Capítulo 25

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Fue así hasta que oyó el toque en su puerta, que no la perturbó en lo absoluto, ya que sabía que debían traerle café cada vez que llegaba. Acomodó su escritorio para que la persona detrás de la puerta tuviera comodidad, dejando el café, y luego apartó la mirada de la puerta antes de revisar los nuevos mensajes que le acababan de llegar. Tomó su celular y con voz suave dijo: "Pase".

No tuvo la necesidad de mirar a la persona que ingresaba. Cuando leyó el misterioso mensaje en la barra de notificaciones, notó que provenía de la hermana de Javier y decía: "No se peleen, arreglen lo que sea que pasó por favor. Casi lo obligué a que se vaya con vos". Al terminar de leer, su corazón comenzó a latir desesperadamente y observó por encima de su celular esa mano familiar que depositaba con cuidado su café en la mesa. Levantó rápidamente la mirada y se encontró con el rostro cansado del mandatario, notando que Javier ya la estaba observando desde el principio.

—Buen día —saludó Javier, apartando la mirada a una pequeña tarjeta sobre la mesa; era suya y pudo reconocer su propia letra.

Myriam dejó unos papeles sobre la mesa para cubrir la tarjeta y se colocó un mechón de su propio pelo detrás de la oreja, tratando de calmar esos nervios que ahora atormentaban a su sensible corazón. Buscó las palabras tantas veces, pero con rebeldía, se aferraban a su lengua, temerosas de ser rechazadas.

—Acá está la carpeta. —Javier enseñó la carpeta y la dejó sobre la mesa—. ¿Llegas a leer antes de irte al congreso?

—Sí —dijo finalmente, dejó su celular a un lado y se enfocó en él—. ¿Algo más? Se te... Hace tarde.

—¿Estás bien? —preguntó y Myriam apartó la mirada—, Myriam, te estoy hablando.

—No me importa —contestó arisca—. Ya me trajiste la carpeta, ya podés irte, ¿O querés llegar tarde a tus viajes?

La mirada de Myriam estaba fija en su teléfono encendido; no tenía la fuerza para mirarlo a los ojos. Sin embargo, la luz de su celular se apagó cuando la mano de Javier lo cubrió por completo, arrebatándolo de la mesa para que ella se enfocara en él. Había logrado su objetivo: mientras Myriam observaba cómo Milei guardaba el celular en su bolsillo, finalmente lo vio a los ojos.

—Contame, ¿qué tenés? —ordenó él, cambiando su expresión a una seria—, porque no te devuelvo el celu.

—No seas infantil —regañó—. Déjalo dónde estaba.

—Myriam... —Javier resopló buscando paciencia—, te estoy preguntando bien, dejá de actuar así.

—¿Así cómo, Milei? —lo miró de manera desafiante—. Yo estoy bien, ¿contento? Ahora dejá mi teléfono donde estaba.

—No... —Milei dió unos cuantos pasos atrás mientras sacaba el celular de su bolsillo—, vení búscalo.

—No estoy jugando —dijo impacientada.

—Yo tampoco —respondió, enseñándole su celular—. Me estás tratando de forma infantil haciendo tus berrinches de nena chiquita, si no es así, levántate y vení búscalo. Sentada ahí mirándome con odio cuando en realidad no podés ni siquiera mantener una conversación conmigo, ¿no es de nena berrinchuda?

Había vuelto a su burla; lo odiaba, detestaba cuando utilizaba su seriedad para mofarse de ella sin siquiera mostrarle ningún tipo de expresión. Myriam resopló y se levantó de su lugar para acercarse al presidente. Él sostenía el celular en alto y cuando ella lo tomó, le dedicó otra mirada amenazante, pero él solo sonrió.

—Que orgullosa —soltó burlón, acortando la distancia antes de sostenerla por la cintura.

—Soltame —ordenó inmediatamente, colocando su mano al frente como forma de distanciarse.

Javier pasó sus manos de la cintura de Myriam a su espalda y se inclinó lo suficiente para apoyar su barbilla sobre su hombro. La abrazaba con delicadeza, esperando que Myriam lo apartara, pero sólo percibió que ella bajaba los brazos y, literalmente, no hacía nada. Él cerró los ojos mientras inhalaba su perfume y luego escondió su rostro en su cuello. Myriam no fue capaz de apartarlo, no después de darse cuenta de que sólo la estaba abrazando, pero tampoco pudo corresponder; quizás por orgullo. Sin embargo, eso no le impidió oler su perfume, una fragancia nueva que la embriagaba.

—Tenes que irte —le susurró Myriam, pero Javier no se inmutó.

Él la abrazó con un poco más de fuerza y, sin separarse, apartó su rostro de su cuello para observarla. Acercó sus labios a su mejilla y depositó un beso, al igual que ella había hecho, demostrándole con ese gesto que no deseaba pelear. Mientras alejaba sus labios, su corazón comenzaba a exaltarse y sintió el deseo de besarla. Se acercó de nuevo, depositando un beso en la comisura de sus labios, y al alejar sus labios unos centímetros, sus narices volvieron a rozarse como la noche anterior. Volvieron al debate interno que les impedía romper la tensión en la que estaban sumergiéndose.

Sin embargo, fue tal la conexión que ahora sus labios rozaron brevemente, ignorando por completo todo lo que los rodeaba, antes de unirse sin esperar nada más. Unieron sus labios en un beso lento y tierno que ambos grabaron en sus mentes; cada pequeño detalle, cerrando sus ojos para apreciarlo a profundidad. Cada uno con la tarea de succionar los labios del otro en una perfecta conexión, encajando como piezas de rompecabezas en un beso hambriento. Ninguno estaba listo para separarse, ninguno demostraba signo de querer detener sus besos.

Ella sostuvo el rostro del mandatario entre sus manos, abriendo unos centímetros su boca para que él tuviera la libertad de explorarla, hambrientos el uno al otro, intercambiando caricias de tanto en tanto mientras sus labios permanecían unidos como imanes en un beso interminable. Sumergidos en una burbuja llena de paz, incapaces de ser molestados, no hasta que finalizaron su beso con uno más largo, creando una succión que provocó un pequeño sonido al separarse.

—Desayuná conmigo —pidió Javier, abrazándola nuevamente.

—¿No tenés que irte? —preguntó, rodeando su cuello con sus brazos.

—Me voy a la tarde, Myriam —le recordó, causando que ella se avergonzara en silencio—, trae tu café yo llevo la carpeta, vamos a mi despacho.

Javier finalizó el abrazo y se dirigió al escritorio, sosteniendo la carpeta entre sus manos mientras salía del despacho, dejando a Myriam un momento para procesar lo que acababa de suceder. Ella todavía sentía la presión en sus labios como algo irreal, sonriendo de lado como si fuera una adolescente recibiendo su primer beso. Tomó la taza de café entre sus manos y siguió al mandatario con una sonrisa radiante en el rostro.

En esta no, pero en otra sí | Milei x Bregman Donde viven las historias. Descúbrelo ahora