Capítulo XXVI

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Camino hasta la estación de autobuses. Camino pensando en todo lo que me dijo, en todo lo que nos dijimos. Fue explícito: sintió algo por mí y lo lastimé... y lo lastimo. Camino hasta la estación en el medio de la noche. Son las 20:20. La oscuridad de la noche se atenúa con las luces que enmarcan las calles. Se huele el frío más intenso que he experimentado en toda mi vida. Camino a pesar de que me duelen los pies, camino a pesar del cansancio que se ha apoderado de mi cuerpo. En una hora sale el último autobús a Mánchester, que tarda unas dos horas y media. Llegaría a las doce de la noche. Apenas suba al autobús, llamaré a Juli, pidiéndole que me vaya a buscar para esa hora. Me quito una lágrima, pero me doy cuenta al instante que son muchas más las que salen de mis ojos. No puedo creer que vine hasta acá para esto. Sí, me alegra haber escuchado la declaración de Emiliano, pero no cambia en nada lo que estoy viviendo. Es más, lo empeora: saber que sintió algo verdadero por mí mientras yo miraba para cualquier otro lado, saber que hubo alguien en este mundo que me quiso a pesar de la basura de persona que soy, a pesar de la basura de persona que le demostré ser, saber que hubo alguien a quien podía llamar en el medio de la noche, alguien a quien pedirle una mano cuando fuese necesaria sin sentir que era una carga...

Camino por el medio de la vereda esperando que no me pase nada. Pero, ¿qué cosa peor que esto podría suceder? Todo lo que podía tener ya está perdido. Podría haber decidido quedarme con el hombre al que amo en lugar de ser una boluda total que solo piensa en el "qué dirán". Pero, no. Me convertí en una versión más boluda de mamá. Al menos ella pudo formar una familia con el amor de su vida, pudo seguir teniendo contacto con él. Pero yo... yo ni eso logré.


– ¡Micaela, subí al auto! –escucho que dicen. Me giro para ver a la calle.

– Emiliano... –digo parándome en seco.

– Sí, bonita. Soy yo –dice rodando sus ojos–. Subite al auto.

– No. Tengo que ir a la estación –digo reanudando mi caminata.

– Micaela Benedetta Scaloni: son las 20:30, está oscuro, hace frío... ¿Podés subirte al auto?

– No, gracias.

– Listo –dice parando el auto en el medio de la calle. Se baja del vehículo y camina hacia mí–. No me dejás otra opción –agrega agarrándome del brazo y de la cintura para caminar conmigo a cuestas hasta el auto.

– ¿Qué hacés? –digo completamente sorprendida.

– Te llevo a casa.

– ¿Eh! Ni en pedo. Bajame.

– Vos venís a casa. Es muy tarde. Mañana a la mañana te llevo a la estación de micros para que vayas a Mánchester. ¿Querés? –dice sentándome en el lugar del copiloto y poniéndome el cinturón de seguridad.

– No, quiero ir ahora.

– Y después decís que no sos una "nena de papá"... –dice cerrando la puerta del copiloto.

Y tiene razón. ¿Tanto me cuesta? Si total mañana a la mañana me voy, lo dejo tranquilo. Se sienta en su lugar y comienza a manejar de regreso a su casa.


– ¿Está Amanda? –pregunto de repente.

– No, fue a su casa. Se preocupó cuando no te vio entrar conmigo –dice sin dejar de mirar a la calle.

– ¿Ella te dijo que fueras a buscarme?

– No, pero me alcanzó las llaves del auto cuando escuchó que te llamaba.

Labyrinth | Emiliano MartínezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora