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Trato de actuar normal, tengo que convencerme a mí mismo de que no es nada, que todo va a estar bien porque es lo que le he estado diciendo a Bill desde que nos mudamos aquí, tengo que pensar positivo, de lo contrario, sé que me volveré loco.

—¿Qué haces? —Su voz me saca de mi trance, volteo a verlo y está sentado en una silla de nuestro pequeño comedor.

—¿Qué? —Lo he escuchado, sé qué me preguntó, pero tengo que comprar tiempo para recuperar mi pulso normal, y por lo tanto, mi voz.

—¿Qué tienes? —pregunta y sé que lo sabe.

—Nada. ¿Cómo estuvo tu ducha?

—Bien, me funciona estar solo de vez en cuando.

—Ya está la cena.

Comemos en silencio, sólo se escucha la televisión de fondo, el choque de las cucharas y tenedores en los platos, y cuando dejamos los vasos en la mesa después de un sorbo. Ya sé, es el peor momento de nuestra vida juntos en nuestro departamento, porque aunque sean cosas triviales, Bill y yo siempre hablamos durante el desayuno, comida y la cena.

—Algo tienes, o estás sobrepensando algo. Sabes que cuentas conmigo.

—Lo sé, no me pasa nada.

Tenía tiempo para decidir qué hacer o cómo decírselo. Pero ahora no. Tengo tiempo.

Tengo tiempo.

Bill está dormido a mi lado, su rostro está hacia mí, y mi estómago da un vuelco cuando recuerdo la fotografía de la camioneta en la universidad en Alemania. Quiero vomitar.

Mis piernas me fallan al llegar al inodoro, voto la cena completa, la bilis y creo que mi hígado entero. Trato de regresar a la cama pero entonces noto que el sudor frío cubre mi cara.

Cuando puedo ser capaz de regresar a la habitación, noto que él está despierto también, sentado en nuestra cama.

—¿Te sientes mal?

—Sí, creo que algo me ha hecho daño.

No me detengo a ver si me ha creído o no, lo más seguro es que no me haya creído ni una sola palabra, a estas alturas debo entender que por más que le de vueltas a un asunto con otro, él ya tiene la respuesta y las miles de posibles soluciones. En fin, prefiero hacerme el imbécil un rato porque, claro, no le puedo dar esta preocupación.

—Ajá.

—¿Me prometes algo? —suelto al menos para tener una garantía de que será cuidadoso cuando salga sin mí.

—Cuando me digas lo que te pasa hablaremos y te prometeré lo que quieras.

—Bill, por favor.

—Lo he dicho.

Se recostó y ahora se voltea del otro lado para seguir dormido. Entro nuevamente a la cama y trato por todos los medios de poder conseguir que el sueño me haga perder la razón en serio, pero cuando estoy a punto de conseguirlo, mi alarma suena.

No tengo ni una pizca de humor para levantarme. Pienso seriamente en no hacerlo, quedarme en la cama a pasar el día con él, convencerlo de que no vayamos a la escuela, ni a la tienda. Sí, eso haremos.

—Buenos días, amor.

Bill talla sus ojos con sus manos como cada mañana, se estira aún acostado y empieza por levantarse de a poco hasta que está totalmente sentado en la cama.

—Dije buenos días —repite en un tono casi molesto.

—Perdón. Buenos días —digo sonriendo, bueno, lo que puede salirme como una sonrisa.

In die Nacht - Recuperándote [Parte 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora