31.- Sala De Música

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Narración: Max

-De acuerdo, aquí lo tiene -dijo Rusell.

Le oí acomodarse en la silla y hojear unos papeles mientras yo esperaba
ansiosamente la información que iba a darme sobre Sergio Pérez, ya que
mi bebé era un auténtico rompecabezas.

De pronto oí a alguien llamar tímidamente a mi estudio y la puerta se abrió. Era Sergio . Apoyando la espalda contra el marco de la puerta, se quedó en la entrada con los brazos extendidos seductoramente por encima de la cabeza. doblo
una de sus largas piernas por la rodilla adoptando una postura sexi.

Llevaba sandalias negras, el brazalete con el blasón de mi familia, una de mis corbatas negras y nada más.

-Lo siento, ¿estás ocupado? -me susurró con una voz cargada de
erótica concupiscencia, jugueteando con la corbata que le colgaba sobre el
valle de su pecho-. Si quieres me voy.

El corazón se me puso a martillear en el pecho y estaba seguro de que
me había quedado con la boca abierta. Sergio era una zorra, un actriz porno... un dios.

Noté mi polla comprimida contra la cremallera de mis pantalones caqui,
que ahora me oprimían de pronto porque toda mi sangre había ido a parar ahí abajo en un milisegundo. Por un momento pensé que quizá mi
soldadito estaba intentando excavar una trinchera para poder echar él
también un vistazo, pero era imposible, ¿verdad? Aunque yo estaba aprendiendo rápidamente que con Sergio cualquier cosa era posible.

-¿Verstappen? -oí la voz de Rusell llamándome, convertida en un
vago eco al fondo.

Mi mente se había volcado por completo en mi sol de dos millones de dólares, su cuerpo era la sirena distrayéndome de mi previa obsesión. Ahora no existía nada más que el. Me había olvidado de todo lo demás.

-Mientras me duchaba -dijo Sergio-, el agua caliente deslizándose
por mi piel me trajo a la memoria tu cuerpo apretado contra el mío y las
cosas mágicas que haces con los dedos... y con la lengua -añadió, y luego cerró los ojos y apoyó la cabeza en el marco de la puerta acariciándose el cuello desnudo con una mano y deslizándose la otra por la entrepierna lanzando un suspiro-. Necesito que me toques.

-¿Holaaa? ¿Está todavía ahí, Verstappen?

Intenté salir de mi embobamiento lo mejor que pude y me aclaré la
garganta, obligándome a despegar los ojos del delicioso cuerpo de Sergio.

-Mm..., sí, es que hay alguien... bueno, es que hay algo que tengo que hacer. Llámame mañana a primera hora.

Colgué el teléfono sin esperar su respuesta. Seguro que me volvería a
llamar, porque Rusell deseaba cobrar sus honorarios. Y me dije que si
me había pasado dos semanas sin conocer la información que le había
encargado, podía esperar diez horas más.

Con una velocidad supersónica, me quedé plantado ante Sergio y me
agarré con ambas manos al marco de la puerta. No me atreví a tocarlo por
miedo a lastimarlo o romperlo.

-Si dices esta clase de cosas, no me hago responsable de...

Fui incapaz de acabar la frase, porque Sergio estaba ahí de pie, pecaminosamente desnudo y oliendo perversamente a excitacion, amaba cuando su aroma se tornaba así. Sin poder evitarlo, hinqué una rodilla en el suelo, apoyé uno de sus delicados pies en mi hombro y luego me incliné dispuesto a pegarle un buen vapuleo dándole a la lengua. Naturalmente no era más que un castigo por haber
interrumpido una llamada importante.

Aunque a mí me iba a resultar
mucho más molesto que a el por lo dura que se me iba a poner.
Sí, aunque en realidad lo estaba deseando.

-Mmm... -dijo empujándome ligeramente por el hombro con su
sandalia para obligarme a volver a enderezarme-. Me preguntaba... si tocabas el piano. Porque he encontrado esta sexi y elegante
corbata negra en la planta baja, en lo que supongo es tu sala de música, y se me ocurrió lo increíblemente erótico que sería... oh, bueno... si yo te lo enseñaba mientras tú tocabas para mí. Me refiero a que, fíjate en esta
corbata negra. Después de todo voy vestido de etiqueta.

Secretos inconfesables || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora