Narración: Max
Durante todo el trayecto de camino al trabajo no pude evitar lucir una sonrisa de satisfacción en la cara. Saber que Sergio me estaría esperando en casa cuando volviera me haría sin duda el día más soportable. O más insoportable según como se mire, considerando que seguramente estaría pensando en todas las marranadas que iba hacer con mi omega de dos millones de dólares y las que el tendría que hacerme a mí. Hasta ese pensamiento tan efímero me obligó a recolocarme lo que al parecer había decidido ponérseme tan incómodamente duro bajo los pantalones.
Pero yo era un hombre de negocios, y los negocios debían anteponerse al placer. De ahí que tan pronto como Yuki abrió la portezuela de la limusina y salí a la calle que conducía a la puerta giratoria acristalada de mi segundo hogar, la sonrisa se me había esfumado de los labios. El Verstappen con cara de duro acababa de entrar. En el despacho tenía fama de ser un tipo duro. Incluso a los empleados que llevaban trabajando desde que mi padre dirigía el negocio les chocó ver a su revoltoso hijo metamorfosearse en un estratega implacable. Pero el mundo empresarial era jodidamente frío y cruel, y para llevarle la delantera a la competencia tenías que mantenerte siempre en guardia, porque a la primera señal de debilidad te cortaban la virilidad a machetazos.
Carlos, el único tipo en el que confiaba en este lugar, me saludó en cuanto crucé la puerta. Carlos Sainz era mi mano derecha, mi asistente personal y seguramente lo más parecido a un amigo. Él y su omega, Charles, se encargaban de todos los aspectos de mi vida. Carlos se ocupaba del despacho y Charles de mi vida personal. Era mi amo de llaves, el que supervisaba el personal y mis gastos, con lo que nunca tenía que preocuparme de tales tareas. Las sirvientas, los jardineros y los cocineros que trabajaban aquí se iban antes de que yo volviera a casa, lo cual era de agradecer. Charles también era mi comprador personal y el que se aseguraba de que yo tuviera una pinta estupenda tanto en los negocios como en mis escarceos. Poseía una habilidad portentosa para ocuparse de mil y una tareas a la vez.
Era una joya en su especialidad, al igual que Carlos. Trabajaban en equipo con una precisión de reloj suizo. Me gustaba creer que se habían conocido gracias a mí. Después de todo, sus caminos se habían cruzado al ocuparse a diario de distintos aspectos de mi vida. Pese a sus diferencias, se complementaban muy bien. Carlos era un tipo tranquilo y relajado que se tomaba las cosas con calma, alto, moreno, y luciendo siempre sus botas de vaquero favoritas, además su olor era a chile y algunas especias. Charles en cambio era una tipo menudo e hiperactivo que no paraba nunca. Bajito al lado de Carlos y de lo más sociable, por lo visto nunca se ponía la misma ropa más de una vez. No era algo en lo que me hubiera fijado, pero me enteré de este detalle durante una de sus conversaciones, de las que intentaba escapar, su olor era a lavanda y algo dulce. Charles era el yin y Carlos el yang, así que al parecer era inevitable que acabaran juntos.
-Hola Sainz -le respondí mientras nos dirigíamos hombro con hombro a mi ascensor personal. Sí, tenía un ascensor personal. No soportaba estar metido en una lata de sardinas rodeado de veinte personas más, cada una impregnada de un olor distinto, o tosiendo y estornudando por todo el lugar. Carlos introdujo la llave en la cerradura y abrió las puertas para que pasara yo primero. Dejé la cartera en el suelo y me senté en el amplio sofá de terciopelo rojo al fondo. El techo y las paredes estaban cubiertos con espejos para que el pequeño espacio pareciera mayor. Cuanto más grande fuera todo, mejor.
-¿Cómo te ha ido? -me preguntó mientras pulsaba el botón para subir a la planta 40 y se sentaba al otro extremo del sofá. Yo llevaba viviendo solo desde hacía un tiempo y Charles no había dejado de intentar concertarme citas con mujeres omegas a las que consideraba un buen partido para mí. Para zafarme de sus latosos intentos al final tuve que inventarme la mentira de que había conocido en secreto a alguien durante uno de mis viajes a Los Ángeles. El se la tragó y dejó de intentar jugar a la celestina, pero entonces empezó a darme la molestia con que quería conocer a la misteriosa mujer. Normalmente cuando la gente se ponía pesada me la sacaba de encima echándole una de mis «miraditas asesinas», pero con Charles no tenía nada que hacer, porque no lo intimidaba en lo más mínimo. Le dije que aquella noche le iba a pedir a mi misteriosa dama que se viniera a vivir conmigo, por si acaso encontraba en el Foreplay un ejemplar que me gustara y lo adquiría, y así había sido. Aunque Charles no sabia que había sido un omega mas no una.
-Pues me dijo que sí -le contesté a Carlos-. Le pedí que lo dejara todo y que se viniera a vivir conmigo. Y anoche tomamos el avión. Ahora ya está en casa.-¡Vaya, enhorabuena! -exclamó dándome una palmadita en el hombro y felicitándome por la mejor decisión que había tomado en mi vida.-Sí, ya era hora de tener pareja -le dije sonriendo, porque era verdad. Mi entre pierna secundándome se me puso algo dura coincidiendo conmigo.
Nos pasamos el resto del trayecto hablando de temas intrascendentes por cortesía. Carlos nunca metía las narices en mi vida personal a no ser que Charles lo amenazara con dormir en el sillón si no intentaba sonsacarme al menos algo. Yo de vez en cuando le arrojaba alguna que otra migaja para que me dejara en paz, pero él nunca me presionaba. Y hoy hizo tres cuartos de lo mismo. Sabía que la chica misteriosa ya vivía conmigo, pero aún no les había dicho a ninguno de los dos quién era ella o más bien el.
Carlos me recordó que Charles se pasaría por casa después de comer para ocuparse de las compras y supervisar a los empleados del hogar. Al oírlo se me pusieron los pelos de punta. Sergio y yo no habíamos hablado de la versión que les íbamos a dar a mis conocidos o ni siquiera si el quería conservar su nombre real. Sabía que las doncellas mantendrían la boca cerrada y se limitarían a hacer su trabajo, pero Charles era otra cosa.
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Secretos inconfesables || Chestappen
RomansaSergio Pérez tiene un secreto. Cuando un asunto de vida o muerte amenaza con acabar con su familia, Sergio decide hacer un sacrificio muy especial. Se ofrece en puja en el club erótico más exclusivo de Mónaco. Ahora, Checo es propiedad de Max Versta...