32.- La Culpa

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Narración: Max

A la mañana siguiente me descubrí ante el escritorio tirándome del
pelo frustrado. Había dormido fatal. No me había podido sacar de la cabeza esa mirada de Sergio. Me tenía obsesionado. En sus ojos había algo distinto. Había visto antes esta clase de mirada, pero no la sabía
interpretar.

Me había mentido. Había estado llorando, pero como no me había
querido decir por qué, tuve que sacar mis propias conclusiones. Y no tardé en hacerlo. Se sentía prisionero en mi propia casa. Aunque le hubiera dicho que podía hacer lo que quisiera dentro de ciertos límites, seguía siendo un prisionero que debía someterse a mis primitivas pulsiones cuando a mí se me antojara.

¿Cómo no se me había ocurrido
antes que esta situación tal vez le resultaba denigrante? Había muchos omegas que se habían arrojado a mis brazos, pero era porque lo deseaban y no por haberles yo pagado y no quedarles más remedio.

Me levanté y me dirigí a mi baño privado. Abrí el grifo del agua fría y la dejé correr en mis manos ahuecadas antes de refrescarme la cara. Lo hice una y otra vez hasta ver que era inútil. Nada me iba a sacar de mi aturdimiento. Tome una toalla para secarme la cara y al ver de pronto mi reflejo en el espejo, me quedé paralizado.

Entonces me di cuenta. Me había
convertido en la persona a la que más despreciaba del planeta: Pierre Gasly

Después de todo, yo había hecho algo que él también habría hecho, la
única diferencia era que yo había pagado por un contrato a largo plazo en lugar de usar a Sergio para una sola noche. Lo estaba usando en mi propio beneficio sin importarme cómo le acabaría afectando esto. Y lo había hecho diciéndome que el lo había elegido, que sabía dónde se metía. Y aunque esto fuera verdad, no significaba que yo pudiera aprovecharme de ello.

¿Y si Sergio no estaba bien de la cabeza? A mí no me lo parecía,
pero ¿quién en su sano juicio haría tal cosa? Solo alguien que se encontrara en una situación desesperada.
Si me estaba aprovechando de su desesperación, ¿acaso no era como
Pierre? Mi ignorancia no era una buena excusa, debería haber sabido que cualquier persona, fuera Sergio o un desquiciado, solo haría algo parecido como último recurso. De forma que pese a todo, el mío era un
acto reprobable.

Volví a mi estudio y me quedé mirando el teléfono sobre mi escritorio, esperando a que sonara. Como el masoquista que por lo visto era, quería saber qué había sucedido en su vida para obligarlo a tomar ese camino. El sabio que había en mí quería ayudarlo. Pero al fin y al cabo yo no era un sabio, sino una persona que se aprovechaba de las desgracias ajenas.

Quizá tuviera una especie de superpoderes paranormales, porque en ese mismo instante el maldito teléfono se puso a sonar. De pronto, no estaba seguro de si quería que fuera Rusell, porque si me decía lo que yo sospechaba, que Sergio había decidido hacer esto por encontrarse en una situación horrible, no sabía cómo me lo iba a tomar. Respiré hondo para calmarme y controlar mis nervios y luego conteste.

-¿Diga?

-Hola, Verstappen, soy Rusell. Tengo la información que quería. Espero haberlo encontrado esta vez en mejor momento.

Lancé un suspiro.

-Pues es tan bueno como cualquier otro -le solté sonando abatido
incluso a mis propios oídos. Y luego esperé ansioso.

-Sí, bueno, ¿tiene un bolígrafo y un papel a mano? -me respondió
Rusell sin inmutarse yendo al grano.

Tome un bolígrafo de mi bolsillo y deslicé el bloc frente a mí.

-Venga, suéltalo ya.

-Sergio Michel Pérez Mendoza , alias Checo Pérez-me dijo.
¡Vaya, solo me faltaba que me lo recordara!

Secretos inconfesables || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora