6.- Hogar?

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-Vamos -me dijo.
-¿Adónde? -le pregunté dispuesto a suplicarle que no me vendiera a el cavernícola.

-A casa -respondió simplemente.
-¿Estás loco? -le solté levantándome apresuradamente. Y eché a correr para darle alcance mientras él salía furioso del camarín dando grandes zancadas.

-Me has puesto de muy mal humor, pero estoy intentando controlarme-dijo cruzando el pasillo sin volver siquiera la cabeza para mirarme, agradecía que lo intentará sus hormonas comenzaban a marearme-.
Supongo que si me fijo en el lado bueno de la situación, significa que puedo enseñarte a hacer todo lo que a mí me gusta. Pero ahora se me ha puesto tan dura y gorda como el estado de Texas y no me hace demasiada gracia que digamos. ¿Dónde están tus cosas?

-En una de las habitaciones que dan al pasillo-

No cruzamos ni una palabra más mientras nos dirigíamos a la habitación donde me había cambiado y dejado mis cosas, incluyendo el móvil. Él me esperó fuera, junto a la puerta, mientras yo me sacaba las diminutas piezas que se suponía debían hacer la función de biquini y me volvía a poner la camiseta y los jeans, ahora al menos ya no me sentía tan expuesto como antes.

Luego el Hombre Misterioso me condujo afuera por la parte trasera del Foreplay. Supuse que era la puerta reservada a esa clase de invitados. Cuando llegamos al aparcamiento, se encaminó hacia una limusina donde un tipo bajo y cabello negro con un traje negro y gorra de chófer le
esperaba junto a la portezuela.

-Señor Verstappen-le saludó el tipo con la cabeza y un rostro inexpresivo, mientras le abría la puerta de atrás.
-Yuki -le respondió él protegiéndome la cabeza con la mano para hacerme subir al coche-, hoy pasaremos la noche en casa.
-De acuerdo, señor -dijo el chófer mientras el señor Verstappen, alias el Hombre Misterioso, se sentaba pegado a mi lado en el largo asiento trasero de la limusina, pese a lo amplio que era. Aunque probablemente el espacio vital era un lujo del que yo no podría gozar durante los dos próximos años.

El coche se puso a circular por las calles de Mónaco en cuestión de segundos. El señor Verstappen lanzó un largo suspiro y cambió de postura mientras tiraba de sus pantalones. Tomando nota me dije: «¡No te metas con Texas!» Una sonrisita asomó a mis labios.

-¿Vives en Mónaco? -me preguntó rompiendo el silencio.
-si, pero soy de México-le respondí simplemente.
Contemplé las luces de la ciudad desfilando por la ventanilla. Las calles estaban llenas de transeúntes despreocupados que parecían no tener ningún problema en la vida. Supuse que en otras circunstancias, si el mundo no nos odiara tanto a mi familia y a mí, yo podría haber sido uno de ellos. Pero tal como me iban las cosas, no era este el caso.

-¿Por qué haces esto, Sergio?
No estaba preparado para divulgar esta información y sin duda no figuraba en mi contrato. Preferí no intimar demasiado con el hombre que me acababa de comprar.

-¿Y por qué lo haces tú? -le repliqué.
Por lo visto se me habían estropeado los filtros de mi cerebro. Volvió a fruncir el ceño y soltar ligero olor amargo y en cierto modo me arrepentí de haber sido tan impertinente teniendo en cuenta todas las formas con las que él me podía castigar. Aunque solo se arrepintió una pequeña parte de mí.

-¿Eres consciente de que ahora me perteneces? Es mejor que no se te olvide. No soy un tipo cruel por naturaleza, pero tu descaro y tu irritante actitud están a punto de hacerme perder la paciencia -me advirtió con una expresión severa.

Seguramente yo debía parecer un gatito asustado, porque así era como me sentía, aun así intentaba que mis hormonas no me delataran, pero le miré a los ojos, mi orgullo me impidió apartar la vista. O a lo mejor no despegaba los ojos de él por miedo, por si advertía algún movimiento repentino. Pero lo más probable es que se debiera a que era un ejemplar hermosísimo y maldije al omega fogoso que había en mí por ser tan débil.

-Oye, sé que no es la situación ideal para ti y que probablemente tienes tus razones para haberla aceptado, al igual que yo -empezó a decir- Pero como tenemos que convivir durante dos años, será mucho más fácil para ambos si al menos intentamos llevarnos bien.

-No quiero estar peleándome contigo a todas horas. Y no pienso hacerlo. Harás lo que te pida y sanseacabó. Si no quieres contarme nada de tu vida personal, de acuerdo. No te haré más preguntas. Pero ahora me perteneces y no toleraré el menor desacato, Sergio. ¿Lo has entendido?- Arrugué el ceño y apreté los dientes.

