Capitulo XII

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Confesión.

La luz de la ventana comenzó a molestarme los ojos robándome una mueca, pero no me importó en lo absoluto cuando un cosquilleo recorrió mi espalda al sentir un camino de besos húmedos en mis hombros. 

Reí cuando su mata castaña y desordenada me hizo cosquilla en la nariz al enterrarse en mi cuello. Sentía el calor de su pecho desnudo pegado a mí espalda, y su brazo me abrazaba la cintura con fuerza. Lo deje con su tarea de besarme el cuello mientras que yo me dediqué a cerrar los ojos y recordar lo que había sucedido la noche anterior. 

Él había golpeado desesperadamente mí puerta y cuando la abrí lo encontré agitado, despeinado y sus ojos estaban rojos, desesperados y rojos. No había entendido a qué había llegado a mí habitación después de que él mismo me había alejado, pero ahí estaba.

—No puedo estar sin ti, Katherine. Lo intenté, pero no puedo —había dicho—...

—>>¡Olvida lo que dije! He tratado en vano alejarme de ti, he tratado de olvidarme y dejarte ir, pero no puedo. Cada noche cuando voy a dormir, solo pienso en ti, en la mañana al despertar solo pienso en ti —se me había acercado y tomó mí rostro entre sus manos. Tuve que alzar la cabeza para poder mirar sus ojos—. Traté de evitarlo, pero no pude. Te amo. Ni siquiera se que significa eso. Pero te amo.

—Tom...

—Dime que también me amas y haré lo que sea para estar juntos. Dime que me vaya y haré.

—Te amo, Tom Riddle.

Pegó su frente a la mía y cerró los ojos, como si necesitará esforzarse para poder grabarse cada detalle en su memoria.

—Te amo, Katherine Page.

Y me besó. No fue un beso tranquilo ni tierno. Era apresurado, torpe y desesperado, demandante, dominante. Su sabor era exquisito, se movían de una manera exquisita. Nuestras lenguas comenzaron una lucha por poder mientras que sus manos dejaban mí cuello para bajar a mí cintura y mis brazos rodearon su cuello, apegándonos aún más. No me di cuenta cuando comenzamos a movernos, pero sentí el borde de la cama tras mis rodillas por lo que caí sobre el colchón y él se posicionó sobre mí volviendo a besarme, tuve que abrir mis piernas para darle mayor comodidad y poder sentirlo más cerca. 

Mis dedos se enredaban en su ondulado cabello y su mano viajaba por los bordes de mí cuerpo apretando mis muslos con fuerza, —de seguro ahora tengo unas hermosas marcas. No pude evitar jadear cuando su mano se escabulló debajo de la remera de mi pijama y sentí el frío de su mano y su anillo acariciando mi vientre y amenazando con subir. Tampoco evité morderme el labio cuando se incorporó en sus rodillas y con rapidez se quitó la camisa dejándome la clara vista de su detallado su abdomen, no estaba demasiado trabajado, pero lo suficientemente marcado como para que mis manos ardieran por querer sentirlo. Siguiendo las líneas de su abdomen llegué al borde de su cinturón desabrochado perdiendo el rastro de esa V que dejaba mucho a mi imaginación. Me relamí los labios y a él se le formó una risa de satisfacción.

—Me gusta la mirada que tienen tus ojos —dijo desde su altura, lejos de apenarme, le sostuve la mirada y me relamí el labio—.

El pulso se me aceleró cuando sus manos fueron hasta el primer botón de mí pijama y comenzó a desabrochar uno por uno. En cuanto terminó lo abrió hacia los lados dándole una vista más íntima y mi estomago se retorció al ver que sus ojos se encendieron de completo deseo. A cualquiera le daría miedo esa mirada, pero a mi me provocaba otras...

Volvió a inclinarse sobre mí y sus besos viajaron desde mí pecho subiendo a mis clavículas hasta enterrarse en mí cuello, y ahí me perdí por completo cuando sus dientes se clavaron suavemente en mi piel arrancándome jadeos mientras sus dedos me hacían desvariar. Había sido la mejor noche desde hace tiempo.

El Brillo de sus Ojos | Tom RiddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora