capítulo 9

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La promesa de Milei era un claro ejemplo de su resistencia. Sus acciones eran plausibles, como un maravilloso acto de ópera; apreciado sólo por unos pocos, mientras su lenguaje mesiánico avivaba el odio de las multitudes. Sin embargo, las barbaridades que escapaban de los labios de sus enemigos eran como alabanzas, susurrando en el silencio que todo iba conforme a lo planeado. Myriam podía percibirlo; a pesar de que no se veían con frecuencia, y cuando se reunían por obligación, ella se tomaba esos minutos para descubrir esa faceta que jamás creyó ver en un ser tan despreciado como él.

—Permiso, Bregman. —Javier sostuvo la silla de la mesa larga con firmeza, moviéndola unos centímetros para sentarse.

Myriam aguardó en silencio, esperando escuchar algunas palabras de Milei; sin embargo, sólo lo vio tomar asiento frente a ella. En completo silencio, ella con la mirada fija en un punto indefinido de la mesa, comenzó a cuestionarse mentalmente sobre la repentina cercanía del presidente hacia ella.

—No me gusta estar sentado ahí —Confesó Milei, señalando con una mirada la silla Rivadavia.

—¿Por qué? —preguntó, intrigada—, ¿Porque todos los presidentes que odias se sentaron ahí?

—Mi rivalidad con todos ellos es significativa, pero no me gusta porque... —respondió, tomando una pausa para buscar una palabra acorde a su vocabulario—, No sé, es raro.

A pesar de haber compartido dos meses a su lado, Myriam seguía sintiendo que lo desconocía más de lo que debería. Quizás por falta de tiempo o por evitar deliberadamente su cercanía, la brecha entre ellos se mantenía intacta. Eran tan diferentes que parecían destinados a no encajar juntos. Cada intento de entablar una conversación con Milei terminaba en desastre, como si estuvieran predestinados a chocar. Ellos dos eran como el agua y el ardiente fuego, opuestos pero irresistiblemente atraídos el uno hacia el otro, luchando por no extinguirse en un mundo donde la incompatibilidad parecía imponerse.

—¿Cuando piensa dolarizar? —interrogó Myriam, oyendo el tecleo de Milei; con su nueva computadora.

—Próximamente, quizás —respondió, fijo en su labor—. La paciencia no es su fuerte eso lo tengo claro.

—No se equivoque, "señor presidente" —protestó—, no puede dolarizar porque ya vio el riesgo que conlleva hacerlo. No quiere ser encarcelado, ¿o me equivoco?

—¿Usted sí, Bregman? —curioseo divertido, sosteniendo la mirada antes de bajar la vista a la luminosa pantalla.

—¿Qué va hacer ahora? —cuestionó impasible, con su atención fija en el presidente.

—Solucionar —contestó Milei—. Hacer frente a este problema no es un obstáculo imposible de resolver.

Era evidente que aquel hombre le resultaba completamente desquiciado. Con cansancio en esos ojos, observó a través del rostro de Milei una calma inquietante. Resultaba sorprendente que, a pesar de todos los problemas que se sumaban a su lista, él permaneciera en completa paz. Aunque había notado muchas cosas nuevas acerca de él, no era una opción cambiar de opinión. Su deber era detener al mandatario Javier Milei, incluso si estaban obligados a ser aliados.

—En menos de tres meses, evitamos que la hiperinflación consiguiera derrumbarnos. —Milei rotó su computadora, enseñándole a Myriam el resultado que dio su método a través de esa luminosa pantalla.

—Pero no se olvide que tuvo consecuencias —le recordó—. Solucione el problema que dejó afuera y entonces ahí admitiré que logró algo, pero ahora me niego rotundamente aceptar que las familiar sufran las...

—Pero ya lo hice, seguí leyendo —interrumpió Milei, inclinándose al frente para señalarle un punto de la pantalla—. Ya lo solucioné y en unas cuantas semanas voy a solucionar esta crisis económica en la que estamos metidos ahora.

En esta no, pero en otra sí | Milei x Bregman Donde viven las historias. Descúbrelo ahora