II

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Alzando el farol para iluminar el camino, Felipe de Borbon y Grecia recorrió a grandes zancadas el pasillo que atravesaba las caballerizas. El hedor acre del estiércol fresco se mezclaba con el polvoriento aroma del heno, para extenderse pesadamente sobre el aire frío de la noche. Relinchos de bienvenida llegaban a sus oídos procedentes de los oscuros compartimentos. En otras circunstancias, Felipe quizá se hubiese detenido, pero no tenía tiempo ni ganas de dar terrones de azúcar a los caballos aquella noche.
Las intermitentes manchas de luz dorada del farol y los rápidos movimientos de su sombra jugueteando a lo largo de las paredes de madera eran indicios de la profundidad de su ira. Hacía rechinar los dientes para no bramar de pura furia. Llegó al final del corredor y abrió de una patada la puerta de tablas que conducía al cobertizo donde guardaban los arreos. Tal y como lo esperaba, su hermano, Daniel, estaba tumbado de forma poco elegante sobre un montón de paja desparramada a lo largo de una de las paredes, uno de sus lugares favoritos para dormir alcoholizado.
Tragó saliva antes de pronunciar la primera palabra, para dominarse lo más posible. Al cabo de un instante, Felipe habló.
—Despiértate, hermanito. Tenemos que hablar.
Con una botella de whisky en una mano y cubriendo sus ojos con la otra, el joven resacoso gruñó y se puso boca abajo para dar la espalda a Felipe.
—Lárgate. Es medianoche.
A las siete de la tarde difícilmente podría decirse que fuera medianoche, y el hecho de ver a Daniel con una botella de whisky le recordó a Felipe que ya era hora de que dejara de considerar a su hermano de veinte años un niño.
—Te dije que te despertaras —Felipe entró en la habitación y colgó el farol del gancho de una viga— Han hecho una acusación muy grave en tu contra, jovencito, y quiero llegar al meollo de todo esto.
Daniel refunfuñó de nuevo.
—¿No podemos hablar más tarde?
Felipe se puso en jarras, desafiante, y alzó la barbilla.
—El juez Ortiz acaba de hacerme una visita. Han violado a su hija, Letizia, y Alan Dristol afirma que tú lo hiciste.
Esto pareció atraer la atención de Daniel, quien enseguida se colocó otra vez boca arriba para mirar con ojos de miope por debajo de sus manos ahuecadas. Felipe tuvo un rayo de esperanza. Mentiras, no eran más que mentiras. Un horrible malentendido que unas pocas palabras de su hermano podrían aclarar. Ningún Borbon se rebajaría hasta el punto de obligar a una mujer a recibir sus atenciones, y mucho menos a una chica tan indefensa como Letizia Ortiz. Además, ¿para qué haría Daniel algo así? Era un joven apuesto que pertenecía a una familia adinerada. Casi todas las mujeres del pueblo rivalizaban para tratar de ganarse sus favores.
Daniel parpadeó como si estuviera intentando asimilar lo que su hermano acababa de decirle.
—¿Qué dices que anda contando Alan por ahí?
Después de un momento hizo una mueca de desprecio.
—¡Maldito estupido! ¡chismoso, traidor! ¡Ya verás cuando lo agarre!
Como dedos húmedos y helados, estas palabras apagaron la última chispa de esperanza que había en Felipe. Se quedó inmóvil durante un momento, como paralizado por la incredulidad. No había en la voz de Daniel señal alguna de que sintiera compasión por Letizia Ortiz. Y tampoco negó la acusación.
El polvo de la paja se alzó en el aire, produciéndole picor en las ventanas de la nariz. Una sensación abrasadora se adueñó de sus ojos.
—Dime que no lo hiciste, ¡por el amor de Dios! —Felipe tenía ahora la voz quebrada.
Al tiempo que pronunciaba estas palabras, notó el timbre de desesperación que había en su propia voz.
—Yo no lo hice. Pero ¿podemos dejar esta conversación para mañana en la mañana?
—¡No, maldición! No podemos. —Felipe se acercó aún más. Su cuerpo estaba tenso, sus sienes empezaron a palpitar con fuerza— Han violado a una chica. ¿Cómo podríamos dejar esta conversación para mañana? El juez Ortiz está fuera de sí. Y ¿cómo no entenderlo? Quiero saber la verdad, Daniel, y quiero que me la digas ahora. ¡Dime qué pasó, por Dios! ¿Por qué diría Alan algo así, si no fuera cierto?
—Porque es un cobarde, ésa es la razón. Bebí demasiado y perdí el control. Eso es todo.
—¿Eso es todo? —A Felipe le pareció que la luz del farol empezaba a oscilar: brillaba intensamente durante un momento y luego se iba atenuando ligeramente—. ¡Dios santo, Daniel, esa chica ha sido violada!
—Pero ni que le hubiera hecho un daño permanente...
—¿Un daño permanente? Estamos hablando de una violación, ¡por el amor de Dios!
—¡Una violación! —Daniel lo dijo en voz baja, como si se tratase de una acusación absurda— Por definición, una violación tiene lugar cuando un hombre obliga a una mujer a recibir atenciones que ella no desea. Letizia Ortiz recibió exactamente lo que andaba buscando.

La Canción De LetiziaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora