Capítulo 19

33 8 0
                                    

Myriam dirigió una mirada sosegada al cielo, como si este fuese cómplice del futuro que le aguardaba. Observó el punto blanco que los había inquietado el primer día y le dedicó una sonrisa, ahora más tranquila al comprender la razón de su presencia. Al bajar la mirada hacia el suelo, contempló sus manos, cautelosa al admirar los pequeños dedos que las sostenían. Luego, su mirada viajó hacia los ojos brillantes de la dueña, donde descubrió a una pequeña niña. Aquellos ojos eran como el cielo, un espejo que reflejaba su alma y captaba su atención más que todas las voces a su alrededor. El cabello rizado de tono miel parecía transmitir suavidad con solo contemplarlo, lo que le arrancó una dulce sonrisa.

—Señorita —dijo la pequeña, se aferró a su mano y volvió a llamarla—, señorita.

—Hola hermosa, que linda que sos —saludó Myriam, retirando su mirada al rostro de Victoria—, ¿O no?

—Muy hermosa, ¿dónde está tu mamá? —preguntó Victoria, inclinándose para acariciar el cabello de la niña—. Me hizo acordar a los ojos de Javi, ¿Viste?

Myriam lo había percibido, y fue por esa razón que su corazón dio un vuelco al encontrarse con esos brillantes ojitos. Le recordaron la penetrante mirada del mandatario, y por un instante, sintió que se derretía de amor. La combinación de belleza y ternura logró que su sonrisa se expandiera aún más, mientras tomaba con suavidad la pequeña mano, esperando una respuesta de la niña.

—Mi mamá no está, papá tampoco —respondió la menor, cristalizando sus ojos mientras su voz se quebraba—. No lo veo, me dejó.

—No, no llores. Vamos a buscar a tu mamá, ¿Venís conmigo? Yo te ayudo —Victoria se agachó y abrazó a la niña.

—Pobrecita —susurró Myriam, acariciando la pequeña mano con su pulgar—. Vas a encontrar a tus papás, ¿Sí?

La niña asintió entre lágrimas y fue llevada de la mano, alejándose de Myriam. A pesar de la distancia y el ruido de fondo, la pequeña nunca apartó la mirada. Ambas se sostuvieron con la mirada durante un breve momento, como si la niña esperara que Myriam le dijera algo; sin embargo, nada ocurrió. Lentamente, las siluetas de Victoria y la niña se desvanecieron de su vista, y sólo fue la voz de un hombre la que logró sacarla de su ensimismamiento.

—Su auto ya llegó, señorita Myriam —informó el uniformado—. ¿Va a quedarse un rato más o prefiere irse?

—¿Que van a hacer con la nena, dónde la van a llevar si no viene su mamá? —interrogó la rubia. Escudriñó el rostro del hombre y regresó su mirada a la multitud—, me voy a quedar, necesito que me cuenten qué va a pasar con la nena y dónde la van a dejar.

El uniformado asintió y se alejó de la vicepresidente con determinación, siguiendo los pasos de Victoria en busca de información para cumplir la orden que le habían impuesto. Mientras tanto, Myriam saludaba a las personas con cortesía, aceptando las fotos que le pedían y brindando sonrisas a todos como si cada una fuese la última que pudiera dar. El estar rodeada de gente que la admiraba le recordaba sus días de protestas, cuando luchaba contra Milei, pero ahora todo era diferente. Aunque reconocía que la multitud se había multiplicado y sabía que era obra del presidente, no estaba dispuesta a admitirlo frente a él.

—No encontraron a los papás de la nena —informó el uniformado, limpió una gota de sudor en su frente y prosiguió—, la pequeña la quiere ver. Está con la ministra de seguridad, venga conmigo.

Myriam dejó atrás a las personas y siguió al hombre que de vez en cuando abría paso entre la multitud. Perdió la noción de cuántas cuadras recorrieron; realmente no parecían muchas, pero todas estaban repletas de gente que gritaba para llamar su atención, mientras ella solo sonreía. A lo lejos, distinguió el cabello de la niña, acompañado por la inconfundible silueta de Victoria hablando con un policía. Cuando cruzaron la línea de patrulleros que les servía como muro ante la multitud, la pequeña corrió a los brazos de Myriam.

—Tengo hambre —dijo la niña, viéndola directamente a los ojos—, por favor.

—Ya vas a comer, ¿Me esperas un rato? —pidió con amabilidad, se alejó de la menor y tocó el hombro de Victoria—. ¿Qué pasó?

—Dijeron que su papá aprovechó a la gente para dejarla acá, no sabemos cuando o dónde se fue pero lo vamos a buscar —contestó, con el ceño fruncido—. ¿Cómo puede dejarla sola? De alguna u otra forma las va a pagar.

—¿Dónde la van a llevar? —Myriam observó el rostro de la menor, admirando su inocencia; reflejada en una mirada.

—Podía llevarla conmigo, pero me tengo que ir a otro lugar —dijo Victoria, mirando el mismo lado—. No da dejarla solita en la comisaría, se pone a llorar si la dejamos con alguien más.

—¿Querés que la cuide yo? La llevo a la rosada, le doy de comer y vemos cómo le hacemos.

Victoria asintió agradecida y se alejó para subirse a una camioneta, mientras Myriam se acercaba a la pequeña con una sonrisa amigable. Tomándola de la mano y hablando con voz suave, le indicó que se irían juntas. A la niña no le importó nada más, simplemente brincó de alegría y acompañó a la vicepresidente sin rechistar. Dentro de la casa rosada, la niña observó a su alrededor con admiración y exclamó con diversión, alegrando el corazón de Myriam.

—¡¿Vamos a ver a Muley?! —preguntó la niña.

—¿Muley? —repitió Myriam risueña—, Milei no está, si querés te llevo a su despacho. ¿Te animas a comer ahí? Es hasta que busquemos a tu mamá, o a alguien que te cuide.

—Mamá no está —dijo la niña, retirando su mirada a los granaderos.

—¿Cómo te llamas y cuántos años tenés? —interrogó Myriam, caminando de forma pausada para permitirle observar.

—Me llamo Camila, ¡Como mi abuela! —contestó sin mirarla, perdida en la decoración—, mi papá dijo que yo tenía cinco.

Desde ese momento, Myriam decidió limitarse a observarla. Mientras sostenía su delicada mano, sintió que era frágil, como si pudiera romperse en cualquier momento, y su inocencia, afortunadamente, le impedía ver la cruda realidad que la rodeaba. Al verla sonreír le causó alegría, pero al mismo tiempo le provocaba un dolor profundo en el pecho del que no lograba comprender la razón. Al permitir que Camila entrara al despacho presidencial, se sorprendió al notar que la niña solo quería observar sin tocar nada.

—Sentate ahí, en la mesa —pidió la vicepresidente, señalando una silla—. En la silla del presidente no podés estar.

En esta no, pero en otra sí | Milei x Bregman Donde viven las historias. Descúbrelo ahora