capítulo 16

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Durante la tarde, a sólo un día de su partida hacia Italia, Myriam logró resolver su papeleo con una rapidez sorprendente. Su ocupación exigía una atención meticulosa y paciencia, así como una minuciosidad que a menudo se le escapaba; después de todo, rara vez se encontraba en su despacho. Una vez que finalmente logró poner todo en orden, se dirigió al despacho presidencial para informar al mandatario sobre su próxima ausencia.

—¿Vas a necesitarme? —preguntó Myriam, asomando su cabeza por el marco de la puerta.

—No, ¿por qué? —contestó el presidente—. ¿Salis? No hace falta que me avises.

—Después te quejas de que no te aviso —argumentó, rodando los ojos—, ¡Ah!, pero la quejona soy yo.

Sin emitir ni una palabra más, ella se alejó de la imponente casa rosada y se adentró en el mundo exterior. A su lado, una pequeña mochila negra guardaba celosamente su preciado teléfono, que de repente comenzó a sonar. Con gesto tranquilo, lo sacó de su escondite y observó la pantalla iluminada, en la que se dibujaba un número desconocido que sembró la intranquilidad en sus ojos, desafiando incluso la brillante luz del sol.

En el gélido despacho presidencial, tan frío como una nevera recién desempaquetada, Javier esperaba con impaciencia el momento de partir. La casa rosada no le resultaba acogedora; cada visita allí era un recordatorio de todos los antiguos presidentes. Se permitió unos eternos minutos de distracción en Twitter antes de levantarse de la silla y salir casi corriendo, llevando consigo lo único que le pertenecía.

—¿Seguís acá, por qué? —interrogó Javier al encontrarse con Myriam—, ¿te pasó algo? ¿Por qué no le dijiste a alguien de acá que te lleve?

Javier fue capaz de percibir algo en Myriam; preocupación, reconocía ese rostro en cualquier lugar. Cuando la encontró, ella estaba hablando por teléfono y luego colgó como si la llamada no le hubiera agradado; quizás había discutido con alguien, un acto que no le sorprendería viniendo de ella. Pero esa expresión le mostraba que, por una vez, sentía miedo, miedo a algo que había sido comunicado a través de esa misteriosa llamada que Javier desconocía.

—¿Myriam? —llamó; tratando de traerla a la realidad, buscando unir su mirada con la de ella—, ¿qué te pasó?

—¿Qué me va a pasar? Nada, ya me voy —respondió inmediatamente, evadiendo su pregunta.

—No, yo te llevo —le dijo Javier, buscando regalarle consuelo—. Hacemos un sólo viaje, yo no tengo drama.

—No, no, gracias —contestó, acercándose a él para realizar un sutil roce de mejillas como forma de despedida.

Aquella despedida, aparentemente común, había tomado por sorpresa a Javier. El rostro suave y cálido de ella contrastaba con el suyo, tan frío como el aire de un refrigerador. El mandatario permaneció inmóvil desde aquel breve contacto; abrazando sus dos pertenencias, la observó alejarse hasta que estuvo a punto de desvanecerse en la distancia. Sólo cuando sus custodios pasaron frente a él recobró la conciencia y se dirigió hacia la camioneta sin vacilaciones.

—¿Cómo te sentís, Kari? —Javier entró a la habitación de su hermana y tomó asiento en la piesera de la cama.

—Mejor —respondió su hermana—, un poco mejor, ya me tomé casi todos los remedios que tenía.

—¿Comiste algo? —preguntó con preocupación, levantándose para acercarse a ella—. Te puedo traer comida, algo dulce si no querés salado.

—Anda hace lo tuyo, yo estoy bien —respondió risueña—, ya comí y necesito dormir.

—Bueno —contestó mientras se alejaba—, pero descansa y si querés algo avísame.

Con una sutil sonrisa, la hermana agradeció el entrañable gesto de su hermano, un acto de cariño arraigado en su rutina diaria. Tras la partida de Javier, él se permitió unos preciosos minutos de reposo antes de sumergirse en sus tareas laborales, pues la tortuosa molestia en su espalda no cedía. Aun así, aquello no sería motivo suficiente para detenerlo.

Con un suspiro profundo, cerró los ojos y aguardó con serena paciencia a que sus dolores se evaporaran. En ese lapso de espera, sus músculos se relajaron y su cuerpo se entregó mansamente, sin embargo, antes de sumergirse en el abrazo del sueño, escudriñó una vez más su entorno con ojos atentos, como si aquella tarde fuese la primera en la que se dispusiera a dormir.

Envuelto en el abrazo del silencio, su respiración encontró refugio en la helada estancia donde yacía en reposo, y, ajeno a las preocupaciones, durmió lo suficiente para recobrar fuerzas. Mientras tanto, su melena actuaba como escudo contra el viento que se colaba por insospechados resquicios, permitiéndole descansar tras las incontables horas dedicadas al trabajo, desafiando el frío con cada tranquilo suspiro.

Ajeno al ajetreo de la ciudad, Javier no podía concebir que en ese preciso instante, Myriam Bregman suspirara al compás de sus propias respiraciones, inmersa en pensamientos sobre él y las complejidades de su propia existencia. En un silencio profundo, la diputada contemplaba los tulipanes de vívidos colores que descansaban en un florero frente a ella. Entre sus delgados y fríos dedos sostenía la nota que celosamente resguardaba la letra del mandatario, y con la mirada fija en las flores, retiró la vista del florero para releer la dedicatoria escrita en el papel: "Por el cumpleaños en que no te felicité; un muy feliz cumpleaños, Bregman."

Sin importar cuántas veces lo leyera, esas palabras la envolvían en un abrazo imaginario, donde podía sentir a Javier susurrándole al oído cualquier cosa; el contenido no importaba, sólo la sensación de su presencia. Apreciaba los detalles, lo amaba en silencio, consciente de que no encontraría a alguien tan detallista como él, y por ello se sumía en la culpa de no poder corresponder a ese cariño con la misma entrega.

Myriam se envolvió en la suavidad de la manta afelpada, sintiéndose protegida como si un oso gigante la abrazara. Abandonó el sofá y se dirigió directamente a su habitación, dejándose caer pesadamente sobre la cama. Cerró los ojos exhausta, y entre los pliegues del sueño encontró la solución a su dilema. Con una mueca en los labios, finalmente se dejó llevar por el sueño reparador. Bajo el cobijo de las mantas, su cuerpo se calentaba, alejándola del frío y de las penurias de la realidad.

En esta no, pero en otra sí | Milei x Bregman Donde viven las historias. Descúbrelo ahora