capítulo 5

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A pesar de que Javier resolvía las dudas de Myriam como si de alguna forma ambos regresaran al debate, en el fondo ambos tenían razón, pero de alguna manera, si juntaban sus experiencias y dejaban de priorizar sus diferencias, podrían forjar un lazo irrompible capaz de sostener a toda la Argentina. Tenían el poder para restaurar el país; sin embargo, el odio mutuo les impedía ver la fuerza que tenían juntos.

—Es totalmente imposible trabajar con vos —dijo Myriam, desafiando a Javier.

—Ahí tenes la puerta, creo que sabes donde está la salida —respondió Javier, mirándola por arriba de sus anteojos antes de retirar su mirada y escribir sus cuentas mentales.

Myriam tenía la opción de salir y dejar que Javier manejara la presidencia a su manera, pero si lo dejaba solo, sabiendo que juntos eran los dos mejores amigos del país; dicho por las noticias, sería como soltar un peso que caería rápidamente sobre él. Sin embargo, en medio del pulcro silencio, su orgullo le impedía permanecer sentada en el mismo lugar sin decir nada.

—Me echas porque de alguna manera sabes que tengo razón.

—Silencio, por favor —ordenó el mandatario, acomodando todos los papeles a un lado y la hoja con todos sus cálculos la conectó con otra.

Ella se levantó de su asiento y se acercó al escritorio de Javier, leyó atentamente los cálculos recién hechos por él y luego tomó una hoja en blanco en la que estaban plasmadas las ideas principales del presidente. Aunque la perfección de su idea para recuperar a la Argentina perdida era espléndida, ella notó un pequeño error.

—Te olvidaste de esta parte —interrumpió Myriam, enseñándole la hoja escrita—. Todo lo que hiciste estaba bien. Pero este problema que estás ignorando se va a convertir en tu mayor retraso.

—Sí —murmuró, sosteniendo la hoja con su mano libre—. Pero todo esto es un desastre, las informaciones están mezcladas.

—Yo las acomodo —ofreció, agarrando las carpetas entre sus manos—. Te paso lo que considero preocupante y me vas diciendo la cuenta exacta de todo. Puedo anotarlo hasta que tengas una computadora de remplazo, porque sino vamos a terminar en un quilombo.

Es comprensible que Javier no estuviera preparado para confiar, pero al escucharla hablar, fue como oír a Victoria ofreciendo sus ideas para ayudarlo, y por un momento sintió soledad. Estar rodeado por lo desconocido era como estar perdido en medio del bosque, con las personas a quienes odiaba acechando como principales cazadores en busca de su punto débil.

Aunque no tuvo tiempo suficiente para rechazar su ayuda, observó que ella retrocedía con las carpetas en su brazo y se sentaba en una silla frente a la mesa. Quizás la distancia entre la mesa y su escritorio era suficiente para evitar sentirse completamente pegados, pero de alguna manera, estar encerrados en la misma habitación les daba la misma sensación.

Es evidente que la ayuda mutua era un sorpresivo milagro, y ambos lo sabían, pero tenían claro que en esa Argentina siempre se habían ofrecido ayuda; al menos así lo sabía Myriam. Aunque el silencio era el único método para mantener la paz en el ambiente, también era el enemigo perfecto para la mente. Los pensamientos de cada uno eran como terribles olas a punto de desatar la peor tormenta, pero no lo consideraban un punto importante más que la tensión en el ambiente, una total incomodidad.

Sin embargo, la ocupación de la mente resultó ser su mejor aliada, ya que con el paso del tiempo, ambos lograron dejar atrás la incomodidad. Se ignoraron mutuamente, como si ninguno percibiera la presencia del otro, y trabajaron en silencio sin intercambiar miradas ni pronunciar una sola palabra. El único sonido de fondo era el susurro del papel al pasar las páginas y el trazo de la pluma al registrar las cuentas en una hoja en blanco.

—Acá están —dijo Myriam, dejando dos carpetas en el escritorio—. La primera, es el resumen de todo lo que Alberto estuvo haciendo durante su presidencia. Y la segunda, son todos los casos preocupantes que podrían afectar las decisiones a futuro.

—Gracias, Bregman —respondió Javier, examinando las carpetas.

El primer agradecimiento que brotó de los labios de Milei, un gesto en apariencia sencillo que representó un desafío para Javier, quien tuvo que vencer su propio orgullo para pronunciar esas palabras. A pesar de la dificultad, al reconocer la importancia del apoyo y valorar el gesto, Javier comprendió que aquel pequeño detalle había traído un destello de luz a su día.

—¿Qué hora es? —preguntó él, evitando la mirada de Myriam.

—Van a ser las doce y cuarto —contestó ella, revisando los mensajes de su celular—. Los piqueteros ya se fueron.

—No me sorprende que lo sepas —susurró, atacando el orgullo de Myriam—. Admito que ustedes tenían más aguante al calor, pero son igual de molestos.

—Yo intento tenerte paciencia, yo doy de mi parte, pero no veo nada de tu parte —comentó Myriam, regresando a su asiento—. Te recuerdo que alguna vez fuiste parte de los piquetes, señor santo presidente.

Ella tenía razón; él participó en esas manifestaciones, pero era para protestar contra el gobierno tan deplorable de ese momento. Y a pesar de sus intentos por presentar numerosos argumentos, ella tenía la ventaja con un dato aparentemente insignificante. Aunque trató de defenderse, su voz se desvaneció al escuchar el toque en la puerta. Al verla abrirse sin su autorización previa, sintió que la presencia detrás de la puerta era nada menos que la de su hermana. Al ver a Karina, una sonrisa se dibujó en su rostro antes de dirigirse a abrazarla.

—¿Cómo estás? Me dijeron que actuabas muy raro, ¿te duele o te pasó algo? —dijo Karina, separándose del abrazó para mirar a Myriam—. Hola linda, ¿todo bien?

—Hola —saludó Myriam, sorprendida por el trato a su persona.

—Sí, estoy bien —respondió Javier—. ¿Querés sentarte?

—No, tengo que hacer otra cosa —contestó, sobando el brazo de su hermano—. ¿Ya desayunaste, no?

—Sí, sí —mintió, dedicándole una sonrisa a su hermana—. Me tomé un café con medialunas.

—¿En serio, Myriam? —interrogó Karina, retirando la mirada de Javier para observar a la mujer.

En ese preciso instante, ella se convirtió en el centro de todas las miradas, con dos pares de ojos penetrantes fijos en ella. Estaba segura de que Javier estaba mintiendo, y esa convicción fortaleció su percepción de él como un completo embustero. A pesar de todo, sabía que si jugaba sus cartas correctamente, tendría la capacidad de manejar la situación a su favor.

—Sí, desayunó antes de ponerse a trabajar —respondió, sonriendo de manera burlona.

—Bueno, termino lo que me falta y vengo para tomarnos unos mates, ¿dale? —Karina se acercó para abrazar a Myriam, luego se despidió de su hermano antes de irse.

En esta no, pero en otra sí | Milei x Bregman Donde viven las historias. Descúbrelo ahora