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Despierto gracias a la misma pesadilla que me persigue desde hace unos meses. No le he querido decir nada a Tom sobre eso, pero cada vez me preocupa más.

Volteo a su lado de la cama y lo único que encuentro es una hoja de papel sobre su almohada.

Buenos días, mi vida.

Linda me llamó, llegó mercancía y hay que sacarla.

No quise despertarte así que llámame cuando leas esto.

Completamente tuyo siempre:

Tom

Sonrío porque nunca ninguno de los dos imaginó ser así de cursis algún día.

Tomo mi celular y rápidamente marco su número. Él contesta enseguida.

—Buenos días —digo en cuanto acepta la llamada.

—Buenos días. ¿Acabas de despertar?

—Sí. ¿Cómo vas?

—Bien, es demasiado. Por ahí vi algo que te podría gustar.

—Apartarlo. ¿Quieres que vaya?

—Sí, estaría bien una mano.

—Bien, me apresuro y llego.

—Eso de «me apresuro» no lo creo del todo.

—¿Qué te pasa? No dudes de mí, cuando me propongo algo lo hago. Y más si se trata de estar contigo.

—Bien, te daré el beneficio de la duda. Oye.

—Dime.

—¿Hay algo que quieras decirme?

—¿De qué hablas?

—No lo sé, en la madrugada estabas inquieto.

—Debió ser una pesadilla, nada más.

—Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿no?

—Ya sé.

—Bueno. Te veo en un rato.

—Síp.

Ambos finalizamos la llamada y entonces me doy cuenta que en vez de no preocuparlo por mis pesadillas, tal vez lo preocupo más por no contarle todo.

Aunque si le digo, sé que me dirá lo mismo que me dijo el día que estaba viendo las noticias. Y le restará importancia.

Me levanto de la cama sin importar que no me cubre nada en absoluto, entro a la ducha, salgo, me visto y maquillo rápidamente, me pongo mis accesorios y en lugar de peinar y estilizar mi cabello como me es de costumbre, opto por un gorrito de lana. Afuera hay sol, no muy común en España pero más común que en Alemania, a pesar de eso, no es problema que tenga ropa negra puesta. Siempre ha sido mi favorita. Camino hasta la parada de autobuses y ahí, abordo el que me dejará a un par de calles de la tienda donde Tom y yo trabajamos, entro y Esther me saluda desde la caja.

—¿Hoy no tienes descanso?

—Tom está en la bodega.

—Ah sí, pasa. ¿Efectivo o tarjeta?

La dejo cobrando a una chica de quizás 16 años, quien me mira de una forma un tanto extraña. Sigo caminando y aún siento su mirada en la nuca. Entro a la bodega y veo a Tom acomdando toda la ropa que ya tiene afuera, doblada y contada, pues veo la libreta intacta y bien diseñada por Linda, la gerente casi dueña de la tienda local.

—Hola, mi amor.

—Hola, ¿me pasas eso de ahí?

—Sip.

In die Nacht - Recuperándote [Parte 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora