capítulo 6

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Myriam aguardó a que Karina se alejara para decir algo. Pero antes de abrir la boca, estudió detenidamente los movimientos de Javier. Se desplazaba con parsimonia, masajeándose el cuello con gestos cansados mientras se encaminaba hacia su escritorio. En ese instante, comenzó a cuestionar su actitud. Imaginó que Javier se tomaba su tiempo para desayunar y descansar como un simple hábito, sin embargo, era posible que al estar ella presente lo interpretara como una amenaza y permaneciera en alerta hasta que ella abandonara su entorno; por eso intuyó que la falta de dicho hábito era culpa suya.

—¿Donde quedaron tus palabras? —dijo Myriam—. No estaba equivocada, sí sos un mentiroso compulsivo... Quién sabe cuántas mentira dijiste a lo largo del...

—Mí trabajo y mí vida personal son dos cosas muy distintas —interrumpió Javier—. Le recomiendo no mezclar ninguna.

—¿Por qué le mintió? —interrogó, sentándose con una pierna sobre la otra—. Acá no llego ni el olor de ese café que tomó.

Javier la observó detenidamente, escudriñando cada matiz de su expresión. Cuando finalmente esbozó una sonrisa, Myriam supo al instante que no era una sonrisa genuina. No reflejaba alegría ni empatía; en su lugar, parecía una sutil burla, similar a las anteriores. Antes de que Myriam pudiera articular una protesta, Javier se puso en pie, dejando los papeles sobre la mesa frente a ella antes de abandonar el despacho. Y la puerta quedó entreabierta, como una silenciosa promesa de su regreso.

Incapaz de comprender la repentina partida de Javier, ella desvió la mirada hacia los papeles escritos, revelando la inconfundible caligrafía del presidente. Aunque esperaba encontrar amenazas dirigidas hacia ella, las palabras plasmadas en el papel revelaron los planes que Javier tenía en mente. Defendía sus ideas con impresionantes cálculos matemáticos, que para ambos no eran más que una simple aritmética. Intuyó que él dejó esos papeles a propósito, permitiéndole a ella revisar o incluso corregir la "perfección" de sus palabras.

Una leve vibración procedente de su bolsillo la alertó sobre un mensaje entrante, y aprovechando el momento de soledad, desbloqueó la pantalla para encontrarse con los mensajes de Nico. Este comentaba sobre la repentina disputa entre él y Patricia, y con una media sonrisa, ella contuvo su carcajada al leer su humorístico mensaje narrando los hechos.

Ella le contestó a Nico de la misma manera y, conforme pasaban los minutos, empezó a carcajearse de forma inconsciente. Entre risas, comenzaron a hablar sobre temas triviales y, de repente, estaban conversando como si fueran dos hermanos que no se habían visto en mucho tiempo. En ese momento, recibió una sorprendente foto: era Nico cargando a un recién nacido en su pecho mientras estaba sentado en un sofá. Cuando preguntó sobre el bebé, él entre mensajes burlones le comentó que era su hija.

Ante la repentina sorpresa, Myriam no hizo más que cubrir sus labios con una mano mientras trataba de asimilar la noticia. Cuando seguía recibiendo mensajes de Nico, pronto oyó los pasos de alguien aproximándose al despacho. Por lo tanto, se despidió de él y, después de guardar el celular, acomodó los papeles uno sobre otro. Finalmente, observó la figura de Javier ingresar; él la miró de soslayo antes de sentarse en la silla de su escritorio, en un pulcro silencio.

—Hoy sin falta, voy aplicar lo que leyó en esos papeles —habló Javier, sosteniendo otros documentos en sus manos—. Y estos de acá, mañana por la mañana confío que usted usará su inteligencia para estudiarlos y dejar con detalle sus "ideas".

—Que milagro, por primera vez decide plantear la idea de aceptar mis métodos —dijo Myriam, pero la risa de Javier la interrumpió.

—No, mañana no voy a tener tiempo de estudiarlos —comentó—. Como obligación y deber tengo que presentarme a las reuniones asignadas para mañana.

—¿Me esta usando como último recurso?

—Le estoy pidiendo que trabaje, Bregman —respondió, salvando sus propios argumentos—. ¿Le molesta realizar algo sencillo? Señora Vicepresidente.

Entonces Javier esbozó una sonrisa altiva, consciente de que en esa confrontación había herido el orgullo y la dignidad de Bregman. A pesar de sus provocativos comentarios, esperando una respuesta feminista por parte de ella, recibió una mirada amenazante que, inconscientemente, le provocó otra risa. Justo cuando ella estuvo a punto de responder, la puerta del despacho sonó con dos suaves pero sonoros golpes; alguien había llegado, y Javier sabía quién era.

—Pase —dijo Javier, observando la puerta abrirse, antes retirar la mirada y sacar los papeles de la otra carpeta.

—Su café, vicepresidenta —habló el hombre, dejando reposar la bandeja en la mesa donde yacía Bregman.

El hombre dejó la taza de café frente a ella, acompañada por tres sobres de azúcar y una cuchara. Después, se acercó al escritorio de Javier para dejar lo último que quedaba en su bandeja: un plato con tres pedazos de bizcochuelo. La confusión se reflejó en el ceño fruncido del presidente, quien miró al hombre esperando una respuesta, pero en lugar de eso, recibió una sonrisa.

—No gracias, yo no lo pedí —reclamó Javier, recordando que solo había pedido un café para Myriam.

—No lo hizo, pero su hermana me específico que cuando usted pida algo yo le entregue los bizcochuelos —informó el hombre—. Los trajo ella.

—Ah, Gracias —contestó, viendo que el hombre se despedía antes de retirarse—. ¿Ya le llegó el olor del café, Bregman?

Myriam, con gesto serio, apartó la mirada del café y se encontró con los ojos celestes del presidente. A pesar de percibir la burla en la actitud de Javier, no pudo evitar intuir que tal vez él había tardado porque desconocía sus gustos. Quizás eligió cuidadosamente, pidiendo los sobres por separado para que, en caso de que a ella le gustara el café sin azúcar, no tuviera problemas al momento de beber. En ese instante, Myriam se dio cuenta de que detrás de la aparente burla de Javier, también había un gesto de aparente perfección en la que demostraba que sus burlas no eran agresivas, pero tiraba la indirecta que él quería dejar; simplemente "perfecto".

—Que infantil es, presidente —respondió, y negó con desaprobación.

Pero a pesar de sentirse ofendida, también tuvo que hacer el esfuerzo de contener la risa, ya que, a pesar de ser una ofensa indirecta, también tenía su gracia. Colocó un sobre de café en silencio y lo revolvió, mirando directamente al presidente, quien no hizo más que apartar el plato con los bizcochuelos para tener espacio en su escritorio.

—¿Querés uno? Agárrate —dijo él, uniendo su mirada con la de ella.

—No, gracias —contestó—. Ya es mucho dulce.

—Estos no tienen azúcar —informó Milei, sosteniendo un bizcochuelo en su mano ante la atenta mirada de Myriam—. Tienen pedacitos de manzana en su lugar, mira.

—¿Acaso tiene problemas de salud? —interrogó, viendo que él le señalaba el pedacito de manzana.

—No, me encanta el azúcar —confesó, dejando el pedazo que tocó fuera del plato; para comerlo después—. Pero Karina sabe que siempre le pongo mucha azúcar al café, y para acompañarlo con algo lo "neutraliza" trayendo estos bizcochuelos sin azúcar.

En un silencio tenso, Myriam esperó a que él dijera algo más, pero con una sola mirada suya le bastó para entender que él esperaba una respuesta de ella. Retiró su vista de él para mirar el café y comprendió que tomarlo solo le parecía algo insípido. Sin embargo, aceptar el bizcochuelo de Javier le parecía un acto que sobrepasaba la confianza que no existía entre ellos. En ese momento, Myriam se vio envuelta en un dilema interno que la dejó sin saber qué hacer.

—Sí no te gusta, no hay problema. —Volvió a hablar, captando la atención de Myriam.

—No, los voy a probar —respondió, levantándose para buscar uno y regresar a su lugar—. Gracias.

En esta no, pero en otra sí | Milei x Bregman Donde viven las historias. Descúbrelo ahora