Javier tecleaba de manera automática, sumido en el olvido de lo que realmente debía plasmar en el papel digital. Escribía palabras inconexas, dispersas como su propia mente, mientras luchaba por retornar a la realidad tras flotar en una nube. Aislado en la quinta, el silencio no le ofrecía consuelo, pues el recuerdo de aquella noche persistía como si hubiera ocurrido apenas la víspera.
Sintió la suave presión en su mejilla, aquellos labios victoriosos que, con un fugaz roce, lograron transmitirle ternura. Javier apartó la mirada de la pantalla y decidió sumergirse en sus pensamientos, fijando la vista en un punto indeterminado de la habitación mientras reposaba un dedo en su barbilla, sumido en reflexión. Cerró los ojos por un breve instante y juró percibir el inconfundible aroma que caracterizaba a Bregman; un olor tan único que le fascinaba y, al mismo tiempo, lo embriagaba hasta odiarse a sí mismo.
Se retorció incómodo en su silla, abrumado por la situación en la que se encontraba. Finalmente, sus pensamientos lograron aprisionarlo entre sus peligrosos brazos, sumiéndolo en la confusión. No podía asimilarlo, comprender cómo aquel inocente beso en la mejilla lo había perturbado más que cualquier enredo político. Experimentaba un sentimiento inefable, tal vez hasta irritante, pues a pesar de su aprecio por los encuentros carnales que todo ser humano tiene derecho a disfrutar, amante del sexo como era, ansiaba únicamente revivir aquel beso, sentir nuevamente sus labios en su mejilla sin más.
Abrió los ojos, decepcionado consigo mismo por sus pensamientos caóticos, hastiado de todo y de todos, pero manteniendo la frente en alto. Se detestaba, pero no por su personalidad, ni su forma de vestir, ni siquiera por ser un hombre apasionado por el sexo; sinceramente, hasta él mismo reconocía su total entrega en ese aspecto. No, su autodesprecio no residía ahí; su verdadero conflicto radicaba en anhelar ternura, simplemente ternura; esa ternura que lo cautivó.
—Feliz cumpleaños, Javi —saludó Karina, acercándose a su hermano con alegría.
—Gracias —respondió, regresando a su realidad—, ¿Qué haces despierta a esta hora? No es tu horario.
—Para saludarte, y porque van a venir visitas muy temprano antes de que viajes devuelta —comentó—, no podés pasar trabajando sin antes un toque de descanso. Anda báñate porque se te quedó el olor de los perros, ¡Ah! Y en dos horas viene la gente así que apúrate con... Lo que sea que escribiste ahí.
Cuando los pasos de su hermana se fueron desvaneciendo, Javier regresó la mirada de la pantalla, desconcertado por sus extraños escritos que evidenciaban su falta de concentración. Luego cerró la computadora con un resoplido; no tenía paciencia para corregir sus propios desvaríos, y mucho menos para lidiar con la gente en momentos en los que ansiaba únicamente conciliar el sueño como un regalo. Al regresar a su amplia habitación, se sumergió en una ducha para aliviar sus penas, dejándose llevar por la lluvia artificial que acariciaba su cuerpo.
Terminando de arreglarse con un sencillo traje azul oscuro; casi negro, y zapatillas deportivas, ajustó con cuidado su corbata antes de salir al encuentro de la realidad que lo aguardaba. Aunque hubiera preferido vestir algo más cómodo, intuyó que las cámaras no faltarían en la celebración. Consciente de que aún faltaba una hora para la llegada de los invitados, creyó escuchar la voz de su hermana llamándolo.
—Vení, proba esto —ordenó Karina, sosteniendo en sus manos un dulce peculiar.
—¿Qué es? —preguntó su hermano, le desconcertó la idea de ser su conejillo de indias—, seguro me va hacer mal...
—No seas así, proba —interrumpió impacientada.
Revoloteando los ojos sostuvo el dulce sin rechistar, Javier lo examinó por unos momentos, su aspecto no parecía peligroso y el olor era embriagante. De un sólo bocado masticó la muestra con desdén, perplejo por la explosión de sabor que se creaba en su boca; era exquisito, describirlo de esa manera era poco.
—¿Y, te gustó? —insistió ella, colocó su mano en su cadera y sonrió por la divertida expresión.
—Está muy rico —confesó—, ¿Lo hiciste vos o lo compraste? ¿Hay más?
—No, no lo compre —respondió mientras veía para atrás—, lo trajo Myriam y ahí tiene más.
El latido en su pecho aumentó cuando oyó a su hermana hablar, se dió media vuelta y sus ojos pronto observaron la figura de Myriam parada un par de metros detrás de él. Ella traía entre sus manos un plato completamente lleno de esos dulces, y su sonrisa brillaba aún más con el tenue rayo de sol en su rostro. No fue capaz de ignorar su curiosidad y la escudriñó de pies a cabeza; le fascinaba, le encantaba la ropa que traía puesta, era elegante pero a la vez lucía totalmente su esencia.
—Que bueno, te gustó —dijo Myriam risueña—. Feliz cumpleaños.
—Ya vengo —interrumpió Karina—, voy a la cocina. Avísenme si llega alguien, ¿Myriam, segura que no querés algo de tomar?
—No, gracias —contestó, dedicándole otra sonrisa—, ¿Y, cómo estás?
Javier, que se mantuvo callado, levantó sus hombros cómo forma de respuesta, era incapaz de hablar cuando su orgullo fue golpeado en tan sólo unos segundos. Pero a pesar de ello, se acercó con firmeza para saludar a la mujer que logró meterse en sus pensamientos. Rozaron sus mejillas nuevamente, al menos; por unos segundos, pero ese saludo se sintió como una eternidad.
—¿Qué es? —preguntó Javier luego del silencio, bajando la mirada al plato—, pensé que me iba a envenenar... Pero está rico.
—Sinceramente, no me acuerdo el nombre —contestó apenada, regresando inmediatamente a su seriedad—, pero me lo preparaban cuando era chiquita. Sigue siendo mi favorito y como no te traje regalo te cociné esto.
—Gracias... —susurró, retrocediendo al tomar en cuenta que estaba invadiendo su espacio personal—, sentáte y si querés déjalo en la mesita de ahí, Kari después lo acomoda.
Myriam siguió las indicaciones de Javier y, al tomar asiento y acomodar su abrigo, notó de reojo que él tomaba otro dulce antes de comerlo de un rápido bocado. Sonrió divertida y apartó la mirada, esperando captar el preciso instante en que él masticara su creación culinaria; sin embargo, en cuanto lo hizo, Javier evitó mover la boca. Fue este inocente gesto lo que desencadenó risas estruendosas y prolongadas por parte de Bregman, risas que parecieron durar segundos interminables.
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En esta no, pero en otra sí | Milei x Bregman
Losowe(Javier Milei y Myriam Bregman): Un presidente y una diputada, enseñando su odio mutuo ante los medios como una tarea rutinaria, sin embargo, durante una noche de tormenta, un suceso inexplicable pasará. Un posible viaje a través de otro universo, v...