El resto del camino estuvo silencioso, al menos por mi parte y la de Luca, pero no por Tom, él no paraba de decir cosas sobre mí. Y la que recordaré por el resto de la noche, y quien sabe si por el resto de mi vida.
—Fue lo más repugnante que he visto y que he escuchado en mi puta vida. Eres increíble, Bill.
—Tom.
Aún voy atrás, Luca a mi lado y Tom conduciendo, con la vista enfocada en el camino, tan concentrado, que no reparó en las lágrimas que caen de mis ojos y ruedan hasta mi cuello. Sólo Luca, quien lo ha reprendido. Tenía alguna respuesta atorada en mi garganta, aunque prefirió no salir.
—Gracias, Luca. ¿Quieres llevarte algo para ti?
—No, hermano. Me diste mucho en la tarde. Nos vemos pronto, Bill.
Me despido de Luca con una mano, y se va. En ningún momento escucho a Tom pedirme que me cambie de asiento. Tampoco lo hizo cuando estabamos a cuatro calles del departamento. En ningún momento me habló. No existía.
Entramos al edificio, nada. Entramos al departamento y explotó.
—Si hubieras escuchado lo que dijo.
—¿Y lo hizo? ¿No, verdad? —Vuelvo a llorar.
Pumba se hace presente y lo tomo en mis brazos, no para de ladrarle a Tom. Con Pumba en mis brazos entro hasta la habitación, quería tomar una ducha. Él entra detrás de mí.
—¡Entiende que la gente no es santa!
—Salte.
—¡Eres mío! ¿Qué creías que iba a sentir al verte en esas?
—¡Salte! ¡Sal de aquí, Tom! Antes de que digas algo que no vas a poder borrar.
—¡Ese tipo te tocó! Y el otro, el viejo verde depravado, ¡quería cojerte!
—¡Tú deberías entender que las palabras no son acciones!
—¿En serio? Yo lo vi muy seguro de que «acabaría en tu carita»
—¡Salte! —No podía parar de llorar.
—¡Calla a ese perro!
Los dos dejamos de gritar. Él sabía que ese era el límite de ambos.
—Perdón.
—Vete a la mierda, Tom.
Y salió, cerró la puerta detrás de sí, Pumba dejó de ladrar, y mis lágrimas no paraban de salir. Mis mejillas empezaban a arder.
Dejo a Pumba en el suelo y voy hasta donde está mi cuaderno de canciones, tomo una foto de Heilig y la mando por correo al profesor desde mi celular.
«Buenas noches. Le envío la canción. En este momento no tengo cabeza para ponerle un precio, sin embargo aceptaré el precio que me quiera proponer. Gracias por la confianza».
Luego de enviar el correo, entro a la ducha. No tardo mucho, sin embargo, sí lo suficiente para pensar en que esta noche ha sido la peor pelea de nuestros tres años juntos.
Salgo y lo veo sentado en la cama, también está llorando.
—Por favor, perdóname.
—Te dije que ibas a decir algo que no querías.
—Es que… Entiéndeme, te tocaron y te besaron, perdí la cabeza. Aún no puedo quitarme esa imagen.
—Te dije que ese era el plan, y estabas contento porque íbamos a conseguir el dinero, ¿eso ya se te olvidó?