Capítulo XXIV

123 5 1
                                    


Llego a Ezeiza a las 18:00. Me acerco a la ventanilla de Iberia y confirmo que solo viajaré con una mochila de mano, ¿para qué necesito más que dos mudas de ropa? Solo iré a decirle a un hombre que lo amo y luego volveré porque él no dejará a su vida y su novia en Inglaterra para seguirme. ¿O sí? Quizás Juli vio demasiadas comedias románticas para introducirme esos pensamientos como escenarios posibles. La mujer que se encuentra del otro lado del mostrador me da mi pasaje una vez que le muestro mi pasaporte y me desea un buen vuelo. Más que un buen vuelo necesito buena suerte para no morir de la vergüenza.

Subo a realizar migraciones, no sin antes pasar por el scanner de seguridad. Al no tener ningún metal sobre mí, paso sin problemas. Hago migraciones y paso a la zona internacional donde el principal atractivo es el free shop. Allí me compro un perfume que quería desde hace un tiempo, el Daisy de Marc Jacobs. Una vez pago, voy a la puerta de mi vuelo, la A17. Me siento y comienzo a preocuparme. ¿Y si se ríe en mi cara?, ¿y si me dice que siente lo mismo?, ¿y si me dice que en algún momento lo sintió, pero ya no porque lo decepcioné?

Cuando comienzan a llamar a los pasajeros de mi vuelo, me levanto y casi que corro hasta la puerta, donde una tripulante de cabina, una vez que le muestro pasaje y pasaporte, me deja pasar. Una vez que me siento en mi lugar, guardo la mochila abajo del asiento delantero y me pongo el cinturón de seguridad. Una hora más tarde estamos despegando luego de ver en las pantallas las medidas de seguridad.


A lo largo del vuelo, vuelvo una y otra vez a las diez cartas que he recibido, esas notas sin remitente y que poseen todas la misma caligrafía. Diez cartas en las que este remitente anónimo me da ánimos para seguir, incluso cuando no puedo más. Las leo y releo, una y otra y otra vez. ¿Serán de él? Y, de repente, recuerdo una foto que me envió Juli de una noche de concentración: durante la fecha FIFA de octubre hicieron un campeonato de truco y se sacaron un montón de fotos, no sólo de ellos, sino también de las pizarras. Abro mi celular que está en modo avión y busco esas fotos que compartió mi amigo por el grupo de WhatsApp de "Los tres chiflados". Llego a unas fotos en las que se ve a Emiliano escribiendo en una pizarra. ¿No es la misma letra?

Cuando no puedo seguir pensando más en ello porque me volveré loca en cualquier momento, saco de mi mochila un libro de James Joyce, "Dublineses", un cuentario ambientado en la Dublín de principios del siglo XX. Intento leer "Evelyn", uno de mis cuentos favoritos, pero no puedo avanzar con la lectura a causa de mis pensamientos, por lo que decido cerrar el libro e intentar dormir un rato.


Sueño con el día que lo conocí. Él acababa de llegar al predio. Recuerdo que vestía un buzo color gris con una campera negra sobre él, un pantalón deportivo color negro y unas zapatillas deportivas blancas. Buscaba un lugar para estacionar su auto, un 208 color azul eléctrico, nunca me había imaginado que un hombre como él pudiese manejar un auto como ese, ya que siempre tienden a usar camionetas y vehículos despampanantes, pero él llegó con el que después, en el juicio, me enteré que era el auto de sus padres. Estacionaba sin percatarse de que yo estaba dando marcha atrás para salir luego de una fugaz visita a mi papá hace dos años. Visita que logré hacer al predio después de los mil y un controles, ya que ellos estaban por comenzar la concentración para luego jugar la Copa América del 2021. Por lo tanto: PUM. Choque. Bajé del auto y comencé a mirar el golpe que se había hecho: una de las luces traseras estaba rota, no podría volver por la autopista. Recuerdo que lo miré completamente abrumada: el auto que tanto me había costado conseguir, el auto que logré comprarme luego de dos años de conciertos en bares noche de por medio y con la ayuda de mis padres, iba a necesitar con urgencia su primer arreglo... arreglo que no iba a ser capaz de afrontar por mis propios medios. Me puteó, lo puteé. Nos puteamos mutuamente. En ese momento no me percaté, pero ahora que lo recuerdo mejor, puedo notar cómo es que no le prestaba tanta atención a su auto, sino al mío. A continuación, nos pasamos los datos del seguro.

Labyrinth | Emiliano MartínezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora