37

1.3K 152 19
                                    

Oikawa

La cancha de voleibol en San Juan estaba que arde. El sol del mediodía cae con ganas sobre el pavimento caliente, y el aire vibra con el calor. Estamos todos aquí, dispersos en pequeños grupos, recuperando el aliento después de una sesión intensa de entrenamiento. Mis amigos, los de siempre, están a mi alrededor estirando "sus patitas" (como les digo y me burlo de ellos), hablando de tácticas que pueden mejorar, pero mi mente está en otro lugar, perdida precisamente en Buenos Aires. Precisamente en cierto departamento, en cierta cafetería y cierta compañía. Resoplo a la vez que estiro mi pierna derecha y toco la punta de mi pie. ¿Que me hiciste, __(tn)?

El sonido de un teléfono interrumpe mis pensamientos. Es el de Rodrigo, un defensor con el que no tengo tanta afinidad como con Juan o Felipe, pero nos llevamos bien. Él está o estaba saliendo con Sofía, la amiga de Díaz. Espero que su relación al menos, prospere. ¿Cómo hará con la distancia?

Rodrigo contesta y su expresión cambia de inmediato.

—¿Me estás jodiendo? —dice, y todos lo miramos, una mezcla de preocupación y curiosidad en nuestros rostros. Dejo de estirar y me levanto tomando la botella de agua y beber de esta solo para poder escuchar mejor el "chisme" como dice Juan.

—¿Qué pasó culiao?— pregunta Román.
"Culiao" reí interno. Esa palabra siempre me causa gracia.

Rodrigo me mira, sus gestos me muestran una mezcla de sorpresa y algo que no logro descifrar. Me invade un sentimiento de miedo y ansiedad al ver que me mira y soy el responsable de lo que sea qué esté pasando.

—Sofía —comienza, y siento cómo mi corazón se acelera. —Ella me pregunta dónde estamos, que no estamos en el hotel. —se aleja del micrófono de su celular y lo tapa, susurrando—: Está re caliente. —¡esa expresión la conozco!

Arrugo el ceño.

—¿Por qué te dice que está caliente sabiendo que estás lejos, boludo? No podés ir a tener relaciones con ella.

Rodrigo me mira y pone los ojos en blanco y vuelve a hablar por teléfono.

—Toto, sos un estúpido boludo, dejate de joder —Pablo se ríe.

—¿Te acordás cual era la otra definición de caliente? Ya llevas bastante tiempo en Argentina, no podes olvidarte y acordarte a cada rato —agregó Felipe.

—Enojada, es la palabra que buscas, boludito —Juan golpeó mi hombro.

—Ah —suelto. Que vergüenza, señor.

—Estamos en San Juan desde hace dos días —escucho como responde de fondo, y puedo ver cómo procesa la información que escucha por la otra línea.

—Sí, pasa que a veces me olvido pero me acuerdo... como que me funciona pero no —agrego, sin despegar la vista de Rodrigo y de sus expresiones. Aprieto la botella en mis manos, inconsciente, por la incertidumbre.

Este, abre sus ojos a más no poder y voltea su cabeza, despacio, mirándome con algo de ¿miedo y compasión? Y entonces, como si fuera una cascada, las palabras fluyen y la verdad sale a la luz. El malentendido con Díaz y Hinata, cómo fui un tarado por no dejarla explicar. Que lo que escuché, esas palabras que me destrozaron, eran para mí, no para Hinata. A medida que el sigue contándome, mi cuerpo no reacciona.

La botella se me cae de las manos, el agua se derrama sin que me importe. Soy un tarado impulsivo. Dejé a la chica que quiero en Buenos Aires y todo por no querer escucharla. Estaba tan lastimado, tan absorto en mis pensamientos, que no quise escuchar nada.

Rápidamente saco mi celular y busco el próximo vuelo a Buenos Aires. Hay uno en 9 horas. Tengo tiempo. Quisiera llamar a Díaz, pero bloqueé y eliminé su número al pensar que me había estado boludeando.

Pablo, que estuvo observando toda la escena, se acerca.

—¿Qué haces, hermano?

—Voy a Buenos Aires—, digo, apenas en un susurro. —Tengo que arreglar esto. Tengo que verla, explicarle, pedirle perdón.

Pablo me mira, su expresión es una mezcla de sorpresa y comprensión.

—Y... sos medio tontito —rié—. Un tarado impulsivo, Oikawa, pero tenés corazón. Andá y recuperala, flaco.

Asiento, agradecido por su apoyo. Me dirijo hacia la salida del club, hacia mi departamento con una determinación que no sabía que tenía para algo más que no fuera a la hora del juego. El voleibol siempre ha sido mi vida, pero ahora hay algo más, alguien más importante. Alguien que no estoy dispuesto a perder por un estúpido malentendido.

Mientras camino, siento cómo el peso de los últimos días comienza a levantarse. La posibilidad de ver a Díaz, de explicarle todo, de decirle cuánto significa para mí, me llena de tanta alegría, tanta esperanza y emoción como un chico pequeño cuando ve a su super héroe favorito. Me siento de nuevo un niño pequeño. Me gusta.

Llego a casa y compro el boleto para el próximo vuelo. Mientras espero, los nervios y la ansiedad me invaden. ¿Y si ella no quiere verme? ¿Y si es demasiado tarde? Pero no, no puedo pensar así. Tengo que creer que aún hay una oportunidad para nosotros.

El tiempo pasa lentamente mientras espero. Cada minuto se siente como una hora, cada hora como un día.

Mi cabeza es un torbellino de emociones. Repaso una y otra vez lo que le diré a Díaz, cómo le explicaré mi reacción, cómo le mostraré que ella es lo más importante para mí.

Y, cuando menos me di cuenta (después de tanto analizar, pensar, debatir conmigo mismo), ya estaba llegando a la ciudad. Mi ciudad.

Cuando el avión aterriza en Buenos Aires, siento un alivio inmenso. Estoy de vuelta, y esta vez, no voy a dejar que nada ni nadie se interponga entre nosotros. __(tn), estoy acá, y voy a hacer todo lo posible para que me perdones y para que podamos empezar de nuevo.

•••
¡hola y adiós!

Argentoto || Oikawa Tooru Y Tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora