XXXVII

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Sin apartar la mano de su cuello, él empezó a acariciarla con delicada suavidad bajo una oreja. La piel de la joven era tan sensible en aquel punto, que cada roce de las yemas de sus dedos prendía fuego a sus terminaciones nerviosas. Tragó saliva, dándose cuenta demasiado tarde de que su dedo pulgar le estaba apretando ligeramente la laringe.

—Y, como sabes que estoy triste, has decidido concederme lo que te pido...

Letizia quiso negar con la cabeza, pero él se lo impidió cogiéndola la barbilla. La mirada de Felipe se encontraba aferrada a la suya, con tanta fuerza como la que guardaba en sus brazos.

—Al menos seamos sinceros. Si empiezas a disfrazar la verdad para no herir mis sentimientos, y yo hago lo mismo para no herir los tuyos, cuando nos demos cuenta, tendremos una montaña de mentiras piadosas irguiéndose entre nosotros.

—Pero yo quiero...

El la interrumpió una vez más, esta vez llevando un dedo a sus labios.

—No, Letizia, no quieres. Es la pura verdad. —Bajo la luz de las llamas, sus ojos, normalmente tan claros, se volvieron opacos— Después de lo que te pasó, no espero en absoluto que quieras consumar la unión física. Esta tarde te pedí que consideraras la posibilidad y que confiaras en mí lo suficiente como para darme la oportunidad de enseñarte lo maravilloso que puede ser eso entre nosotros. Eso es todo. Sólo una oportunidad. Nunca he esperado que vinieras a buscarme ardiendo de deseo o queriendo estar conmigo en este mismo instante.

Como si esta idea le pareciese graciosa, él siguió mirándola, curvando ligeramente una de las comisuras de su boca.

—Bueno, ¡ya lo he pensado! —Estaba algo ofendida, pues él parecía estar riéndose a sus expensas— Y he decidido darte la oportunidad de enseñármelo.

—¿Por qué?

—Bueno, pues... —Letizia lamió los labios y fijó la mirada en la depresión de la base de su cuello— Porque yo... —Se interrumpió y volvió a mirarlo a los ojos.

—¿Porque sabes que yo estoy muy disgustado? ¿Y porque te sientes obligada a hacerlo? —Negó con la cabeza— Letizia, querida, has tomado la decisión correcta, pero por motivos errados. —Con una sonrisa que no alteró la intensidad de su mirada, alargó la mano para quitarle la toalla de la cabeza— Creo que esperaré hasta que vengas a buscarme por los motivos apropiados. Por lo pronto, vamos a secarte el pelo antes de que te resfríes. —Le hizo señas para que se sentara en la alfombrilla frente a la chimenea. Luego, fue a buscar un cepillo del tocador. Cuando volvió a su lado, bromeó— No frunzas el ceño. Se te arrugará la frente.

Pese a todo, Letizia no pudo menos que fruncir el ceño. Aunque sabía que era una testarudez, estaba irritada y algo herida. Por motivos errados, le había dicho él. ¿Y entonces qué razones consideraría que eran las apropiadas? Lo quería y se preocupaba por él. Felipe se sentía triste aquella noche, y ella quería aliviar sus penas. ¿Qué mejores motivos podría tener?

Le puso una mano en el hombro, la obligó a sentarse en la alfombrilla y luego se sentó a su lado. Se colocó de tal manera que el camisón quedó atrapado bajo uno de sus pies, lo que hizo que sintiera una incómoda tirantez en los hombros. Tardó un momento intentando desenredarse. Cuando finalmente logró ponerse cómoda y volvió a alzar la vista, Felipe emprendió la tarea de cepillarle el pelo. Esperando que tropezara con obstáculos inesperados e hiciera que se le saltaran las lágrimas por los tirones, como siempre ocurría con su madre, Letizia se puso tensa al principio. Pero la delicadeza de aquel hombre pronto logró que se suavizara la rigidez de su cuello y sus hombros.

La peinaba con movimientos largos y lentos, con sus manos grandes y suaves. El calor emanaba tanto del fuego como de él. Letizia entornó los ojos, y su cuerpo, completamente relajado, se movía al cadencioso ritmo del cepillo. Cuando las húmedas puntas de su pelo empezaron a secarse, Felipe procuró levantar el cepillo cada vez que lo pasaba por su cabello, separando los pelos Y dejando que volvieran a caer lentamente sobre los hombros. Letizia miraba la luz del fuego a través de un velo azabache en constante transformación, sintiéndose extrañamente somnolienta Y alejada de la realidad.

La Canción De LetiziaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora