3. La Subasta

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Nunca me había considerado un chico despampanante, pero era guapo.
Tenía una abundante cabellera castaña y unos ojos cafe que pese
a no ser especiales, habían estado llenos de vida en el pasado y unas pequeñas pecas adornando mi nariz y punulos. Yo no tenía un cuerpo perfecto, aunque no era ni demasiado grueso ni demasiado delgado y tenía curvas en los lugares donde siempre había creído que eran los correctos. En resumidas cuentas, no estaba nada mal, al menos eso esperaba.

Los omegas fueron saliendo uno por uno de la habitación. Al principio
creí que significaba que las preferían a ellas antes que a mí, y me sentí
como la niña rellenita en clase de gimnasia a la que siempre elegían como última opción. Pero entonces dijeron mi nombre y me dirigí a la misma puerta negra por la que había visto desaparecer a los otros omegas.

En cuanto entré, Lewis me condujo al centro de la habitación. Estaba rodeada de camarines de paredes acristaladas. En cada uno había una mesita sobre la que descansaba una pequeña lámpara que despedía una luz mortecina, un teléfono y una cómoda poltrona roja de terciopelo. Era evidente que lo único que los ocupantes de los camarines tenían en común era el dinero, todos eran millonarios.

El primer camarín lo ocupaba un jeque que llevaba unas gafas oscuras, un largo turbante blanco y un traje. Estaba flanqueado por dos mujeres que habían estado en el pasillo conmigo unos instantes antes, cubriéndole de besos mientras le acariciaban la entrepierna y el pecho. Al apartar la vista avergonzada, vi al hombre del otro camarín.
Este tipo era enorme, una auténtica mole. Se parecía a un cavernícola.

En el siguiente camarín había un tipo canijo con dos guardaespaldas
gigantescos plantados a su lado con las manos cruzadas delante del cuerpo, y supuse que probablemente era la actitud más relajada que sabían adoptar. El tipo menudo, sentado con las piernas cruzadas con aire delicado, estaba tomando a sorbos un cóctel de frutas adornado con una sombrillita.
Llevaba la chaqueta blanca echada sobre los hombros como si él fuera
demasiado chic para ponérsela. Supuse que eran los hombres lo que en realidad le iban. No me pareció un tipo intimidante.

Miré el último camarín y suspiré decepcionada para mis adentros al ver que la luz estaba apagada. Por lo visto quienquiera que lo ocupara había elegido a su omega y se había largado. Vaya, los especímenes que quedaban no eran para tirar cohetes que digamos.
Pero de pronto una lucecita anaranjada parpadeó en medio de la
oscuridad como las brasas en la punta de un cigarro al dar alguien una
calada. Al mirar con más detenimiento vi el perfil de un tipo sentado con toda tranquilidad en una poltrona.

La figura se inclinó hacia delante un
poco para cambiar de postura, permitiéndome verle mejor, aunque no del todo.

—Caballeros —anunció Lewis dando una palmada mientras se quedaba
plantado a mi espalda—. Aquí tienen al encantador Sergio Pérez, el
número sesenta y nueve de la lista de esta noche. Creo que ya se habrán
dado cuenta de sus virtudes, pero permítanme que les destaque algunos de sus mejores atributos.

»En primer lugar ha llegado hasta nosotros por su propia decisión. Como pueden apreciar es un omega espectacular que les hará la vida
infinitamente más fácil si necesitan ir a un evento social acompañados de
una pareja. Es joven, aunque no demasiado, de modo que sus amigos y su familia tenderán más a creer que mantienen una relación tradicional con el, si consideran este aspecto importante. Es culto y educado, tiene la dentadura intacta y una buena salud. Y no se droga, de ahí que no
necesitarán esperar a que se someta a una cura de desintoxicación antes de
hacer con el… y con su cuerpo, lo que les plazca.

»Y probablemente la mayor ventaja de todas es que todavía está sin
estrenar. Es decir, es un virgen de primera, mis queridos caballeros.
Inmaculado, intacto… puro como la nieve recién caída. Es perfecto para
aprender lo que ustedes quieran enseñarle, ¿no les parece? Dicho esto, empecemos la subasta en un millón de dólares. ¡Y que el cabrón más afortunado gane la puja! —concluyó con una amplia y falsa sonrisa.

Volviéndose hacia mí, me guiñó el ojo y luego salió de la habitación.
La plataforma sobre la que yo estaba se puso a girar en medio de la
habitación y aunque no lo hiciera a demasiada velocidad, me cogió por
sorpresa y me tambaleé un poco antes de recuperar el equilibro. Empecé a
girar y a girar mientras la subasta comenzaba. No se oía ninguna voz, soloun ocasional zumbido cuando las luces que había sobre las puertas seencendían. Podía ver a los tipos sentados tras ellas cogiendo el teléfonoque había a su lado para hablar por el auricular antes de que la luz de supuerta se encendiera, y supuse que era su forma de pujar.

No tenía idea de si estaban ofreciendo grandes sumas de dinero por mí.
Solo esperaba que recaudara lo bastante para pagar la intervención
quirúrgica de Marilu. Al poco tiempo, el jeque y el tipo canijo se retiraron dela subasta, dejando a el cavernícola y al Hombre Misterioso pujando.

Desconocía cómo era físicamente el Hombre Misterioso, pero seguro que
sería mejor que si me tocaba el cavernícola.Los dos empezaron a hacer sus ofertas a un ritmo más calmado y yo mesentía cada vez más mareada por no dejar de dar vueltas y vueltas en laplataforma. Solo quería que la subasta terminara de una vez para conocermi suerte y acabar con el asunto. Todavía estaba esperando que me tocarael misterioso desconocido.

La luz de el cavernícola fue la última en encenderse y yo sabía que ahora le tocaba pujar al Hombre Misterioso, pero permaneció callado. Me empecé a sentir aterrada cuando Lewis regresó a la habitación y se quedó
plantado junto a mí. Le sonrió al cavernícola y luego arqueando las cejas, le lanzó una mirada interrogante al Hombre Misterioso. Yo sabía por la expresión de mi cara que le estaba suplicando que fuera él quien ganara la subasta, no
sabía si al tipo esto le influiría de un modo u otro, pero al menos debía
intentarlo.

Los segundos se me hicieron eternos. Todo parecía moverse a cámara
lenta y me sentía aturdido y mareado. Sabía que si mi cerebro no recibía
oxígeno me desmayaría en cualquier momento, pero conteniendo la
respiración rezaba para que el Hombre Misterioso viniera a buscarme y para no lamentar que hubiera ganado él.
—Por lo visto ya tenemos al ganador… —empezó a decir Hamilton, pero se
detuvo al ver que la luz de la puerta del Hombre Misterioso se encendía
emitiendo un zumbido.

Secretos inconfesables || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora