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Díaz

Me encontraba sola en casa, disfrutando de un día libre mientras Oikawa estaba en su entrenamiento intensivo. Aunque una parte de mí deseaba ir a verlo, sabía que no podía interrumpir su concentración.
Pero las ganasde hacer algo no se iban, se estaba preparandouna tormenta afuera pero me siento cual gato enjaulado.

Justo cuando consideraba la posibilidad de salir, el timbre sonó. Al abrir la puerta, me encontré con Shoyo, su presencia inesperada fue como una respuesta a mis plegarias. Gracias Dios de la diversión.

—Me aburría y pensé que podríamos hablar— dijo con una sonrisa que no pude evitar corresponder.

—Obvio, pasá— le dije, abriéndole la puerta.

Nos acomodamos en el living, y a través de la ventana, observamos cómo las nubes oscuras comenzaban a largar ese característico ruido.

—Es típico en Argentina comer torta fritas con este clima— comenté, recordando las tradiciones que mi abuela y madre solía compartir. Más bien, imponer en mi casa.

Shoyo se mostró emocionado ante la idea.

—¿Podemos hacerlas? —preguntó con entusiasmo.

Obvio que le dije que sí y en menos de cinco minutos, ya estabamos preparando las cosas. Le expliqué la 'formula secreta' y este empezó a poner manos en la masa, literalmente. Mientras yo le echaba agua y el amasaba, empezó a preguntarme cosas de Argentina, como todo buen turista.

Le conté sobre las pequeñas cosas que hacían a este lugar especial, sobre los sabores y sonidos que llenaban las calles de Buenos Aires. Y entonces, casi sin darme cuenta, la conversación se desvió hacia Oikawa.

—Shoyo, vos conociste a Oikawa en Japón, ¿no? ¿Cómo era él en esos días?— pregunté, mientras partía la grasa para que se derritese más fácil.

Shoyo sonrió, un brillo nostálgico apareció en sus ojos.
Lo cual me resultó raro, no creí que la gente fuera capaz de eso.

—Oh, Oikawa siempre fue impresionante en la cancha. Era el tipo de jugador que no solo jugaba, sino que realmente entendía el juego. Y aunque éramos rivales, siempre lo respeté —comenzó, y su voz se llenó de recuerdos.

—¿Rivales, eh? ¿Alguna vez te ganó? —bromeé, intentando aligerar el ambiente.

—Unas cuantas veces—admitió Shoyo con una risa. —Pero también le gané yo. Nuestros partidos eran intensos. Oikawa tenía esta manera de motivar a su equipo, de empujarlos a ser mejores. Y su saque... era algo de otro mundo.

Mientras hablábamos, la tormenta afuera parecía intensificarse, pero el calor del apartamento y la compañía del pelinaranja lo hacía mucho más llevadero. Fui preparando las cosas para el mate y nuestra merienda express.

—Debe haber sido increíble verlo jugar en esos días —dije, imaginándome los gimnasios llenos y la emoción de los partidos.

—Lo fue —confirmó Shoyo. —. Y sabes, a pesar de que siempre quería ganar, había una especie de... admiración entre nosotros. Después de todo, es difícil no admirar a alguien que pone tanto corazón en lo que hace.

—Sí, creo que sí..., tiene tanta confianza que es como un imán, te atrae.

—Demasiada arrogancia diría yo, recuerdo cuando un amigo mío, Kageyama, quiso pedirle unos consejos y él hizo que su sobrino le sacase una foto burlándose de él —comentó riéndose—, recuerdo que cuando me lo dijo no pude evitar burlarme de él. Pero, es buena gente Oikawa, quitando alguna que otra situacion es bueno en lo que hace y como actúa.

—Yo diría que sí, lo conozco, no te digo hace años pero lo suficiente como para decirte que maduró, supongo, en algunas cosas por como lo decís, pero la esencia nunca hay que perderla. Es algo que tenemos que llevarla hasta la tumba, es nuestra. No tiene que hacernos uno más del montón.

Shoyo me miraba con unos ojos que decían que estaba impresionado por mis palabras y hasta conmocionado, como si quisiera llorar, aunque literalmente no haya dicho nada poético.
Sorbió su nariz y asintió estando de acuerdo conmigo.

 —Díaz, prometo cocinarte algo típico de Japón la próxima vez que nos veamos. Quiero que experimentes los sabores de mi país.

Asentí, emocionada por la sorpresa tan repentina.

—Será un trueque justo. Torta frita, por sabores japoneses— dije, y en ese momento, sentí que estábamos construyendo algo más que una simple amistad. Algo más fuerte y fue agradable.—. ¿Noche de Tacos? Invito a una amiga mía —propuse.

—Le enviaré el mensaje a Oikawa, ¿quieres? —asentí con gusto mientras tomaba del mate. Ciertamente tuve que descrifar lo que quería decir porque tenía una torta frita entera en su boca. Fue increíble y algo impactante de ver.

—Yo le envío a Sofía. Tomá —le paso el mate y él lo toma, le da el primer sorbo y hace cara de asco.

—Esta medio... amargo, creo qué no me gusta su mate... pero a todo el mundo le gusta. —reí por su gesto y decepción, le agregué azúcar y le volví a ofrecer.

—¿Mejor? —pregunto al ver que toma.

—Mejoró bastante, ¡si! —Contesta feliz, volviendo a tomar.

•••
¡hola y adiós!

Argentoto || Oikawa Tooru Y Tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora