XXXVI

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Cuando él terminó de desabotonarle el camisón, ella tiró con mano temblorosa del puño de una de sus mangas. Era evidente que su intención era sacar el brazo de la prenda. Al mirarla, Felipe entendió que ella nunca lograría desvestirse sola.

Agachándose para atraer su atención, Felipe arqueó las cejas.

—¿Quieres que te ayude, cariño?

Letizia negó con la cabeza, plantó el dorso de una mano en su hombro y lo empujó levemente. Él podía reconocer una invitación a salir de un lugar cuando alguien se la hacía. Sólo esperaba que ella pudiera arreglárselas sin él.

—Vuelvo enseguida, ¿ok? —Sacó una toalla de lino del estante y la puso en el borde de la alargada bañera— Tápate con ella una vez que te hayas metido en el agua. No importa que la mojes. Así no te sentirás incómoda cuando yo regrese. ¿De acuerdo?

Ella asintió temblorosamente con la cabeza. Temeroso de que fuera un error, Felipe giró sobre sus talones y, un instante después, cerró la puerta del cuarto de baño al salir. Una vez en el dormitorio, se detuvo un momento frente al armario para sacar una camisa. Se la puso, pero no la abotonó, mientras cruzaba el pasillo a grandes zancadas.

Una vez en la planta baja, se apresuró en encender un fuego en la cocina para calentar el café. Tras hacer esto, llenó parcialmente una taza, añadió una cucharada de nata y luego terminó con un poco de whisky. Después de añadirle azúcar, volvió a subir al primer piso, esperando encontrar a Letizia sumergida en agua caliente. En cambio, la encontró sentada en la taza del inodoro, con el vestido aún puesto y los brazos alrededor del vientre.

—Leti...

Felipe dejó la taza de café irlandés en el lavabo y se agachó frente a ella. Nunca había visto a nadie temblar de aquella manera. Si el baño caliente y el café con whisky no la ayudaban, tendría que hacer llamar al doctor Muir. Dado su embarazo, no estaba dispuesto a correr ningún riesgo.

Durante un breve instante, Felipe consideró la posibilidad de despertar a Maddy para que ayudarla a entrar en la bañera, pero enseguida desechó esta idea. El ama de llaves debía de estar profundamente dormida en la otra punta de la casa. Mientras ella se levantaba, buscaba una bata y unas zapatillas y llegaba a la habitación de Felipe, el agua se enfriaría.

Resuelto, cogió una de las manos de Letizia, la levantó para apartarla de sus costillas y desabrochó el botón del puño.

—Voy a ayudarte un poco —le dijo mientras desabotonaba la otra manga. Al ver la expresión de consternación que se dibujaba en su rostro, él esbozó una sonrisa— Cariño, te quitaré ese camisón y te meteré en la bañera tan rápido, que no veré más que una imagen borrosa.

Ella no parecía muy convencida, pero, preocupado por su salud, Felipe no le dio la oportunidad de oponer resistencia. Cogiéndola de los hombros, hizo que se levantara del inodoro y enseguida echó las manos al camisón, todo ello de una sola vez.

—Alza los brazos.

No sabía muy bien si ella lo había complacido, o si él la había obligado a levantarlos mientras tiraba del camisón para hacerlo pasar por su cabeza. Eso no tenía ninguna importancia. En el instante mismo en que ella sintió que la parte inferior de la prenda empezaba a subir, intentó ayudarlo sacando los brazos de un tirón para poder taparse. Felipe no pudo menos que sonreír levemente al ver lo que ella había decidido ocultar. No cubrió sus pechos, como lo habrían hecho la mayoría de las mujeres. En cambio, dobló un brazo sobre su prominente abdomen y puso su otra mano sobre el triángulo de oscuro vello situado en el vértice de sus muslos delgados. De esta manera, le permitió contemplar el agradable espectáculo de sus senos, cuyas cumbres se habían oscurecido debido a su avanzado estado de embarazo.

La Canción De LetiziaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora