IX

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— Paloma es la mejor solución que ha surgido hasta el momento. Letizia no se quedaría con Felipe para siempre, sólo durante unos pocos meses.

La Sra. Ortiz negó con la cabeza con vehemencia.

—No. Preferiría que hiciéramos lo que habíamos planeado antes: busquemos a alguien que viva fuera del pueblo para que cuide de ella hasta que tenga ese bebé.

Esto no tenía ningún sentido. A punto de perder la paciencia, Felipe se sentó en una silla y clavó su implacable mirada en el juez.

—Hay muchas más cosas que tener en cuenta aquí; no sólo los deseos de la Sra. Ortiz. Sin duda alguna, mi plan sería mucho mejor para Letizia. Y el niño no será internado en un orfanato.

Iracunda, Paloma se volvió hacia Felipe. Sus ojos echaban chispas.

—¡Ese niño no es asunto suyo, señor Borbon! Nada de esto lo es.

A Felipe le costó mucho trabajo no perder los estribos.

—No estoy de acuerdo. ¡Desde luego que ese niño es asunto mío! Y si encontramos la manera de evitar que sea criado en una institución, eso es exactamente lo que vamos a hacer.

—Paloma —el juez habló en voz baja—, ¿por qué no vas a la cocina a preparar un poco de té?

La mujer tomó aire y apretó los puños.

—¿Me hablas de té? Estás a punto de decidir cuál será el futuro de mi hija ¿y quieres que vaya a preparar té?

—Sí. —Aunque dicha con delicadeza, la respuesta del juez era una orden inequívoca— Aún soy el hombre de la casa. En última instancia, yo debo tomar la decisión, y tú tienes que acatarla.

La señora Ortiz lanzó una mirada asesina a Felipe y salió majestuosamente de la habitación. Sus mejillas tenían manchas de intenso color carmesí y sus labios formaban una rígida línea.

Inmediatamente después de su salida, se disipó gran parte de la tensión que reinaba en el estudio. Felipe aprovechó la momentánea calma para referirle al juez lo que había dicho el doctor Muir; concretamente, que él aseguraba que una fiebre muy alta había sido la causa del mal de Letizia.

—¿Y si está equivocado?

—¿Y si no lo está? —Felipe volvió a pasarse la mano por la cabeza— ¿Meteremos en un orfanato a un niño perfectamente normal y lo declararemos inadoptable? Tal y como yo veo las cosas, tengo que correr ese riesgo. Y aunque no quieras, tú lo vas a correr conmigo. Después de todo, estamos hablando de tu nieto y de mi sobrino, o mi sobrina. Le debemos al menos esa oportunidad.

Ortiz reflexionó un momento acerca de estas palabras. Un instante después, asintió con la cabeza.

—Sólo espero que sepas muy bien lo que estás haciendo. Muir tiene buenas intenciones, y estoy seguro de que cree en lo que dice, pero esto no significa que no esté equivocado.

—Recemos para que no lo esté.

Una vez resuelto este punto, los dos hombres pasaron a discutir los detalles, y cinco minutos después habían decidido que el matrimonio de Felipe e Letizia debía celebrarse tan pronto como fuese posible. Cuando Paloma regresó a la habitación, el juez le informó con delicadeza sobre la decisión que ellos habían tomado respecto al matrimonio, y que los dos esperaban que pudiera celebrarse en una semana. El único requisito esencial era que Felipe encontrara una cuidadora competente que se quedase con ellos en casa.

Cuando su esposa empezó a protestar, el juez la interrumpió con palabras tajantes.

—Ya basta, Paloma. Esto es lo mejor. Confía en mí.

La Canción De LetiziaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora