XXI

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Hoy voy a hacer maratón de nuevo, no olviden Votar y comentar 🫶🏼.

Maratón 1/3

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Pasmado, Felipe vio a Letizia llevarse una mano al cuello y mirar seductora y tímidamente al muñeco relleno. Luego, para su gran asombro, ella rodeó la improvisada mesa, cogió a su caballero del brazo y empezó a dar pasos de vals perfectamente ejecutados. Su falda giraba mientras ella se movía majestuosamente por la habitación.
Una hermosa joven, bailando al compás de una música que nadie más podía oír, en los brazos de un hombre que ella había creado con sus manos creativas y su rica imaginación. Junto a aquel muñeco ella podía ser alguien; privilegio que el resto del mundo, incluyendo a Felipe, le había negado.
Inconscientemente, Felipe trasladó el peso de su cuerpo de una pierna a otra y una tabla del suelo cedió levemente bajo su pie. Con los agudos sentidos de una persona sorda, Letizia sintió que la tabla cedía y enseguida se quedó inmóvil. Sus ojos enormes y recelosos lo buscaron en la oscuridad.
Felipe vio que estaba asustada. Después de lo que había pasado entre ellos en las caballerizas, y sabiendo que ella esperaba que él le pegase si volvía a escabullirse, le sorprendió que hubiese tenido el valor de subir al ático de nuevo. Aunque entendía perfectamente que corriera ese riesgo. En aquel salón imaginario ella podía ser quien le diera la gana y hacer lo que quisiera. En comparación, el mundo que la esperaba abajo probablemente pareciese una cárcel. Letizia, la tonta, encerrada dentro de una casa para protegerla. Letizia, la tonta, que tenía que comer lo que se le sirviese, bañarse cuando se le ordenara, vestirse como una golfilla. No era más que una muñeca de carne y hueso de la que ellos se ocupaban, que casi todo el tiempo dejaban en una habitación cuya ventana tenía barrotes y que vigilaban como si fuese una niña pequeña el resto del tiempo. El en su lugar, también habría corrido el riesgo de que le dieran una paliza para subir al ático.
Una paliza... Por la expresión de angustia que vio en su rostro, Felipe supuso que el castigo físico no era lo único que Letizia temía. Al ir a aquel lugar, él había descubierto su secreto. El mundo que ella había creado era sacrosanto, y sin duda lo veía a él como un intruso que podría destruirlo. Simplemente haciendo girar una llave, él podía cerrar la puerta e impedirle regresar al ático. O, peor aún, con sólo hacer girar una llave, podía encerrarla en una habitación que tuviese una ventana con barrotes y no permitirle salir nunca. El poder. La autoridad suprema. Si él así lo decidía, podía hacer que su vida fuera un infierno peor de lo que ya era.
Pero jamás haría algo semejante. Por nada del mundo.
Felipe se sintió sobrecogido al verla de aquella manera. Y también quedó fascinado. Todo lo que quería era pasar de su realidad, que de repente le pareció que tenía muy pocas cosas elogiables, a la de ella. No para destruirla, sino para encontrar un espacio en el que los dos tuvieran algunos puntos en común, aunque sólo fuese durante unos pocos segundos.
Moviéndose con cautela, con mucha cautela, salvó la distancia que los separaba. Era arriesgado, y lo sabía. Al fin y al cabo era su mundo —un mundo secreto—, y nadie le había invitado a entrar en él. Pero esto fue lo único que se le ocurrió para tratar de ganársela.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, dio un golpecito en el hombro a su exánime pareja de baile de trapo. Tras hacer una cortés reverencia, le dijo:
—¿Me concede este baile?
Como un modelo de movimiento, Letizia permaneció inmóvil, con un pie extendido para dar un paso, su delgado cuerpo a punto de perder el equilibrio y el muñeco apretado contra el pecho. Bañada por una luz plateada procedente de las ventanas que se encontraban detrás de ella, parecía una escultura de hielo, demasiado frágil y delicada para soportar siquiera que la mano de un hombre la tocara. Felipe notó un latido en el cuello de la muchacha y, por su frenético ritmo, se dio cuenta de la dimensión de su miedo. Sabía que ella podía tratar de huir. Y con toda la razón. Después del trato que Daniel la había dispensado, él no había llegado a su vida con muy buenas recomendaciones; y, en el tiempo que había transcurrido desde entonces, no había hecho gran cosa para rectificar ese error.

La Canción De LetiziaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora