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Díaz

Después de horas interminables en el micro, bajo con las piernas acalambradas y el culo adolorido de estar DEMASIADO tiempo sentada. La tabla me van a decir, sobre todo mi hermosa amiga Sofía (nótese el sarcasmo). El avión hubiera sido más rápido y cómodo, pero demasiado caro para mi bolsillo. Soy apenas una pobre estudiante, literalmente.
La terminal de San Juan tiene un aire campestre, me encanta, tan distinto a la terminal de Buenos Aires.

Me estiro intentando aliviar mi cuerpo y piernas, la espalda me esta matando. Respiro el olor distinto de San Juan, algo que me encanta de viajar es esto. Respirar cada destino al que voy, tiene un aire y sensación distinta. No estoy loca, lo juro.

Caminando con precaución pero con seguridad porque no quiero parecer una turista, me acerco a un taxi. No tengo batería y en la mitad del viaje no tuve señal. Me olvidé por completo de cargar el celular.

—Hola, buenas... ¿Puede llevarme al club de voley de San Juan? —pregunto al taxista, esperando que conozca el lugar. Asiente y me dice que sí, que me lleva.

Al bajar del taxi, trago saliva y respiro hondo, intentando calmarme. Es temprano, pero gracias a la información que Sofía consiguió de Rodrigo, sé que deberían estar entrenando. Entro al club con cuidado, observando todo a mi alrededor.

Pero, escucho mi nombre y no es la voz del hombreque quiero. Son los compañeros del castaño, preguntándome qué hago allí.

—¿Dónde está Toto? —pregunto con algo de vergüenza.

—Se fue a Buenos Aires ayer, buscándote —responden, y me quedo inmóvil, incrédula. Se cagan de risa de la situación, haciendo comentarios y no los culpo. Por favor, que vergüenza. Parece la típica telenovela donde ambos se encuentran pero se desencuen...tran... la re puta madre.
Soy esa. Esperá.

¡¿Qué?! ¡¿cómo que ayer?! ¡hijo de mil puta!

Pablo, uno de los compañeros, llama al susodicho y le comenta lo que está pasando. Veo que se rié y me pasa su celular con una sonrisa amable.
Que buen hombre.

Quédate en San Juan —me dice. Se lo nota ansioso, habla muy rápido. —Ya saqué pasaje para ir a verte. Necesito verte, quédate ahí.

Las lágrimas brotan de mis ojos mientras asiento con la cabeza, aunque él no pueda verme. Es un hijo de puta por hacerme esto pero... no sé, escuchar esas palabras, escuchar eso viniendo de él...

—Por favor —digo sorbiendo mi nariz.

Te prometo... te prometo que no voy a dejar que me ciegen mis emociones otra vez. Me sentí abrumado, sentí... que te perdí y me sentí... ¿sabes que? No es momento de hablarlo por acá. En unas hora estoy ahí contigo, quedate con los pibes, por favor. Te quiero, ¿sabes?

Y cortó.

—Ya viene —les digo algo apenada—. Me pi-

—Ya sabemos, tranquila —me corta Pablo.—. ¿Querés quedarte hasta que terminemos de entrenar?

—Después te acompañamos al aeropuerto así se ven y dejan de romper las pelotas.

—¡Juan! Sorete —le pega otro compañero, que si no mal recuerdo, se llama Felipe.

Reí.

—Sí, por favor. Juro que no soy tan dramática pero este pibe...

—Sí, te entendemos —habla Pablo—, es muy dramático el chiquito este. No sé con que los criarán en Japon, todos son muy-

—Putos.

—¡Juan! —volvió a pegarle Felipe.

Que bien me caen. Son unos tipazos.

—No los molesto más, voy a las gradas de ahí arriba. Ah, de casualidad ¿tienen cargador? Me quedé sin batería.

—Román tenía —dice Juan y procede a llamarlo—. ¡Eh! Romancito —le chifla—, cargador para la señorita.

Juan es idéntico a Sofía...

•••
¡hola y adiós!

Argentoto || Oikawa Tooru Y Tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora