Narración: Max
Cuando solté las palabras que cambiarían para siempre la dinámica entre Sergio y yo, oí que se me quebraba la voz, mi conflicto emocional me salió de pronto a borbotones de dentro. Intenté contenerlo, pero al verlo en
el suelo, con el pantalón hasta los tobillos y su frágil cuerpo tendido sobre los duros escalones, me horroricé por lo que acababa de
hacerle.Me había jurado no volver a tratarlo nunca más así, pero supongo que rompí mi palabra, decepcionándome incluso a mí mismo. Me pasé las manos por la cara frustrado, soltando un gruñido. No haberle contado todo cuanto yo sabía fue precisamente lo que lo obligó a pasarse de la raya conmigo y lo que nos llevó a ese momento. No pude aguantarme más. Tuve que soltárselo.
Tuve que liberarme de ese secreto,
porque si no lo hacía iba a cruzar esa fina línea entre la culpabilidad y la
locura, y las cosas entre nosotros solo hubieran empeorado. ¡Al cuerno conmigo!, lo había hecho. Se lo había contado todo.El se me quedó mirando, atónito.
Y lo único que yo podía hacer era esperar las consecuencias que esto
tendría, pero no quería que fuera en ese mismo instante ni allí. El ya me
iría a buscar cuando se sintiera preparado y yo me sentiría mucho mejor si lo resolvíamos en nuestra habitación. Al menos entre la seguridad de estas cuatro paredes el no sentiría el irreprimible deseo de empujarme escaleras abajo.Dejé caer los brazos derrotado y me dispuse a iniciar lo que me pareció
un largo trecho hasta la segunda planta. Las piernas me pesaban, mis pies eran como dos bloques de cemento al subir un escalón tras otro, deseando alejarme de allí. Pero todo en mí me gritaba para que fuera en dirección contraria, alzara a Sergio en mis brazos y echara a correr como un loco, llevándomela lejos de todo para ir a un lugar donde el mundo no pudiera seguir entrometiéndose en nuestra vida.Esta era mi parte soñadora. Pero mi lado realista sabía que ya no podíamos seguir ocultándonos de todo. A cada paso que daba por el pasillo para ir a nuestra habitación, más parecía alejarse la puerta, pero por fin conseguí llegar. Agarré el pomo con mis pesados brazos, lo giré y entré al lugar donde consumamos por primera vez nuestra relación. Incluso tuve que burlarme de eso. La palabra «consumamos» era demasiado pura como para expresar lo que en realidad había pasado allí.
Más bien había jodido la relación, la había echado a perder desde el puto comienzo. Me saqué la chaqueta del esmoquin y la arrojé a un lado como si fuera una toalla sucia en lugar de la carísima obra maestra que era hecha a medida. Me daba igual. En mi vida estaban ocurriendo catástrofes mucho peores que la de si le quedaba una arruga a mi chaqueta.
Primera catástrofe: poseía una esclavo sexual.
Segunda catástrofe: me había
enamorado del susodicho.Tercera catástrofe: la madre de mi esclavo sexual se estaba muriendo y Sergio no podía estar a su lado por mi culpa.
Cuarta catástrofe: sabía todo esto y aun así lo había follado como un
maldito animal en la escalera.Agarrando mi paquete de cigarrillos, me dirigí a paso largo al sofá y me
desplomé sobre los cojines. La llama del encendedor proyectó un resplandor anaranjado en la habitación a oscuras mientras encendía el pitillo y exhalaba el humo con dramatismo. La nicotina me calmó un poco y Dios sabe cuánto lo necesitaba. Estaba listo para estallar, listo para destruir la casa de mis padres con mis propias manos hasta dejarla reducida a una pila de escombros. Porque eso es en lo que se había convertido mi vida. En una maldita pila de escombros.Levanté el culo del sofá y me saqué el resto de la ropa, necesitaba
desesperadamente darme una ducha. La ropa fue a parar dondequiera que
yo estuviera al arrojarla porque como ya he dicho, me importaba un pimiento. Me dirigí al baño sin preocuparme de encender la luz, no quería verme en el espejo. Ya tenía bastante con las imágenes que me estaban viniendo a mi demasiado lúcida mente, recordándome que era como Pierre Gasly por más que me doliera, y no me apetecía verlo reflejado encima en el espejo.
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Secretos inconfesables || Chestappen
RomanceSergio Pérez tiene un secreto. Cuando un asunto de vida o muerte amenaza con acabar con su familia, Sergio decide hacer un sacrificio muy especial. Se ofrece en puja en el club erótico más exclusivo de Mónaco. Ahora, Checo es propiedad de Max Versta...