Capítulo XXIX

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Me despierto cuando suena mi celular. Es la alarma a las 8:00. Me cambio de ropa y bajo a desayunar algo, intentando hacer el menor ruido posible, lo que es en vano, ya que Emiliano está sentado en la isla desayunando y leyendo algo en su celular mientras desayuna un café con leche y una tostada con mermelada de frutilla (en realidad, creo que hubo una tostada más, pero ya se la debe de haber comido). Camino hasta él, lo saludo con un beso en la sien y voy hasta la mesada para servirme un poco de café. Me pregunta cómo dormí y le respondo que estuve preocupada toda la noche. Cuando me mira sin entender, levantando la mirada de su teléfono, le digo que le mentí a mamá, que no he tocado ni media fotocopia de la materia que debo rendir en una semana. Se ríe, para luego preguntarme si necesito algo.

– ¿Tenés tiempo? –digo irónica.

– No, pero te puedo dar mi oído para que me cuentes lo que necesites contarme –dice con una sonrisa.

– ¿Tenés algunas hojas que no uses?, ¿hojas borrador?

– Sí. Ya te busco. ¿Lapicera también necesitas? –dice parándose y yendo a buscar a un cuartito que hay entre la cocina y la cochera.

– O lápiz –grito desde donde estoy.

A los pocos minutos regresa con algunas (cuantas) hojas borrador que me servirán para estudiar antes de que mi madre ordene matarme y colgar mi cabeza en plena plaza Chamberlain.


Una vez que terminamos de desayunar, voy hasta la habitación en la que me estoy quedando y agarro mi computadora donde tengo todos los textos teóricos digitalizados. Bajo con la computadora y abro el primer texto: "La técnica de la orquesta contemporánea" de Alfredo Casella y Virgilio Mortari. Y comienzo a leer

"Capítulo I. El sonido. Todos los sonidos y todos los ruidos que oímos proceden siempre de algún cuerpo que los emite: este cuerpo se llama fuente sonora. Para que el sonido sea emitido es necesario que la fuente vibre bastante rápidamente; debe cumplir no menos de 16 oscilaciones por segundo."

A lo largo de las doscientas páginas que componen este texto (cuya mayoría está repleta de pentagramas con ejemplos), subrayo lo que considero importante y me armo un cuadro sinóptico en una de las hojas que me dio Emiliano.

Al finalizar, siento que la cabeza me está por explotar. Miro la hora y son las 13:00. Miro para mis costados y no está Emiliano. Subo y lo veo acostado en su cama mirando el celular.

– ¿Necesitas el oído? –pregunta levantando su mirada y mirando hacia donde estoy parada: la puerta de su habitación.

– No. De hecho, te iba a preguntar por el almuerzo.

– Hoy me toca la torre de zucchini –lo miro sin entender qué es lo que le toca comer–. Qué bueno que no sabés que es. Así cocino yo –dice levantándose de golpe de la cama y caminando hasta la puerta, para luego abrazarme y besarme.

Río y lo acompaño a la cocina, pero me obliga a quedarme en el comedor y continuar estudiando, por lo que decido releer los apuntes realizados, teniendo en cuenta que para el examen debo llevar resuelto un arreglo para el tipo de ensamble que yo quiera de alguna canción popular.

Una vez que está el almuerzo, dejo el texto teórico que me ha tomado toda la mañana y voy hasta la cocina. Nos sentamos uno frente al otro y comienza a preguntarme cómo ha sido mi mañana. Lo miro seria y se ríe, por lo que comienzo a reír. Le cuento todo lo que he estudiado, que ya me duele el cerebro de tanto tiempo concentrada. Mientras tanto, él me mira y parece fascinado de cada cosa que digo, como si fuese una gran enciclopedia de la historia universal que debe ser aprendida de comienzo a fin.

Labyrinth | Emiliano MartínezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora