Capítulo 11

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Este es mi acto de irresponsabilidad más grande. El más injustificado moralmente hablando. Soy de las que siempre ha creído que, si se tiene cuerpo para salir hasta las tres de la madrugada, también se tiene cuerpo para levantarse a las siete e ir a trabajar.

Pero sinceramente, no me ha dado la vida.

El dolor horrible que invade mi cabeza no tiene compasión conmigo. Creo que he echado por la boca hasta lo que comí en mi comunión. Y que casi me sale un derrame en el ojo.

Irene me ha llamado unas doscientas veces. Ella está fresca como una rosa. «Años de práctica», me ha dicho. Ella está eufórica porque todos hablan de mí en el colegio, dice que están emocionados y orgullosos de tener a la autora del tema de este año como profesora de música, y que eso les dá algún tipo de estatus.

Ella les ha contado una pequeña mentira para explicar mi ausencia. Les dijo que estaba muy mal antes de la gala, y que en cuanto acabó, nos fuimos para casa porque teníamos que trabajar al día siguiente, pero que yo empecé a vomitar ya en el auto.

Diagnóstico: un virus gastrointestinal.

Incluso Rosé me ha llamado para decirme que si necesito un justificante de un médico, que ella me lo da sin problemas, porque uno de sus mejores amigos es su médico de cabecera. Sí, estoy rodeada de mentirosos.

Nunca he faltado al trabajo. Hoy es mi primera vez, y no voy a fustigarme, porque ya lo hace mi resaca por mí.

No me he movido de la cama excepto para ir al baño. Ahora estoy acostada en el sofá, con mi camiseta negra de Barbie que uso para dormir y unos shorts grises. Tengo las persianas de las ventanas enormes de mi salón abajo. Y creo son ya las doce del mediodía.

Me he tomado dos ibuprofenos. Y he bebido más agua que los peces en el rio. Y ahora no hago más que ir al baño. En uno de mis viajes me he dado un golpe muy fuerte en el dedo gordo del pie... como si no tuviera suficiente con los martillazos que tengo en la cabeza.

No debí beber así. Alcohol malo.

Tengo diez llamadas de mis padres y bastantes mensajes suyos explotando de orgullo. Pero ya hablaré con ellos más tarde. Cuando no tenga el Infierno desatado en mi cabeza, por ejemplo.

Sé que me ha escrito muchísima gente sorprendida por verme en la tele, gente que ni siquiera sabía que a mí me gusta componer. Amigos de hace años de los que no sé nada y conocidos... supongo que son cosas que suelen pasar. Pero no le pienso responder ni atender a nadie. No soporto la luz de la pantalla del celular. Solo rezo porque esto se me pase y pronto.

Doy un largo suspiro e intento encontrar la posición más cómoda para no vomitar de nuevo. Cuando la encuentro respiro profundamente disfrutando el leve alivio, pero entonces suena el timbre de mi puerta. No la de abajo, del portal. No.

Acaban de hacerlo en la puerta de mi casa. Así que me veo invadida por el Grinch y me levanto del sofá como puedo.

Llego a la puerta blanca de la entrada, y miro a través de la mirilla. A ver quién es el que me está jodiendo la existencia, pero me quedo congelada. Es Lisa.

Vuelvo a mirar.

Sí. Es ella. Y yo no entiendo nada.

Dios santo, y parece que ayer se fue a tomar un café en vez de haberse ido de gala y de fiesta. No lo crel. ¿Y ella cómo sabe dónde vivo?

—Ábreme, Jennie —me dice suavemente, sin alzar la voz.

Dudo unos segundos hasta que abro la puerta.
Ella huele a melocotón y yo huelo a destilería.

Y está perfecta. Lleva una chaquetilla tres cuartos gris, unos jeans cortos por los tobillos y unas deportivas blancas. Y se ha colocado la capucha por encima de su melena suelta y brillante. Sus ojos marrones y enormes me están mirando, pero ya no juzgan. Tienen otro sentimiento. ¿Lástima? O ¿culpa?

MY ONLY WISH | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora