embargo, la sonrisa burlona de Javier dio a entender que la batalla no era más que una pérdida de tiempo, porque de alguna u otra forma él siempre ganaba.

—Vicepresidente —repitió, decidido a ignorar el comentario de Myriam—. Mire, Bregman. Perder el tiempo es como soltar un pedazo de vida, evite actuar de manera tan deplorable y procure ayudar en esta situación, porque... Digamos que somos los únicos, o sea que nadie recuerda la tormenta de anoche, ¿no intuyó que algo malo sucedió?

—No estoy actuando de manera deplorable —insistió—. Porque el inmaduro en esta situación es usted.

—El burro hablando de orejas, ¿ya vio las suyas? —preguntó impacientado—. Su comentario es la respuesta, todo lo que nombré se le metió por un oído y se le escapó por el otro, pero lo único que decidió retener es que actúa de manera deplorable.

Javier negó moviendo su cabeza de un lado a otro mientras retiraba su mirada a los papeles en sus manos, porque de alguna manera no tenía acceso a las redes después de que su celular también se haya roto. La única fuente de información eran los papeles que estaban impecablemente guardados en una carpeta marrón y cuando los leyó sólo esperaba encontrar las soluciones que él había anotado, sin embargo, encontró unas noticias totalmente irreales.

—La economía... Parece no existir —murmuró tomando otro papel de una carpeta distinta, seguido por los ojos de Myriam.

—¿Ya se dió cuenta, señor presidente? Así quiere dejar a la Argentina, sin nada —atacó, pero Javier la ignoró—. Es un peligro, para la sociedad y más que nada para la presidencia.

—Yo no lo hice —respondió, elevando su mirada a ella—. Por una vez, hablemos de manera pacífica, porque todo esto es muy raro. La información me da a entender que la inflación está en su nivel máximo, es una situación en la que los principios económicos básicos no parecen aplicarse o no tiene el impacto esperado.

Myriam frunció el ceño confundida al observar que Javier le extendía uno de los papeles que sostenía entre sus manos. En la hoja, se encontraban escritos números preocupantes, los más alarmantes que había visto en su vida. A pesar de estar consciente de que Javier estaba llevando al país a la ruina, los números presentes en el papel eran completamente distintos a los que recordaba. Parecía evidente que él no era el responsable de aquella situación.

—Tu teléfono, ¿está roto? —preguntó Javier, soltando los papeles antes de acomodar su desarreglado cabello.

—No —contestó Myriam, sacó su celular del bolsillo y se lo enseñó—. ¿Por qué?

—La tormenta dañó mi computadora, la derritió —informó—. Y mi teléfono está roto. ¿Qué día es hoy?

Myriam dejó el papel sobre el escritorio y encendió su teléfono para responder a la pregunta. No obstante, al notar la fecha debajo de la hora, su desconcierto fue tan grande que no pudo evitar sorprenderse.

—Hoy es... 11 de diciembre —respondió, retirando su mirada del teléfono para mirarlo.

Por un instante, el silencio expresó más que mil palabras. A pesar de sus diferencias, ambos comprendieron que, en ese momento, compartían la sensación de estar en una situación desconcertante. Tenían la impresión de que todo aquello era simplemente un sueño, y aunque desconfiaban de la realidad, intentar despertar les parecía un acto completamente inútil.

—No es un sueño —dijo Myriam, tomando asiento frente a la mesa larga—. ¿Qué pasó?

—Por el momento... No tengo una respuesta certera —contestó Javier, dejó su anteojo sobre el escritorio y masajeó su rostro—. Pero no hay preguntas que no tengan respuestas, todo tiene una solución.

—¿A vos qué te dijeron? —interrogó Myriam, examinando las acciones que el presidente hacía—. ¿Qué cambió? Además de la fecha, mi puesto de vicepresidenta y... La decadencia del país en su punto máximo.

—Victoria Villaruel, es ministra de seguridad —informó, evitando la posibilidad de confiar en ella—. Un puesto que por mí decisión no le otorgue, ¿donde se encuentra Patricia?

—No hay piqueteros... Los míos no están —confesó Myriam—. Pero estoy segura que hay gente a la que le resulta desagradable tu manera de expresarte, tan... Agresiva.

—Hum, ¿me sorprendo? —contestó, evitando reírse de ella y así evadir algún conflicto—. Hay una manera de averiguar qué está pasando, las noticias.

Myriam sacó su celular del bolsillo y lo desbloqueó antes de ingresar a la plataforma llamada YouTube. Con una simple búsqueda, logró encontrar los canales más activos, a través de los cuales tuvo la oportunidad de informarse adecuadamente. Pero antes de elegir uno, observó a Javier esperando a que él también se acercara para verlo, sin embargo notó el evidente impacto en su rostro al observar los números que indicaban la inflación en su punto máximo.

—¿Te vas a sentar acá o no? —preguntó Myriam, señalando la silla a su lado.

—No —respondió, leyendo los papeles continuos—. Subí el volumen.

—Es evidente que lo molesto —susurró de manera arisca, pero subió el volumen del video.

—Sentimiento mutuo, ¿no? —contestó con el mismo tono, mirándola en el proceso y riendo a lo bajo.

Myriam negó con la cabeza y miró el video de noticias, esperando a que Javier también prestara atención. Cuando escucharon sobre los acontecimientos ocurridos antes de la asunción del nuevo presidente en la Casa Rosada, se enteraron de que el anterior mandatario, Alberto Fernández, había fallecido a causa de un disparo en la cabeza mientras era trasladado en automóvil.

—La hiperinflación fue por culpa de Alberto Fernández, no me sorprende —opinó Javier—. La información que tengo acá son pruebas contundentes de lo que digo, se robó millones de dólares en los cuatro años de presidencia... Un déjá vu.

—No es Alberto —defendió, se levantó de la silla y se acercó a Javier para enseñarle la foto de "Alberto Fernández".

Alberto Fernández de esa Argentina no lucía bigote, ni mucho menos barba. A pesar de que nada más había cambiado en su rostro, ese hombre parecía completamente distinto. En las noticias mostraban su rostro, con la característica sonrisa del ex presidente, pero no se parecía al Alberto Fernández que ambos conocían.

—Hay que hacer algo, ahora —sugirió Javier—. Este problema... Tiene solución, pero por una vez en su vida le va a tocar trabajar.

—Ya empezamos —dijo antes de resoplar, retrocedió unos pasos y dejó su celular en la mesa—. ¿Y yo actuo de manera deplorable? No sabe absolutamente nada de mí, yo sí trabajo para informarle.

—Sí, por supuesto —contestó mientras entrelazaba sus propios dedos—. Trabaja haciendo piquetes día y noche, con la única intención de contradecir mí verdad y engatusar al pueblo.

En esta no, pero en otra sí | Milei x Bregman Donde viven las historias. Descúbrelo ahora