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Oikawa

El taxi se detiene frente al edificio donde vive ella y Díaz, con una sonrisa nerviosa, me indica que hemos llegado. Estoy confundido; este no es mi hotel.

—¿__(tn)? ¿Qué está pasando?— pregunto, mientras el taxista descarga nuestras maletas.

—Te lo explico todo arriba, Tooru— dice ella, evitando mi mirada. Subimos por el ascensor, hablando de trivialidades. El silencio incómodo se llena con comentarios sobre el clima y la ciudad, pero mi mente está en otro lugar, tratando de descifrar y entender su comportamiento.

Ella abre la puerta de su apartamento y nos invita a entrar.

—Pasen, chicos. —dice, con una voz llena de ansiedad.

La miro acusadoramente, al entender lo que ocurre. No y no.

—Díaz, no pienso dejar que Shoyo se quede contigo —le digo, cruzándome de brazos. —; No es apropiado, y...

Ella se ríe, cortando mis preocupaciones.

—No, Tooru, Shoyo no se va a quedar conmigo. Se va a quedar en el departamento de enfrente —explica, señalando la puerta. —Estoy esperando que me traigan las llaves. Hice un arreglo con mi vecina que se fue de viaje. A cambio de cuidar su lugar, ella me permitió que se quede tu amigo. Procurando que no rompa nada, obvio.

—¿Y tú? —pregunto, aún confundido.

—¿Yo, qué? Me quedo acá, obvio. Y como parte del trato, tengo que hacerle esos postres que tanto le gustan cuando regrese —dice Díaz, con una sonrisa cómplice.

Shoyo, que había estado observando nuestro intercambio con una mezcla de diversión y curiosidad, finalmente interviene.

—Bueno, mientras haya comida de por medio, no me quejo —comenta, y reímos, aliviando la tensión.

Gracias, Shoyo. Supongo.

Díaz se ríe y asiente.

—Entonces, mientras esperamos que el nieto de mi vecina nos traiga las llaves, ¿qué les parece si cocino algo típico Argentina? Puedo hacer empanadas— sugiere con entusiasmo.

Nos dirigimos a la cocina, siguiendola, y Díaz comienza a sacar los ingredientes.

—¿Alguna vez hicieron empanadas?— pregunta, mirándonos con expectación.

—Nunca, pero estoy dispuesto a aprender— responde Shoyo, rodándose las mangas.

—Estoy más acostumbrado a pedirlas que a hacerlas —admito con una sonrisa.

Díaz nos guía a través de cada paso, desde amasar la masa hasta rellenarla con carne picada, huevo duro, aceitunas y especias. La cocina se llena con el aroma de la cebolla y el pimentón mientras reímos y compartimos historias.

—Espera, ¿así se cierran? —pregunta Shoyo, luchando con los bordes de su empanada.

—Dejá que te muestre —dice ella, tomando la empanada de Shoyo y haciendo un repulgue perfecto. —Está todo en la técnica.

Shoyo intenta imitarla, y después de varios intentos, logra un cierre desastroso.

—¡Mira, lo hice! —exclama, orgulloso.

—¡Muy bien, Shoyo! —lo felicitó, y Díaz aplaude su esfuerzo. Aunque es esapontoso ese esfuerzo, preferiría que no lo haga mas.

Finalmente, las empanadas están listas para ir al horno. Mientras se cocinan, nos sentamos en su living, hablando y disfrutando de la compañía del otro.

El timbre del horno anuncia que las empanadas están listas, y ella las saca, están doradas y crujientes.

—Acá tienen, empanadas caseras— dice, colocándolas en la mesa.

El almuerzo es un éxito total. Las empanadas son un éxito, y Shoyo no puede dejar de elogiar las habilidades culinarias de Díaz.
Cosa que se ganó cierta mirada mía de vez en cuando y me acerqué más a ella, demostrando mi posición.

Al rato, el nieto de su vecina llega, entregando las llaves y se quedan unos segundos hablando. Escucho como ríen y luego se despiden.

—Tomá —le entrega las llaves al peli anaranjado.—. Cuidá muy bien de su depto. Me mata si no.

Shoyo ríe y asiente, agradeciendole y tomandolo como una misión.

Este chico no cambia...

•••
¡hola y adiós!

Argentoto || Oikawa Tooru Y Tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora