37. OLIVER

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Le agradecía mucho a Evan cómo estaba cuidando a mi madre. No quería ni imaginarme si todo eso hubiera pasado en otro momento, cómo hubiese sido la situación. Quizá mi madre hubiera caído en una depresión absoluta, y no era el caso. Estaba claro que no estaba bien, pero Evan no se separaba de ella ni un instante. Le preparaba la comida, estaba pendiente de ella las veinticuatro horas del día, y la ayudaba a que descansara correctamente. Todo esto pasaría, estaba seguro.

Llegamos a mi casa, y el padre de Gia acompañó a mi madre a su habitación, para que se acostara y se relajara un poco, lo necesitaba. Lo que le había pasado era un ataque de ansiedad en toda regla. Estaba desesperada, llena de rabia y desesperación, tan solo quería soltarlo todo y que los culpables de toda esa situación pagaran por ello. Entendía su dolor perfectamente, tuvo que ser muy duro perder a un hijo, o mejor dicho perder 'supuestamente' a un hijo. Y para colmo, perder a su pareja en ese momento, el padre del hijo que nunca llegaron a tener. Mi madre había sufrido mucho, y no era justo, no se lo merecía.

Era bastante tarde, y con todo lo que había sucedido aún no habíamos comido. Sería casi la hora de merendar, y Gia y yo decidimos preparar unas pizzas para los cuatro. Mi madre probablemente no querría comer, pero nosotros íbamos a hacer para cuatro.

-- No queda queso. – dije, rebuscando por los armarios.

-- ¿Te sorprende?. – Gia se rió. – Puedes buscar entre los cojines del sofá, seguro que encuentras un poco.

-- Qué graciosa. – le di un beso en la mejilla y sonrió. – Voy a ver si Marcos me da un saco. Vengo ya.

Jamás me había quedado sin queso en casa, la verdad que jamás había hecho una batalla de queso, también es verdad. Pero no había ningún problema, tan solo era salir a la pizzería, y que Marcos me diera un saco de los muchos que guarda en el almacén. Buscaba la cartera, siempre le pagaba los sacos que me llevaba, pero no la encontraba. Gia me chistó y levantó su mano con mi cartera entre sus dedos.

-- ¿Buscas esto?.

-- No me robes hoyuelitos. – bromeé.

-- ¡Abre la puerta!.

Alguien empezó a aporrear la puerta, con mucha fuerza, con gritos agresivos incluidos. Gia me miraba asustada, y yo no entendía nada.

-- ¡Abre la puerta hijo de puta!.

-- ¡Derek, basta!.

Cada vez los golpes sonaban más fuerte, y se sumó el ruido del timbre, sin cesar.

-- ¡Esa es Cleo!. – añadió Gia, nerviosa.

Fui hacia la puerta, comprobé el piso de arriba desde las escaleras, y la puerta de mi madre seguía cerrada. Menos mal. No habían escuchado. Estarían durmiendo.

-- ¿Qué son esos golpes?. – abrí la puerta acelerado, y sin entender a qué se debía todo aquello.

-- ¡A ti quería verte yo!. – Derek me dio un gran empujón, haciéndome retroceder varios centímetros.

-- ¿Qué cojones te pasa?.

-- Derek por favor. – Cleo intentaba calmarlo agarrándolo del brazo, sin éxito. Ni siquiera la escuchaba.

-- ¿Se puede saber qué coño hacías en mi casa?. – Derek estaba agresivo, cabreado.

-- Te estás equivocando.

-- ¿Te piensas que soy igual de idiota que tú?. – volvió a empujarme.

-- Cuidado con lo que haces Derek. – intenté apartar sus brazos de encima de mí, pero el empujón ya me lo había dado otra vez.

Agárrame fuerte (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora