XLIV

55 8 12
                                    

Tres semanas después, cuando Felipe llevó a Letizia, a Juan Pablo y a Maddy a la estación para despedirse de ellos, la mañana estaba fría, sombría y húmeda; un reflejo perfecto de su estado de ánimo, que era pésimo, por no decir otra cosa. Había estado temiendo aquel momento desde hacía más de dos meses; no quería enfrentarse a él, y pudo haber pensado en una docena de razones para dar media vuelta y llevarse a casa a su esposa y a su hijo.

—¿Tienes los billetes?

Haciendo una mueca, Felipe cayó en la cuenta de que estaba gritando para que Letizia pudiera oírle por encima del ruido de la locomotora. Metiendo la mano debajo de los gruesos pliegues de la capa de lana que ella llevaba, la cogió del brazo y la obligó a detenerse. Acto seguido, se inclinó para que ella pudiera verle la cara mientras le repetía la pregunta. Ella abrió un bolso de seda azul bordado con abalorios negros y empezó a rebuscar en su caótico interior. Felipe alcanzó a ver algo pequeño y marrón moviéndose entre los papeles. Antes de que pudiera caer en la cuenta de lo que era o reaccionar, la criatura salió del bolso de un salto.

—¡Nooo! —chilló Letizia.

—¡Jesús! —exclamó Felipe.

—¡Un ratón! —gritó una dama gorda.

A partir de ese instante, se armó la de Dios es Cristo. Las mujeres empezaron a chillar y a abalanzarse hacia los bancos, los hombres pisaban el suelo con fuerza para tratar de aplastar con los tacones de sus zapatos a la escurridiza criaturilla. Felipe se metió en medio de la refriega, sin saber muy bien qué esperaba conseguir, además de quedar como un perfecto imbécil. Dudaba que el pobre ratón se quedara inmóvil para que él pudiera cogerlo en medio de aquel barullo. Pero con la mirada de adoración de Letizia clavada en él y la expresión de su rostro aclamándolo como su héroe, no podía quedarse allí sin hacer nada.

El ratón se refugió entre un cubo de basura y un poste. Y entonces una mujer, con la falda recogida sobre los tobillos, lanzó un ataque contra el escondrijo del ratón, haciendo oscilar su bolso con furia. Felipe sólo pensó en que aquella mujer podría aporrear a la mascota de Letizia hasta matarla ante sus propios ojos. Se lanzó entre la agresora y el cubo de basura, recibiendo la peor parte del castigo en sus hombros, y logrando así que los golpes no le hicieran daño alguno al animalito. Cuando las yemas de sus dedos tocaron un cuerpecito peludo unos dientes diminutos se clavaron en su dedo índice.

—¡Joder! ¡Desagradecido ratón del demonio!

—¡No diga palabrotas, señor!

Cataplum. El bolso de la mujer lo golpeó en una oreja. Mientras se levantaba, Felipe alzó un brazo para protegerse la cara.

—¿Cómo se atreve usted a soltar un ratón en medio de un lugar público? —Gritó la dama— ¡Casi me da un ataque al corazón!

A Felipe le pareció que aquella bruja estaba perfectamente bien. Esquivó otro ataque de su bolso.

—Señora, tenga la amabilidad de dejar de atacarme con su bolso.

Por toda respuesta, lo golpeó en el hombro.

—¿Cómo se atreve a perturbar la paz, a aterrorizar a gente inocente? Y un hombre adulto, nada menos. Estas travesuras de chicos. ¿Pero usted? Tengo ganas de ir a denunciarlo. Los roedores transmiten enfermedades. ¡Tienen la rabia! ¡La peste! ¿Cómo se atreve a exponer a las demás personas a...?

Felipe apretó al ratón rescatado contra la solapa de su abrigo.

—Éste no es un ratón normal. Es un... —dijo las primeras palabras que se le vinieron a la mente— genus attica. Es un animal muy raro. Mi esposa no se desprendería de él aunque le dieran mil dólares.

La Canción De LetiziaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora