Narración: Sergio
Eché una miradita por el lugar hasta encontrar al fin una despensa. Era tan grande como la primera planta de la casa de mis padres y ¡por Dios!, parecía que acabara de dar con un festín de comida basura. Por lo visto al señor Verstappen, alias el Rey de los Dedos, era un goloso. Escogí una caja de cereales rellenos de chocolate —porque esta clase de cereales me volvían loca—, y sirope de chocolate, salí de la alacena alegre para volver a la cocina. Recordaba haber visto platos en alguna parte mientras buscaba la despensa, pero volver a encontrarlos iba a ser como jugar a un Memory enorme.
Después de abrir varios armarios, por fin di con ellos y grite «¡Bingo!» lanzando victorioso el puño al aire. Me lo estaba pasando en grande, solo me faltaba la champaña y celebrar lanzándola a todos lados como un piloto que alguna vez vi en televisión. Tome la leche, y volviendo a donde había dejado el bol, lo llené con cereales relamiéndome mientras vertía la leche sobre los riquísimos y crujientes cereales rellenos de chocolate y estos tomaban el color del cacao.
Procuré no echar demasiada para que no rebosara del bol y ensuciara la cocina. Como sabía exactamente dónde estaban los vasos por mi anterior expedición en busca del bol, agarré uno y le eché una cantidad alucinante de sirope de chocolate. Te juro que en algún profundo lugar de mi conciencia podía oír a mi dentista chasqueando la lengua.
De pronto sonó el teléfono.
Echando una mirada por la cocina, lo vi por fin colgado en la pared al lado de los fogones, pero no pensaba contestar la llamada ni loco. En primer lugar porque tendría que abandonar mi plato de azúcar. Y en segundo, porque no tenía idea de quién podía ser y no era mi casa. Además ¿Cómo iba a explicar quién era yo o por qué me había puesto al teléfono?
"Mm..., hola. Soy el virgen por el que el señor Verstappen ha pagado dos millones de pesos para hacer cochinadas, muchas cochinadas, con el. A decir verdad, justo anoche me dio por la boca, pero esto fue después de estar yo a nada de morderle su amiguito y antes de meterme él esta mañana sus dedos folladores en mi entrada caliente hasta hacerme derretir de placer. En este momento no está en casa, pero si quieres puedes dejarle un mensaje."
Sí, no podía mantener esa conversación. Por lo que ignoré la insistente llamada y me dispuse a hundir la cuchara en mi delicioso manjar. Por más que me hubiera irritado, el sonido del teléfono me recordó que tenía que llamar a Niko para ver si había alguna novedad. Había escondido el móvil entre mis cosas esperando que quienquiera que me adquiriese no hiciera algo como quitármelo y prohibirme tener algún tipo de contacto con el mundo exterior. Pero como Max no me había dicho que no pudiera usarlo, supuse que podía llamarlo.
Aunque me importaba un pepino lo que él dijera. Porque le había vendido mi cuerpo y no mi humanidad. En cuanto me termine el desayuno, enjuagué los platos los metí en el lavavajillas y luego me quedé allí como un idiota. No tenía ni idea de lo que iba a hacer el resto del día. Me dije que podía subir, encontrar el celular y llamar a Niko.
Después de vagar por la casa durante lo que se me hizo una eternidad, deseando haber dejado un reguero de miguitas para encontrar el camino devuelta, di por fin con lo que era a toda vista una sala recreativa. Era como un parque masculino lleno de testosterona: con videoconsolas, una mesapara jugar al hockey de aire, un gigantesco equipo de música estéreo y una pista de baile, butacas para ver películas y sofás modulares de cuero, una mesa para jugar al póquer, una barra para servir bebidasy la tele más gigantesca que había visto en mi vida.
En realidad era másbien una paredvisión. Hablo en serio, ocupaba la pared entera.Me pregunté si Max se sentaba alguna vez en este lugar con la manometida bajo la parte delantera de los pantalones en la típica postura.¿Puede por favor alguien decirme por qué de pronto me he imaginado metiéndole mi mano debajo de los pantalones? El Agente caliente sonrió de manera cómplice y asintió con la cabeza indicándome que sabía la respuesta.—¡Cállate! A ti se te ha ido la cabeza —le farfullé a mientrepierna.
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Secretos inconfesables || Chestappen
RomansaSergio Pérez tiene un secreto. Cuando un asunto de vida o muerte amenaza con acabar con su familia, Sergio decide hacer un sacrificio muy especial. Se ofrece en puja en el club erótico más exclusivo de Mónaco. Ahora, Checo es propiedad de Max Versta...