-Perfectamente. Haré lo que me pides, pero no esperes que me guste- Una perversa sonrisita afloró a sus labios y entonces puso una mano sobre mi muslo. Lentamente empezó a acariciarme mientras sus dedos ascendían y se metían entre mis piernas. Se arrimó a mí hasta que noté su cálido aliento en mi cuello cerca de donde estaba la glándula aromática y se me erizó el vello con una sacudida de placer.

-Oh, pues a mí me parece que sí te va a gustar, Sergio. Su voz rasposa me hizo sentir unas cosas que deberían darme asco y luego pegó sus labios debajo de mi oreja y me besó con la boca entreabierta mientras posaba sus largos dedos en el hueco de mis piernas. Mi cuerpo estúpido y traidor respondió a sus caricias permitiendo que sus expertas manos hicieran conmigo lo que quisieran. Creo que incluso se escapó un gemido de mis labios cuando él apartó de súbito la mano.
-¡Ah, ya hemos llegado! Hogar, dulce hogar -exclamó al detenerse el
coche.

Al arrancarme de la acometida de placer que el Hombre Misterioso me había provocado, miré por la ventanilla tintada. La casa no era siquiera una casa, sino una mansión. Era enorme. Podía albergar una ciudad entera. Sino lo conociera, hubiera pensado que era para intentar compensar su gusanito, pero por supuesto no era este el caso.

El señor Verstappen -¡por Dios!, odio llamarle así- bajó del coche y me ofreció su mano para ayudarme a salir. Decliné su ofrecimiento y me bajé yo solo. En medio del enorme camino circular de ladrillos de la entrada, había una fuente de piedra tenuemente iluminada con luces blancas. Unas columnas de agua se alzaban de ella y caían en una piscina de cristal. Al volverme para contemplar el resto del entorno, no vi más que césped perfectamente cortado y arbustos tallados en forma de ciervos. ¿Es que era la casa de Eduardo Manostijeras o qué?
-Es por aquí -me indicó Yuki tomando la bolsa de mis manos y haciendo que me volviera a fijar en la casa.

La escalera que conducía al porche estaba decorada a ambos lados con esculturas de cemento en forma también de ciervos. Tenían la cabeza agachada y una pata levantada, como preparándose para enfrentarse con sus gigantescas astas. Hasta juraría haber oído un débil bramido de combate y todo, pero no podía ser que estuvieran vivos. Unas columnas blancas que se alzaban hasta la enorme galería de la segunda planta flanqueaban la entrada.

Yuki abrió de par en par la puerta doble para que entrásemos y el Hombre Misterioso me indicó con un ademán que pasara yo primero. El suelo era de mármol y el alto techo tenía forma abovedada. Pero lo que me llamó la atención sobre todo fueron las escaleras. Estaban en medio de la entrada y se extendían hasta un rellano donde se dividían en dos tramos que conducían a direcciones opuestas de la casa. Parecía uno de esos escenarios en los que una deslumbrante princesa aparece en lo alto de las escaleras y espera a que anuncien su llegada a la multitud que la observa pasmada a sus pies mientras ella desciende grácilmente para saludar a los invitados.

Yo, en cambio, seguramente tropezaría en el primer escalón y bajaría rodando por la escalera como una pelota para acabar estampándome estrepitosamente contra el suelo. Y no sería un elegante descenso.

-¿Qué te parece? -me preguntó el Hombre Misterioso abriendo los brazos con vehemencia para que admirara su mansión. Saltaba a la vista que estaba orgulloso de ella.

-¡Bah!, no está mal si lo que te gusta es alardear de ser millonario -le solté encogiendo los hombros como si me estuviera aburriendo soberanamente. Pero en realidad estaba impresionado. Muy impresionado.

-Heredé la casa. Y no me gusta alardear de ser rico -añadió-. Subamos arriba para estar en un sitio más cómodo y dormir un poco. Ha sido un largo día.

Tengo el presentimiento de que mañana lo será todavía más, y seguramente cada día a lo largo de los siguientes dos años de mi vida. Se giró y empezó a subir las escaleras, esperando que yo le siguiera.

-Por lo visto estamos de acuerdo en algo, señor Verstappen-le dije

Se paró en seco y me lanzó una mirada exasperada acompañado de un breve gruñido.
-Me llamo Max -puntualizó en tono solemne, y luego siguió subiendo la escalera-. Solo los sirvientes me llaman señor Verstappen.

Secretos inconfesables || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora