21.- Terco

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Narración: Sergio

—Siento haberte hecho daño —me susurró pegando su frente a la mía—. Se supone que esto debe causarte placer y no dolor.

—El tuyo, no el mío —le recordé.

Él cerró los ojos y suspiró antes de enderezarse.

—Al principio es así —me recordó suspirando de nuevo, mientras yo
contemplaba su mano acariciando mi pecho—. Quiero que te lo pases bien, Sergio.

Yo también lo quería. ¡Toda la santa mañana no había estado intentando
hacer más que eso!
Me bajé de su regazo y me volví para quedar de cara a él. Como mis
dedos se morían de ganas de tocarle el pelo, les concedí este pequeño
gusto. Max agarrándome por las caderas, me ciñó contra su cuerpo y
empezó a chuparme el pecho. Pero yo quería más. De ahí que poniendo un
pie a su lado sobre el asiento, le empujé por el hombro hasta que me soltó el pezón y se reclinó contra la pared del jacuzzi. Entonces hice lo mismo con el otro pie y me impulsé para quedarme de pie, con el cuerpo
chorreando.

Él me tomo de la parte de atrás de los muslos para sostenerme mejor e
impedir que me cayera. Alzando la vista me miró con sus ojos color azul profundo en los que brillaba un caleidoscopio de tonalidades, como si me preguntaran si de verdad era eso lo que quería.

—Haz que me sienta bien, Max —le pedí con una ligera sonrisa, y luego le hundí los dedos en el pelo empujándole la cabeza hacia mi cuerpo.

Él me sonrió con los ojos brillándoles de deseo, al tiempo que se mordía
el labio inferior y sacudía la cabeza asombrado.

—¿De dónde has salido, Sergio Pérez?

Sin esperar mi respuesta, pegó sus labios a mi tan ansioso miembro, dándoles un montón de besos con la boca entreabierta, y luego me lo chupó mientras me hacía con la lengua esas cosas tan mágicas. Echando la cabeza hacia atrás, gemí como un loco, dejándole ver el placer que me estaba dando. Él me sostenía con firmeza los muslos con la punta de los dedos, mostrándome su fuerza y asegurándome que no me dejaría caer. Con mis dedos hundidos en su cabello, le pegué un poco más la cara a mi miembro.

—Dios mío, debería ser yo el que te pagara por eso —suspiré entre
jadeos.

Me deslizó voluptuosamente la lengua alrededor del glande y luego me
mordisqueó con suavidad la hinchada protuberancia llena de terminaciones nerviosas antes de chupármela con delicadeza.

—¡Sí aquí, aquí! —gemí empujando con las caderas mientras tiraba de
su pelo para mantener pegada su cara a mi.

Él siguió chupándome y estimulándomelo con sus rápidos
lengüetazos. Las piernas me empezaron a temblar por la inexplicable y maravillosa tensión que se estaba acumulando en mis partes.
Max me rodeó el trasero con las manos para mantenerme pegada a su cuerpo. Fue deslizando los dedos por mi golosa abertura,  y me metió un dedo en él.

—¡Madre mía! —grité agonizando de deleite mientras me corría. Sentí
una profunda acometida de placer en mis entrañas y mi cuerpo fue presa de potentes sacudidas.

De no haber sido por la maravillosa sensación de goce que sentí en cada molécula de mi cuerpo habría temido caerme al flaquearme las piernas.

Así me gusta, gatito —me dijo él con una voz ronca que rezumaba
lujuria, pese a tener la boca pegada a mi—. Goza conmigo. Solo conmigo.

Yo le aferraba con tanta fuerza la cabeza para hundirle la cara en mi miembro, que no sé cómo podía soltar unos sonidos coherentes. Ni siquiera
sabía cómo era capaz de respirar, y menos aún de hablar. Max me
succionó de nuevo e al tiempo que movía con un cadencioso vaivén el dedo que me había metido, haciéndome agonizar de
deleite con otro feroz orgasmo.

Secretos inconfesables || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora