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Díaz

El cielo con sus tonos anaranjados y rosados le daba vida a las casas, veredas y árboles de las calles de Recoleta. Le daba cierta vida y un color pintoresco que sentía que me transportaba a cierta época donde esta arquitectura era lo último a la moda.

—Siempre me llamó la atención este barrio. —comenté abrazada a su brazo mientras caminabamos.—Cada uno cuenta una historia, una vida pasada. Está muy bueno, ¿o no?

Toto asintió, su atención parecía esta dividida entre mi presencia y las casas del barrio que miraba con tanta atención.

Caminamos unos momentos más, en silencio sintiendo la cercanía del otro hasta que cierto capitan habló.

—El otro día, durante el partido, no podía dejar de buscarte entre la multitud. Nunca me había pasado algo así. Me preocupaba perder el control, pero al mismo tiempo, era una distracción bienvenida. No sé como explicarlo pero era preocupante pero fascinante al mismo tiempo —rió nervioso.

Opté por sonreír y reír casi en un murmuro. No es noticia alguna que en el segundo set haya perdido el control y jugó pésimo. Sus compañeros parecían que querían mandarlo a la mierda.
Seguimos caminando un poco más hasta que vimos una pequeña plaza y decidimos sentarnos en unas hamacas que estaban vacías.
Un vago recuerdo de cuando era chica inundó mi cabeza, llenando de nostalgia mi cuerpo.

—Ganamos ese partido —continuó Oikawa—, y ahora estamos en cuartos de final. Tengo que volver a San Juan para entrenar, para darlo todo y tener la oportunidad de unirme al equipo Nacional Argentino.

—Es una buena oportunidad —respondí, estaba feliz y orgullosa por él, no miento. Pero estaba triste porque se me iba...—. Pero, te voy a extrañar.

El castaño tomó mi mano entre las suyas y me miró decidido con una dulce sonrisa.

—Yo también pero no es que me voy a otro continente. Vuelvo a San Juan, está a unas horas...

—Podemos mantenernos en contacto —propuse, tratando de sonar optimista.—. Llamadas, mensajes... pero no va a ser lo mismo.

—Lo sé —admitió Oikawa.—. Ya sé, digo. Pero cada vez que hable contigo, sería como si estuvieras a mi lado.

Seguimos hablando un poco más hasta que él me dijo que quería visitar el famoso Cementerio de Recoleta.  Es digno de llamarse todo un turista.
Reí interna.

—Prometeme que no me vas a dejar clavada y tampoco vas a mirar a otra mujer de San Juan —hablé, deteniéndome frente a la entrada.

—Te lo prometo— respondió Oikawa, sellando su promesa con un beso. Y burlándose por esto último que dije.

Y justo cuando él quiso volver a darme un beso, una paloma decidió intervenir. Aleteó con fuerza, desequilibrándose y cayendo directamente sobre la cabeza de Oikawa.

—¡Toto, tenés un nuevo admirador! —reí, ahora yo burlandome de él— el Gran Rey parece que tiene súbditos.

Oikawa, con plumas enredadas en el cabello, miró a la paloma con una mezcla de sorpresa y molestia.

—¿En serio? ¿De todas las personas en el mundo, tenía que elegirme a mí?

La paloma, aparentemente ofendida por su reacción, picoteó su cabeza antes de irse volando.

No podía contener la risa. Esto parece sacado de una serie.

—Creo que te acaba de declarar su amor.

Oikawa se pasó la mano por el pelo, tratando de deshacerse de las plumas.

—Esto no estaba en mi plan romántico —se quejó.

—¿Ah, no? ¿Y que estaba dentro de tú plan?

Este sonrió coqueto y tomó mi cintura haciendo que pegue mi pecho con el suyo.

—Un poco de esto y de aquello, ya sabes —susurró en mis labios altanero y me besó nuevamente.

—Besarme frente a un cementerio tampoco es muy romántico que digamos...

Este se separó y se rascó la nuca avergonzado y molesto.

—Tenés razón, no lo pensé tanto. Pero igual quería darte un beso.

Sonreí y le guiñé un ojo, agarrando su mano y llevándolo a recorrer el cementerio.
Aún no logro entender a los turistas, incluso nosotros, que les gusta ver un cementerio...
Raro, pero orgullosa de ser Argentina y tener esta atracción turística que destaca.

•••
¡hola y adiós!

Argentoto || Oikawa Tooru Y Tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora