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Mientras la observaba, Felipe advirtió una mancha azul en un balaustre que se encontraba a la derecha de Letizia. Para su sorpresa, vio que ella había puesto su cinta de pelo alrededor de la columna, formando una espiral perfecta. Parecía una delicada golosina Se preguntó si a ella le gustarían los dulces para niños y tomó nota mentalmente de que debía comprarle algunos la próxima vez que fuese al pueblo.

Dulces golosinas para la dulce...

—Felipe, amigo mío...

Este inesperado saludo hizo que Felipe se sobresaltara. Se volvió para ver a Jesús Ortiz saliendo del salón. Dado el motivo de aquella fiesta, no podía entender por qué el hombre estaba sonriendo de oreja a oreja. Que Felipe supiera, aquélla no era una ocasión para especiales celebraciones, y por eso respondió al saludo con voz neutra.

—Jesús.

Felipe sabía que probablemente debía decir algo más a manera de saludo cordial, pero en ese momento le resultaba imposible ser cortés con aquel hombre. ¿Qué podría decirle? ¿Que se alegraba de verlo? Francamente, no era así. A lo largo de la última semana, durante la cual se produjeron diversos encuentros, el padre de Letizia le había resultado cada vez menos simpático. Había admirado a este hombre durante muchos años, pero ahora que lo conocía mejor, sabía que en realidad era un imbécil egocéntrico e insensible. Y no eran sus peores atributos.

Deteniéndose junto a Felipe, Ortiz enganchó sus dedos pulgares bajo la solapa de su chaqueta, se echó hacia atrás meciéndose sobre sus talones y habló, muy satisfecho.

—Es una hermosa mañana para una boda, ¿no te parece? Sí, ya lo creo, verdaderamente perfecta.

Al ver que el novio no mostraba su acuerdo, la sonrisa del juez titubeó y, con ese don especial que tienen los políticos verdaderos para las evasivas, dio marcha atrás.

—Bueno, quizás, un poco calurosa. Pero al menos podemos estar seguros de que no lloverá. Aunque no nos vendría mal un buen aguacero.

Para Felipe no era, de ningún modo, una hermosa mañana. En realidad, por lo que a él se refería, toda aquella semana había sido pésima. Estaba a punto de casarse con una mujer sin su consentimiento. Independientemente de que Letizia lo entendiese o no, él sí lo tenía del todo claro. Noche tras noche había permanecido despierto mirando fijamente el techo, diciéndose que el fin justificaría los medios, que estaba haciendo lo correcto. Pero ¿era la verdad? Esta era una pregunta que Felipe no podía responder con certeza, al menos sin la ayuda de una bola de cristal y un vidente que predijera el futuro. Aunque la verdad era que él no creía en tales estupideces.

Echó un vistazo sarcástico al atuendo de su futuro suegro. Con total falta de consideración por la importancia del momento, Ortiz llevaba una chaqueta canela bastante amplia sobre una camisa blanca ligeramente almidonada, y un jersey de algodón de color rosa, de cuello de pico. Su corbata, a juego, era de un rosa de tono más oscuro. Era indudablemente un traje poco elegante, más apropiado para recibir a invitados en el jardín que para una boda, aunque se tratara de una boda tan informal.

Felipe, en cambio, había sido excepcionalmente meticuloso en la elección de la ropa que llevaría aquella mañana. Había terminado por escoger un traje hecho a medida, de color gris oscuro, y una camisa blanca muy almidonada, cuya parte delantera estaba tan tiesa que amenazaba con agrietarse cuando él se moviera. Dado que odiaba el olor del almidón para camisas, que inundaba las ventanas de su nariz y se aferraba implacablemente a la parte posterior de su lengua, no pudo menos que ofenderse, algo resentido, por la informalidad del otro hombre.

Sonriendo de oreja a oreja nuevamente, Jesús  le dio a Felipe una palmada en el brazo.

—Te has puesto nervioso, ¿no es verdad? Vamos al salón. Tengo el remedio que necesitas. —Con un guiño de complicidad, se inclinó hacia Felipe— Mi pócima especial. Brandy de melocotón. Nunca en tu vida has probado nada igual.

La Canción De LetiziaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora