16.- El Postre

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Narración: Sergio

—¿ Y ahora estás estresado? —le pregunté con voz aterciopelada.

No me preguntes de dónde me salió. Ni siquiera yo reconocí mi propia
voz. Al parecer había bajado la guardia lo bastante como para dejar que mi lobo se hiciera con el control. Al menos esto fue lo que yo me dije a
mí mismo y quise tragármelo.

Max se atragantó al oírme y se lamió el labio inferior, lo cual me cabreó porque era yo el que quería lamérselo.

—Por lo que veo tengo en casa a un omega increíblemente sexi por el
que he pagado una fortuna para hacer con el lo que me plazca y, sin
embargo, no puedo porque ahora le duele un poco cierta parte por culpa
mía. Así que sí, supongo que se puede decir que estoy estresado.

El Agente Caliente se apoderó de la parte de mi cerebro que controlaba la función motriz y plantó una bandera en ella. Había perdido el control de mi cuerpo. Dejé la servilleta junto al plato y me aparté de la mesa.

Max no despegó los ojos de mí en todo ese tiempo. Mientras me acercaba a él, se reclinó en la silla y ladeó la cabeza esperándome con las cejas levantadas, sin saber lo que yo iba a hacerle. Me deslicé entré él y la mesa y me arrodillé ante su entrepierna.

—¿Qué estás haciendo, Sergio? —me preguntó con voz grave y ronca, estoy casi seguro que su lobo quería sobresalir.

—Intentando desestresarte —le respondí sonriendo mientras le
desabrochaba el cinturón con una seguridad inaudita.

—Creía haberte dicho que esta noche la tenías libre —me recordó
apartando un poco la silla de la mesa para darme más espacio.

—Y así es —dije bajándole la cremallera de los pantalones y besándole eso que tanto abultaba bajo sus Calvin Klein.

Max me pasó los dedos por entre el cabello y luego me levantó la barbilla rodeándomela con las manos para que le mirara a los ojos.

—Si sigues así, no seré capaz de detenerte—sus ojos auxles tenían un pequeño toque de rojo.

—Entonces no lo hagas —le contesté metiendo la cabeza entre sus piernas para seguir con lo mío.

Apartó aún más la silla de la mesa para alejarse de mi alcance.

—No hasta que me haya comido el postre.

De súbito, me levantó del suelo, me sentó sobre el borde de la mesa y
apartó los platos de en medio. Posando sus manos en mis rodillas, me separó las piernas y se acercó más a mí. Luego fue deslizando sus manos lentamente por mis muslos, hundiéndolas bajo el dobladillo de la camisa, levantándomelo por encima de la cintura.

Nos quedamos los dos mirando el pequeño tesoro que había dejado al
descubierto y di un grito ahogado al oír salir de lo más profundo de su
pecho un salvaje gruñido de deseo.

Por suerte lo tenía lo bastante acicalado, porque nunca se sabe si un día tendrás alguna clase de accidente
inesperado y alguien habrá de echarte un vistazo ahí abajo.

Se lamió los labios al verme  y luego levantó sus ojos hacia los míos.

—Estoy seguro de que no te importará que te lo bese para que se sienta
mejor.

Sin esperar mi respuesta, me abrió más las piernas y me empezó a
chupar la piel del interior del muslo izquierdo.

—¿Mm, Max? —balbuceé con voz temblorosa.

—¿Mmm? —repuso él con la boca cerrada mientras seguía ascendiendo
por mi muslo.

—¿De verdad crees que la mesa del comedor es el mejor sitio para hacer
esto? Me refiero a que no creo que sea demasiado higiénico.

Secretos inconfesables || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora