En ocasiones anteriores, Milei había intentado acercarse a su contrincante y demostrarle que los debates y argumentos en su contra representaban un desafío estimulante. Sin embargo, ella siempre lo rechazaba con tal firmeza que la mera idea de volver a saludarla le parecía una pérdida de tiempo absoluta. Pero en esa ocasión, en el silencio apacible que se formó mientras Myriam saboreaba su café y disfrutaba del bizcochuelo, Javier experimentó una renovada necesidad de conectar con su adversaria, de revivir los intensos debates en los que se divertía debido a que siempre emergía victorioso, o cuando se preocupaba cuando ella lograba enfrentarlo de una manera sorprendente.
—No está mal, me gustó —confesó Myriam, tapando su boca mientras hablaba.
—¿En serio? —preguntó divertido, sin mirarla—. Del uno al diez, ¿cuál es su calificación?
—Sinceramente, un ocho —respondió ella antes de tomar su café—. Hay más manzana que bizcochuelo, sin ofender a tu hermana.
—Seguro no me dió tiempo de cortar las manzanas en pedazos más chicos —comentó, elevando la mirada para apreciar su reacción—. Me gusta saber que acá no cambió la perfección con mi talento culinario.
—¿Lo hiciste vos? —dijo perpleja, sintiendo cómo su dignidad y orgullo caían de manera rápida.
Él le sonrió y luego bajó la mirada a sus papeles, permitiendo que Myriam se enfrentara a su propia batalla interna contra el orgullo. A pesar del silencio que reinaba y del ambiente extrañamente tranquilo, él recordó que ese no era su Argentina y que no debería estar en ese lugar. Reflexionó sobre todo lo que había perdido en esa extraña versión de Argentina, y en todo lo que tendría que enfrentar para recuperar un país que, aunque fuera desconocido, le resultaba sorprendentemente familiar.
—¿Mañana va a venir? —escuchó de Myriam, él la miró y después asintió.
—Vengo los martes y lo jueves para la reunión del gabinete, por eso pensé que hoy era martes. Pero después me quedo en olivos, así que no vas a verme seguido; para tu "alivio" —informó impasible—. Me imagino que harás algo parecido, porque tiene que cumplir su deber como vicepresidente.
Después de esa respuesta, por primera vez ella no contradecía sus palabras; en cambio, aguardó a que pronunciara algo más ofensivo, pero ninguna otra palabra salió de su boca. Con el paso de los minutos, el silencio se apoderó del ambiente, ella terminó su desayuno mientras él ni siquiera tocó su bizcochuelo. Y en medio de ese silencio, Myriam tuvo la oportunidad de observar los gestos y movimientos de Javier, creyendo erróneamente que su actitud tranquila se debía a su presencia, cuando en realidad la razón era muy distinta; desconocía por completo quién era Milei.
Y aunque intentara entablar una conversación con él, no se le ocurría ningún tema que pudiera generar una interacción normal, sin conflictos. A pesar de que cruzaban miradas de vez en cuando, ya que ella siempre lo observaba, ninguno de los dos decía nada. Javier no estaba interesado en entablar una charla; estaba sumamente concentrado en sus propios asuntos, por lo que hablar era lo último en lo que pensaba. Sin embargo, la intensa mirada de Myriam le hizo comprender que ella quería comunicarle algo. Pero cada vez que él la miraba, ella apartaba la vista.
—¿Qué quiere decirme, Bregman? —le preguntó Javier, llevándose un pedazo de biscochuelo a la boca; masticando con lentitud.
—¿Qué? Nada —respondió, evadiendo el tema—. ¿Por qué?
—No, es que parece que quiere hablar de algo —comentó—. ¿Segura que no quiere decirme nada?
Ella negó con la cabeza y procedió a limpiar el total desorden que tenía frente a ella. Dejó la taza vacía a un lado y se levantó de la silla para desechar las migajas. Sin embargo, al no encontrar el basurero, escudriñó minuciosamente el lugar. Estaba segura de que siempre había uno en el despacho presidencial, y Javier, al comprender lo que buscaba, decidió señalarle el basurero en cuestión. Para la mala suerte de Myriam, el basurero estaba justo al lado de él, debajo del escritorio.
—Te lo paso —le dijo Javier, extendiéndole el basurero para que ella pudiera tirarlo.
Sin pronunciar palabra, ella desechó todas las migajas y regresó a su asiento. Observó cómo Javier dejaba el basurero exactamente en su lugar original y luego volvió a sumergirse en su concentración, que tanto la aburría. Aunque disfrutaba del silencio, en ocasiones no podía callar en un espacio reducido junto a alguien a quien detestaba.
—Que gran casualidad —formuló, llamando la atención de Javier—. Cuando estoy presente, resulta que el "querido" presidente trabaja.
—Siempre trabajo —contestó risueño—. ¿Acaso la aburro? Porque está buscando que yo la agreda verbalmente para crear una discusión.
—Se equivoca, yo no estoy buscando nada como usted dice —respondió Myriam indignada—. Sólo digo lo que es cierto, pero sabe algo... Sí está trabajando, pero para terminar de destruir lo poco que queda de Argentina.
—Sabe muy bien que no la estoy destruyendo —contestó, dando un largo suspiro antes de continuar—. Puede que mis métodos sean duros, pero nadie jamás consigue lo bueno en un camino fácil. Yo trabajo, lo hago de lunes a lunes para reconstruir lo que usted acaba de decir; lo poco que queda de Argentina.
—No es ningun salvador, Javier Milei —argumentó, preparada para dar todo en esa discusión—. Es un lobo, aparentando ser una oveja.
—¿Para usted, yo no era más que un "gatito mimoso"? Ahora resulta que también soy un lobo, ¿para la próxima qué seré, un loro? —soltó burlón, riendo a la vez—. Puede retirarse, tómese una o dos horas de descanso y por obligación, vuelva a trabajar.
—Por supuesto que voy a trabajar, pero no al lado de un loco —reclamó—. Puedo realizar mi deber como corresponde, pero lejos de tu lado.
—Bueno, si quiere trabajar en la calle, en la plaza o en su departamento no es problema mío —contestó, demostrando a flor de piel todo su desinterés—. Pero trabaje, no importa donde, hágalo.
—Muy bien —respondió Myriam, levantándose de la silla antes de salir.
El silencio parecía más denso que nunca. Javier siempre había valorado la tranquilidad y, por consiguiente, el silencio que la acompañaba. A pesar de estar acostumbrado a trabajar rodeado de gente, ahora se sentía completamente solo. Sin embargo, la soledad lo envolvió como un amigo leal, permitiéndole concentrarse y realizar su trabajo con una eficiencia sorprendente. Así poder tomarse el tiempo para regresar a olivos y continuar su labor en un ambiente más cómodo y acogedor.
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En esta no, pero en otra sí | Milei x Bregman
Casuale(Javier Milei y Myriam Bregman): Un presidente y una diputada, enseñando su odio mutuo ante los medios como una tarea rutinaria, sin embargo, durante una noche de tormenta, un suceso inexplicable pasará. Un posible viaje a través de otro universo, v...