30.- Imposible

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Narración: Max

Tardé diez minutos en comprarlo.

Una hora en lograr que sus labios me rodearan la polla.

Tres días en saborear su jugo.

Cuatro días en desvirgarlo.

Dos semanas en perder mi puta cabeza.

Mierda. En tan solo dos semanas. En quince malditos días. Eso fue lo que tardó el virgen que compré en tenerme en la deliciosa palma de su mano. En los dos años que Kelly y yo habíamos estado juntos, nunca consiguió lo mismo que el. Pero con Sergio mi vida se había trastocado en tan solo dos malditas semanas.

Las cosas no habían ido como se suponía. ¿Cómo diablos iba a durar yo dos años cuando ya le había dado en bandeja todo cuanto me había pedido? Verstappen el Imbécil, así era como debía llamarme.
Maldita sea.

Todo el santo día no había hecho más que pensar en el en la oficina. Y
por eso precisamente tomé la desesperada decisión de pedirle a Yuki que lo trajera con él cuando viniera a recogerme. Sí, de haber estado en mis manos, le habría pedido que rompiera todas las normas de circulación del estado con tal de que me llevara más deprisa a el, e incluso
pensé en comprarme un helicóptero para evitar los atascos de la hora
punta, pero entonces decidí que pedirle que me lo trajera era
probablemente la mejor alternativa.

Estaba perdiendo la cabeza. Y probablemente debería haber acudido a algún programa de doce pasos para superar mi nueva obsesión, porque algo así no podía ser saludable.

Yuki aparcó junto al bordillo, donde yo le esperaba con impaciencia,
antes de salir y abrir la portezuela de la limusina para mí, pero alcé la
mano para detenerle. Iría mucho más rápido si lo hacía yo mismo. La abrí
de par en par y ahí estaba el... mi bebé de dos millones de dólares,
cubierto solo con mi bata, tal como le
había pedido cuando lo había llamado antes por la tarde. ¡Y fue la gloria!

Me lo encontré reclinado en el asiento, cubierto solo con la bata de seda negra abierto y echado sobre los hombros envolviéndole el cuerpo, tal
como le había pedido, pero me alegró ver que había tomado una cierta
iniciativa. Todo el era aterciopelado y sedoso y joder, con una mano se estaba toqueteando su miembro y con la otra se acariciaba su liso vientre.

Solo otra persona había tocado su piel de esa manera -yo-, y casi me
pareció que me estuviera haciendo señas para que lo hiciera de nuevo.
Sin darme cuenta mis labios se curvaron soltando un protector gruñido mientras daba un vistazo a mi alrededor para comprobar que nadie pudiera comerse con los ojos a mi omega.

Tenía que hacerlo mío en ese mismo
instante y marcarlo como mi jodido territorio, mi Omega, y no podía, ni tampoco quería, esperar a que llegáramos para hacerlo en la privacidad de nuestro hogar.

-Llévanos a casa, Yuki -gruñí-. Y toma el camino más largo o lo que sea. Pero no nos molestes.

-Como desee, señor -repuso asintiendo con la cabeza y luego volvió a ponerse ante el volante.

Entré rápidamente a la limusina y cerré la portezuela para dejar fuera el mundo y gozar yo solo de los tesoros ocultos de Sergio. Porque era un cabrón egoísta y nunca los compartía. Nunca. Ni siquiera quería que nadie más viera lo que me pertenecía.

Me arrodillé ante el, arrojé el maletín y la chaqueta que llevaba colgada del brazo, me desabroché rápidamente los pantalones y me los bajé
hasta las caderas. La polla me salió bamboleando y yo me la agarré para
que dejara de moverse de manera inoportuna.

-Mójamela, Mijn zon -dije colocándome delante de su cara. ¡Dios lo bendiga!, se lamió los labios y me miró con avidez antes de abrir la boca para tomarla en su boca.
Lo detuve.

Secretos inconfesables || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora