capítulo 4

69 8 0
                                    

A pesar de que era una mañana hermosa, donde las aves volaban con libertad y cantaban con gozo. Mientras los trabajadores se esforzaban por mantenerse a sí mismos y a sus familias, el ambiente dentro de la Casa Rosada era completamente diferente. El enfrentamiento entre el presidente y la diputada no era más que una pelea absurda que reflejaba sus desacuerdos.

—Bueno, ya está...

—Tengo razón, por eso mismo decide ignorar mis comentarios —interrumpió Javier, tomando aire para continuar—. Me tachas de mentiroso, un loco desquiciado que va a destruir Argentina y muchas cosas más...

—Ya está, ya está —insistió Myriam, interrumpiendo sus palabras—. Ahora me demostraste que te comportas igual que un nene de cinco años.

—Mi comportamiento no es el de un nene chiquito, que mi verdad te moleste no significa que me comporte como un inmaduro —se defendió, alejándose de ella para salir del lugar e ir al balcón.

Javier estaba desesperado, pero su angustia no provenía de la pelea con Myriam, sino de la cruda realidad a la que se estaba enfrentado. Una Argentina destrozada por un presidente corrupto, y él sabía que esas personas trabajadoras que lo saludaban debajo del balcón depositaban su confianza en él. Pero por primera vez, se sintió desorientado e incapaz de resolver el desastre que le habían dejado como una pesada carga sobre sus espaldas.

—¡Javier, viva la libertad carajo! —Le gritaron, y él sonrió mientras levantaba su mano y saludaba.

Ingresó de nuevo a su despacho y se encontró con Myriam leyendo sus papeles, apoyada en la silla presidencial. Cuando se miraron a los ojos, en medio del silencio, se dijeron tantas cosas sin pronunciar una palabra. A pesar de solo intercambiar miradas, con un simple asentimiento ambos comprendieron que debían dejar sus diferencias a un lado y comenzar a trabajar juntos para solucionar el problema.

—¿Hay algo nuevo que deba enterarme? —preguntó Javier, tomando asiento en su silla mientras veía a Myriam guardar su celular.

—Los piqueteros son de Patricia Bullrich y también de... —tomó un segundo para pensar, pero por un momento olvidó el nombre de la otra persona.

—¿Juan Schiaretti? —continuó Javier, obteniendo el asentimiento de Myriam—. Massa no movería ni el dedo de su pie, por eso mismo intuí que sería Juan.

—Massa trabaja de nuestro lado, ¿lo sabe?

—¡Noo! —exclamó angustiado, haciendo una mueca—. Que horror, según él... ¿En qué nos estaría ayudando?

—En nada, renunció —contestó Myriam, y por un momento tomó aire para evitar reírse de la expresión que tenía Javier.

—Mejor —confesó, masajeando su cien—. Mi hermana, ¿qué hay de ella?

—No cambió en nada —informó, enseñándole una foto de Karina detrás de su hermano.

—No veo a Fatima —susurró, acercándose al celular.

Javier recordaba aquella foto, posando con los brazos en alto en el balcón mientras su hermana y Fátima lo observaban desde atrás, pero en esa imagen su novia no estaba presente. Al notar esto, Myriam observó la misma foto y al darse cuenta de la ausencia de Fátima, rápidamente se dirigió al buscador para averiguar más sobre ella.

—No la vas a ver —comentó—. Está casada, y tiene un hijo.

Myriam presionó una imagen de la mujer sosteniendo a un bebé de aproximándose 3 años en sus brazos mientras otro hombre la abrazaba por detrás, y antes de poder mostrársela a Javier, observó la expresión en su rostro. Con certeza, no estaba segura si su expresión era neutral o angustiada, pero al ver que él apartaba la mirada mientras se masajeaba el rostro con las manos, era un claro signo de decepción.

—¿No me crees o te enseño la foto? —preguntó Myriam, esperando que vuelva a mirarla.

—Déjalo así, hay que trabajar —respondió—. No tengo mi computadora, no puedo hacer nada sin ella.

—Tengo condiciones, vamos a trabajar juntos pero no significa que podamos entablar algún tipo de amistad —informó, sentándose en la silla de la mesa larga—. Primera condición... Todo lo que afecte al pueblo, no lo voy aceptar.

—Dar un paso a la grandeza, significó dar miles de pasos con pies heridos —formuló, examinando los ojos de Myriam—. Todo lo que nos afecte muy pronto se convertirá en la mejor enseñanza, y cuando la Argentina recupere sus pedazos rotos todos sabrán que la espera y el aguante valieron la pena.

—¿Dejarlos sin comer es parte de la enseñanza? Destruir lo poco que les queda...

—Jamás mencioné que el ajuste sería un camino fácil, yo advertí que serían meses difíciles pero prometí que los resultados serían beneficiosos —interrumpió Javier—. Ahora más que nada, no tengo ningúna duda de que el pueblo va a odiarme, pero si tengo que ser el villano que tanto mencionan, prefiero serlo antes que ser el héroe que tanto les miente.

—Vas a dejar sin comer a muchas familias, los niños van a morir de hambre —insistió, señalando a Javier como forma de juzga—. Todo, todo tiene sus consecuencias.

—Precisamente por eso me odian, cada decisión que tomo afectará de un modo u otro a las personas, a mis seguidores —contestó, suspirando antes de continuar—. Pero me odien o no, mis decisiones son definitivas y no permitiré que nadie se interponga. Hice una promesa y Argentina muy pronto triunfará.

—No te importa que el número de niños disminuya, que los jubilados no tenga acceso a sus remedios.

—Yo les voy a dar a los chicos todo lo que esté a mi alcance, lo hice antes y ahora volveré a hacerlo —defendió—; no les faltará alimento, pero es momento de que los padre tomen conciencia y sepan priorizar al futuro de este país.

—No me respondiste sobre los jubilados —continuó, causando otro suspiro de Javier—. También fueron el futuro, pero ahora los tratan como si fueran trapos desechables, tiene todo el derecho.

—Se les va a otorgar lo que es necesario —respondió—. No hay plata, y repartir lo que no hay es un absoluto cero. O sea, digamos que una pequeña parte se encuentra guardada, ¿qué es lo primero que te pide la gente? Que se los devuelvan, porque al fin y al cabo son de ellos. Pero hay dos opciones, priorizar a los niños o priorizar a los jubilados, ¿qué opción me toca elegir?, ¿entendés a lo que voy?

En esta no, pero en otra sí | Milei x Bregman Donde viven las historias. Descúbrelo ahora