· D i e c i o c h o ·

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🎶 King of my Heart 🎶

"The taste of your lips is my idea of luxury"

El nudo en el estómago no desaparece ni siquiera cuando llego a casa tiempo después. Adrien tampoco está y quizás sea mejor así. Una vez me despedí de los chicos y dejé de contener los pensamientos, estos corrieron libres por mi cabeza. Sigo enfadada con él porque le hubiese dicho lo de las llamadas a mi hermano. Siento que han invadido mi privacidad, y todo ese enfado es alimentado también por la desagradable sensación que me ha dejado haber bloqueado a Carson.

Decido calmar mi rabia con la cocina, algo que siempre funciona, pero ni siquiera preparando mi chili especial consigo que disminuya. Es difícil tomar las riendas de tu vida cuando los que te rodean se involucran en tu intimidad sin permiso.

Sin embargo, cuando Adrien llega a casa, ni siquiera cocinar me ha ayudado.

Deja la pesada mochila de pádel en la entrada, como hace siempre con sus cosas, y prácticamente corre hacia el baño.

—Hola, polilla —me saluda con una alegría que no comparto—. Eso huele genial.

Bajo el fuego de la olla pero me quedo junto a ella, revolviéndolo. No tardo mucho en escuchar como corre el agua, pero no se da una ducha muy larga. Apenas unos minutos después sale con el pelo mojado y una toalla envolviendo su cuerpo.

Trago saliva y desvío los ojos de vuelta a la olla, porque ver su torso desnudo no es algo que vaya ayudarme mucho en estos momentos.

Mientras se dirige a la habitación, sigue hablándome.

—Mierda, se me olvidó decirte. Tengo que irme corriendo porque tengo turno de noche, no ceno aquí. Cogeré algo para el camino porque no me da tiempo, el partido se alargó más de lo que imaginé.

No contesto. Sencillamente lo ignoro y sigo removiendo el chili. Empiezo a sospechar que se me da muy bien eso de ignorar a la gente. Primero a Carson, ahora a él.

—Oye, polilla, ¿estás enfadada?

Su voz suena bastante más cerca así que me vuelvo. Lo encuentro caminando hacia mí, todavía solo con la toalla envuelta alrededor de su cuerpo. Lamentablemente eso provoca un pequeño cortocircuito neuronal en mi cabeza, y en lugar de mantener mi actitud de indiferencia, respondo:

—Puede.

Adrien suspira y se acerca más a mí.

—Siento que te hayas puesto a hacer la cena y no me quede. Si no me doy prisa llegaré tarde. No quiero arriesgarme con el metro.

—No estoy enfadada por eso.

—Pero lo estás por algo.

Muy suspicaz.

Se queda quieto frente a mí, mirándome solo con la toalla atada a la cintura. Y yo empiezo a alterarme por algo más que el enfado. ¿Cómo puede estar tan tranquilo paseándose medio desnudo por casa?

Así que, traicionada de nuevo por mis nervios, le recrimino:

—Le dijiste a Gabriel lo de las llamadas de Carson. Era algo privado. Ni siquiera tendrías que haberlo visto tú.

Adrien parpadea y luego toma aire despacio. Cuando responde su voz es calmada. Sabe controlar muy bien sus emociones y también el tono con el que habla. Es algo que ya hacía de adolescente, pero ahora de adulto lo domina mucho más. Le envidio por ello.

—Lo entiendo y lo siento.

—Si lo entiendes, entonces, ¿por qué lo hiciste? Gabriel se ha preocupado mucho.

Un Inesperado NosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora