XXVII

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—Ah, no. No puede usted marcharse. Éste es su grano de arena, no el mío, y es a usted a quien le corresponde ocuparse de él.
Felipe volvió a darle unas palmaditas en el brazo.
—Vamos, Maddy. No seas tan timorata. Sabes que, si yo pudiera, se lo explicaría todo. Pero es muy difícil para un hombre tratar un tema de esta naturaleza.
Maddy le lanzó una mirada que habría podido pulverizar una roca.
—Usted es el esposo de la chica y, por consiguiente, es su deber, no el mío. No sé si lo recuerda, pero yo nunca me he casado. Mis conocimientos acerca de este tipo de cosas podrían caber en un dedal.
—Pero seguramente conoces las nociones elementales.
—¿Las nociones elementales? Si usted sale de esta habitación, resolveré este asunto buscando un huevo en su ropa de cama, ya lo verá.
—¡No te atreverías a hacer algo semejante!
—Desde luego que sí.
Felipe la miró con la frente arrugada.
—Maddy, alguien le tiene que explicar los pormenores de la reproducción humana a la chica, y ese alguien de ninguna manera puedo ser yo. No podemos permitir que siga creyendo que está a punto de poner un huevo, ¡por el amor de Dios! Eso es... bueno, es... —Se interrumpió porque no sabía qué decir. Finalmente, encontró la palabra— Irresponsable, eso es lo que es.
—Entonces, asuma sus responsabilidades.
—Esa clase de cosas no son responsabilidad mía. Ella y yo tenemos una relación que aún es prácticamente inexistente.
—Cobarde.
—No seas ridícula. No me molestaría tratar el tema con ella. Pero lo que aquí importa es cómo se sentiría ella si yo lo hago.
Maddy cruzó los brazos debajo de sus pechos.
—Entonces pídale a su madre que venga a hablar con ella. Tal y como yo veo las cosas, el deber de la señora Ortiz era en primer lugar educar a la chica y, dado que lo ha hecho tan mal, a ella le corresponde arreglar este lío.
—¡Por encima de mi cadáver!
—¿Y entonces qué haremos?
Felipe se echó las manos a la cabeza.
—De acuerdo. Pero si ella se disgusta, la culpa será toda tuya, no mía. Sería mejor que una bondadosa mujer mayor, alguien en quien ella confíe, le hablase de un tema de esta índole.
Fingiendo una seguridad en sí mismo que no sentía en lo más mínimo, cogió a Letizia de la mano, la llevó a la mesa, con afabilidad le hizo sentarse en una silla y se sentó frente a ella. Descansando sus brazos cruzados sobre la mesa, Felipe se inclinó hacia adelante, sin apartar los ojos de su mirada desconcertada.
—Letizia, cariño, hay un par de cosas que debes entender. —Desde la barrera, Maddy carraspeó de forma exagerada y chasqueó la lengua. Felipe decidió ignorar su sarcasmo. Él le explicaría las cosas de la forma más sencilla posible—. Entre los bebés y los pollitos... bueno, hay unas cuantas diferencias fundamentales en lo que se refiere a la manera en que nacen.
Aquellos ojos... Al mirarlos, a Felipe le parecía que estaba temblando por dentro. ¿Cómo podría explicarle algo tan...? Ni siquiera se le ocurría una palabra. ¿Abyecto? ¿Personal? Definitivamente éste no era un tema que los hombres solieran mencionar delante de las mujeres. Decidió que el secreto estaría en darle una explicación adecuada sin ser demasiado explícito. Usar términos sencillos, éste era su propósito.
—Entiendes que hay un bebé dentro de ti, ¿verdad?
Ella asintió con la cabeza.
Todo iba bien por el momento. Plenamente consciente de que Maddy lo estaba observando con una expresión de suficiencia en el rostro, Felipe empezó a dar golpecitos con las yemas de los dedos en la superficie de la mesa.
—Las madres —dijo en voz baja—tienen un lugar especial dentro de ellas que está hecho para albergar a los bebés. Es allí, en ese lugar especial, donde ellos se quedan y crecen hasta que están preparados para nacer. ¿Entiendes?
Letizia asintió de nuevo con la cabeza. Felipe quería evitar a toda costa mirarla a los ojos. Veía numerosas preguntas en ellos, y mucha inocencia. Si decía algo indebido —una sola palabra equivocada—le infundiría pánico y haría que le temiera a su embarazo.
—Bien. Me alegro de que entiendas. —Dio golpecitos un poco más fuertes en la madera— Bueno, cuando tu bebé esté preparado para nacer, ese lugar especial dentro de ti se abrirá para que él pueda salir. —Al ver su expresión de perplejidad, rápidamente añadió—: ¡El nacimiento de un bebé es algo maravilloso! Todos se alegrarán muchísimo, y nosotros... —Se interrumpió y lanzó una mirada de impotencia a Maddy— Nosotros posiblemente demos una gran fiesta para celebrarlo. ¿No es verdad, Maddy?
—Una fiesta. —Maddy movió la barbilla de arriba abajo— Organizaremos un fiestón nunca antes vista, ya lo verás. ¡Será un día espléndido!
Las mejillas de Letizia enrojecieron de alegría y una dulce sonrisa iluminó su rostro. Persuadido de que había dicho lo necesario para aclarar sus ideas equivocadas, sin empeorar la situación, Felipe estaba a punto de dejar escapar un suspiro de alivio profundo cuando la vio fruncir el ceño ligeramente, meterse un dedo en el ombligo y arquear las cejas de manera inquisitiva.
Tac tac. Tac tac, hacían sus dedos al dar golpes en la superficie de la mesa. No le quitaba los ojos de encima al ombligo de Letizia. Temía enormemente que pudiera hacerse daño si no dejaba de meter el dedo en lo más profundo de ese orificio. ¡Joder! Al pensar en su infancia, Felipe pudo recordar perfectamente las ideas equivocadas que él también tenía acerca del proceso de nacimiento. Creía que el bebé dentro del prominente vientre de su madrastra saldría por el ombligo. En aquella época ésta le pareció una explicación perfectamente razonable, y aún recordaba cuánto se horrorizó cuando un niño mayor que él le dijo algo completamente distinto.
—No saldrá por ahí, Letizia. —Habló con una voz bronca— El bebé no sale por allí.
Ella sacó el dedo de su ombligo y le lanzó una mirada de perplejidad, esperando a todas luces que le diera una explicación más detallada. Tac tac. Intentando pensar en una manera apropiada de explicarle las cosas —o, en realidad, en cualquier manera de explicárselas sin aterrorizarla—, Felipe tragó saliva para deshacer un nudo en su garganta que parecía ser tan grande como una pelota de goma. Luego, esforzándose por mantener el rostro inexpresivo, se levantó de la mesa, pasó de largo por delante de Maddy y se sentó en la cama de Letizia.
—¿Y ahora qué va a hacer? —preguntó Maddy.
La única respuesta de Felipe fue levantar una de las mantas de Letizia y sacudirla con cuidado.

La Canción De LetiziaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora