XLI

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Hacia mediados de diciembre, el doctor Muir les hizo una visita. Supuestamente iba para ver a Letizia, pero en realidad quería hablar en privado con Felipe. Temeroso de que Letizia se alterara durante el reconocimiento médico, que necesariamente sería más invasivo que el que Muir le había hecho en los primeros meses de su embarazo, Felipe se quedó junto a su esposa mientras el médico la examinaba. Después, los dos hombres fueron al estudio a tomar un coñac y a hablar acerca de lo que el doctor había encontrado.

Muir fue al grano.

—Todo parece estar normal, Felipe. Deja ya de preocuparte tanto.

Felipe sonrió mientras le daba una bebida al buen doctor.

—¿Soy muy pesado?

—Le has tomado mucho cariño. Eso es evidente.

Felipe apoyó un pie sobre su rodilla.

—Así es.

—¿Y cómo van las lecciones?

—Muy bien. Ella ha llegado a dominar un buen número de señas y ya conoce el alfabeto. La semana pasada terminamos de estudiar el primer manual.

Muir alzó la copa.

—Felicitaciones. Lo que estás haciendo es una hazaña.

Felipe puso el pie en el suelo y se inclinó hacia adelante para apoyar los brazos sobre sus rodillas.

—Creo que sí. Si quieres que te sea sincero, pensé que los audífonos serían más útiles de lo que han resultado.

Aunque puede oírme con ellos si le hablo fuerte, no parece poder reproducir los sonidos correctamente. Las pocas palabras que ha intentado decir le salen muy distorsionadas. Darío asintió con la cabeza.

—Eso era de esperar. Perdió el oído cuando tenía apenas seis años. Hace ya catorce que no le permiten hablar. Ha olvidado cómo hacerlo. Dada su incapacidad auditiva, lo más seguro es que se requiera algún tiempo para que ella vuelva a aprender todo lo que ha olvidado.

Felipe suspiró.

—No hago más que decirme esas mismas palabras. —Se encogió de hombros y sonrió— Ahora que puedo leer los labios, logramos comunicarnos bastante bien.

—Pero ¿qué pasará cuando nazca el bebé? Sería conveniente que Letizia llegara a dominar al menos un pequeño vocabulario antes de que él empiece a aprender a hablar.

Felipe reflexionó un momento sobre esas palabras.

—Habrá que ver cómo avanzan las cosas.

Darío dio un golpecito a la copa, mirando a Felipe por encima de su borde.

—Sé que quieres lo mejor para Letizia y el bebé.

—Desde luego que sí.

—Sólo me preguntaba si estarías dispuesto a considerar la posibilidad de mandarla a una escuela.

—¿A una escuela?

Darío alzó las cejas.

—Ella necesita una educación especial, Felipe. Sé que estás haciendo milagros. No quiero restarte méritos. Pero, para que realmente pueda recuperar el habla, Letizia debe contar con profesores especializados, gente que sepa cómo ayudarla. La escuela de Albany tiene una reputación intachable. Irene Small, la directora, es una fantástica profesora y, además de atender a las necesidades particulares de sus alumnos, también se ocupa de enriquecerlos cultural y socialmente. Sería estupendo que Letizia fuese allí, al menos durante dos o tres años. No es mucho tiempo. Aún será joven cuando salga de la escuela. Y piensa en cuánto podría beneficiarla la experiencia.

La Canción De LetiziaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora