XV

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Necesitaba pensar las cosas detenidamente antes de tomar una decisión, no porque le importara particularmente salvaguardar la relación que tenía con sus suegros, sino porque la felicidad de Letizia podía estar pendiente de un hilo. Si, como Maddy sospechaba, la chica podía sentir afecto, entonces seguramente quería a sus padres, lo mereciesen o no. Por su bien, Felipe no quería provocar un distanciamiento, al menos sin una buena razón.
Sin duda confundiendo el silencio de Felipe con un cambio de actitud, Paloma recobró la compostura ligeramente. Con un tono de voz más tranquilo y moderado, volvió a hablar.
-Sé lo muy engañoso que puede ser el comportamiento de Letizia, señor Borbon. De vez en cuando puede hacer gala de cierto grado de lo que podría parecer una inteligencia normal, pero enseguida experimenta una regresión. Créame. Aunque odio usar esta palabra, mi hija es una tonta. Nada en el mundo podrá cambiar eso.
Tan agotado que no podría describirlo con palabras, Felipe suspiró y volvió a frotarse la cara con una mano. Casi no había pegado ojo la noche anterior. Letizia... con su dulce rostro y sus perplejos ojos verde tierra. No podía quitársela de la cabeza. Quizás Maddy y él estuviesen aferrándose desesperadamente a una falsa esperanza. Pero tenía que cerciorarse de eso, ¡maldición!
-Lo siento. -Trató de escaparse por la tangente- Creo que no debí venir aquí. Los he alterado a los dos y, si tienen razón, lo he hecho sin motivo alguno. Es sólo que yo... -Se encogió de hombros- Anoche... al verla... tuve la seguridad de que había alguna esperanza.
Miró a Paloma a los ojos y pudo ver su dolor, y supo que ella creía de todo corazón que su hija había heredado la locura de su familia. ¿Sería posible que fuera tal su certeza al respecto, y que tuviera tanto miedo de que su esposo se divorciase de ella, que no quisiera ver ninguna otra posibilidad?
-No hay ninguna esperanza -dijo ella con voz trémula- Bien sabe Dios que quisiera que la hubiese. Por el bien de Letizia, tiene usted que sacarse todas esas dudas de la cabeza.
Por el bien de Letizia. Felipe se mordió la lengua para no decir nada que luego pudiera lamentar.
-En los últimos tres años, su condición ha empezado a deteriorarse -señaló Paloma- Tanto es así que agredió físicamente a su cuidadora. Si permitimos que siga teniendo ese tipo de comportamientos, será necesario internarla en un hospital psiquiátrico, señor Borbon. Sé que usted vino aquí esta mañana con las mejores intenciones y que no es una mala persona. Pero debe usted confiar totalmente en mí. Yo no ideé por placer todas esas reglas que Letizia debe seguir. Lo hice para salvaguardar su futuro. Por esta razón, debe usted hacérselas cumplir, tal y como prometió que lo haría. De lo contrario, no habrá quien la controle, y todos mis años de trabajo habrán sido en vano. No quiero que mi hijita termine en un manicomio.
-Yo tampoco quiero eso. Créame, por favor.
-Desde luego que le creemos -intervino Jesús. Felipe se puso de pie.
-Siento mucho haberlos importunado de esta manera.
-Tonterías -lo reprendió Paloma- Letizia es nuestra hija, y la amamos.
Aquella palabra de nuevo. Amor. Felipe habría querido preguntar a aquellas personas si entendían su significado.
Jesús se levantó y abrazó a su esposa.
-Así es. Me alegra que hayas venido a vernos para hablar de las inquietudes que tenías. No habríamos esperado que fuese de otra manera.
Mientras Felipe se despedía de los Ortiz y se marchaba de su casa, miles de preguntas le daban vueltas en la cabeza, y ninguna de ellas se podía responder de una manera sencilla. ¿Estaban los padres de su esposa tan absortos en sus propios asuntos que no podían ver los de ella?
¿O acaso Maddy y él estaban arremetiendo lanza en ristre contra molinos de viento? -¡Señor Borbon! ¡Señor Borbon! ¡Espere un momento, por favor!
Felipe oyó esta voz justo al llegar a la calle, tras salir del camino de entrada a la casa de los Ortiz. Tirando de las riendas de su caballo negro para que se detuviera, se volvió ligeramente sobre la silla de montar y vio a Paloma salir corriendo de la sombra de un frondoso roble para atravesar el jardín. Llevaba una falda con mucho vuelo que caía hasta el tobillo y se agitaba detrás de ella como una bandera azul. Desde la distancia, él casi habría podido creer que aquella mujer era Letizia, con su pelo azabache y su cuerpo delgado. Este pensamiento hizo que se le secara la garganta. Sintió una pena infinita. Si Paloma estaba en lo cierto, Letizia nunca podría hablar, y mucho menos llamar a alguien.
Ella se detuvo al llegar al canal de desagüe que se encontraba junto a la calle, apretándose el vientre con una mano como si intentase recuperar el aliento penosamente. Felipe esperó con paciencia hasta que ella pudiera hablar. Él notó que incluso después de correr para salvar la distancia que los separaba, la mujer aún estaba pálida. Los ojos de la madre buscaron su mirada.
-No podía permitir que se marchara sin hablar con usted de un asunto de gran importancia para mí.
-Por supuesto. ¿De qué se trata?
La mujer trago saliva y tomó aire con gran dificultad.
-Debo pedirle un favor muy grande, señor Borbon. De ahora en adelante, por favor, no me haga preguntas acerca de la condición de Letizia frente al juez. Si tiene usted alguna inquietud, hable conmigo en privado.
-¿Por qué debo ocultarle mis inquietudes al juez? -Felipe trataba, sin éxito, de interpretar la expresión del rostro de su interlocutora.
-Mi esposo no se encuentra bien. No quiero que se le moleste con tales nimiedades.
¿Nimiedades? Apenas pudo contenerse para no echar por la boca sapos y culebras. ¿Pensaba que el futuro de Letizia era una nimiedad? ¿Hasta dónde era capaz de llegar aquella mujer para proteger su posición de respetable esposa del juez? Felipe comprendió que no le interesaba saberlo. Sobre todo, si Letizia era el cordero que ella quería sacrificar.
-Lo siento -dijo él fríamente- No sabía que el juez estuviera mal de salud.
-Ya, bueno, a él no le gusta hablar de esto. Después de todo, tiene que pensar en su carrera.
Sí, desde luego, la asquerosa carrera del señor juez. ¿Cómo pudo habérsele olvidado?
-Tengo esperanzas de que Jesús mejore con el tratamiento apropiado y con un poco de reposo. Sin embargo, lo mejor, por el momento, es evitar perturbarlo. Temo que cualquier tipo de agitación, especialmente si está relacionada con Letizia, pueda hacerle sufrir una recaída.
Al mirar a la mujer a los ojos, Felipe vio el temor que se reflejaba en ellos; pero sospechó que era por ella misma, no por su esposo. Después de todo, la mujer tenía un secreto que proteger. La ironía de todo aquello era que su marido ya sabía que era posible que la locura fuese cosa de familia y, por razones que Felipe desconocía, no se lo había dicho a ella. Supuso que Ortiz debía de creer en el antiguo adagio que decía que reconocer algo era darle validez.
¿Cómo podían dos cónyuges vivir en la misma casa, hacer el amor, tener hijos y, no obstante, ser tan poco honestos el uno con el otro?
Todo lo que Felipe quería era alejarse de aquellas dos personas. Estar lejos para poder pensar. Tenía algunas decisiones que tomar. Decisiones muy importantes. Por el bien de Letizia, tenía que cerciorarse de tomar las adecuadas.
-Tendré presente el estado de salud del juez antes de venir a hablarles de mis preocupaciones. Como le dije, no tenía idea de que él estuviera enfermo.
Paloma cerró los ojos por un momento. Cuando volvió a abrirlos, unas lágrimas se deslizaron por sus pálidas mejillas.
-Sé bien que tiene usted un mal concepto de mí, señor Borbon. Cree que no merezco llamarme madre, ¿no es verdad?
Decir eso era quedarse corto, pero Felipe pensó que no servía de nada herirla. Ella era una mujer tan pusilánime, que apenas podía soportar mirarla.
-No soy el tipo de hombre que hace juicios precipitados sobre las personas.
-Independientemente de lo que pueda parecer, he hecho lo que he considerado mejor para mi hija. -Hablaba con voz trémula- Siempre. No ha sido fácil. El resto de mi familia también me exige tiempo. Pero la he tenido en casa, y en ningún momento me he enfadado con ella por todos los apuros que me ha hecho pasar. Creo que muchas madres habrían optado por el camino más fácil.
Felipe no ponía eso en duda. Supuso que Paloma, a su lamentable manera, había hecho su parte correspondiente de sacrificios maternales. Ella parpadeó y se secó las mejillas con una mano. Había algo en la expresión de su rostro -Felipe no sabía qué-que casi hacía que la compadeciera.
-De ahora en adelante, sólo hablaré de mis preocupaciones con usted. -Tras decir esto, se quitó el sombrero y le dio un suave golpe al caballo con las rodillas para que empezara a andar- Que tenga usted un buen día, señora Ortiz.
Ella alzó una mano.
-¡Espere un momento, por favor! Deme unos minutos más de su tiempo y luego dejaré que se marche.
-Dígame.
La mujer se mordió el labio inferior.
-Sé que nos ha prometido que nos devolverá a Letizia después del nacimiento del bebé. Pero, entretanto, hay algunas cosas que debería usted saber de ella, cosas que no pude decirle la otra noche frente al juez. Debido a su estado de salud, ¿entiende usted?
-¿De qué cosas me está usted hablando?
Se retorció las manos.
-Haga lo que haga, nunca permita que Letizia se acerque a un gato sin supervisión. Y, si tiene invitados en casa con niños pequeños, no debe tolerar en ningún momento que ella se quede sola con uno de los críos. Bajo ninguna circunstancia.
-¿Le importaría decirme por qué?
-¿Acaso no es obvio? Ella no lo haría a propósito, como se imaginará, pero temo que le haga daño a un niño o un animal. -De nuevo se le llenaron los ojos de lágrimas, y las comisuras de su boca empezaron a temblar- Sólo haga caso de lo que le digo. ¡Por favor!
Tras decir estas palabras, la mujer se dio la vuelta para alejarse de allí y volvió sobre sus pasos para cruzar el jardín. Él la siguió con la mirada durante largo tiempo.

La Canción De LetiziaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora