34. El Yin Yang.

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Con la ayuda de su inteligencia artificial fue capaz de encontrar el paradero de aquel espectro que vio en las cámaras de seguridad.

Tenía que admitir que se sentía aterrado, nunca, en todos sus años como un superhéroe de élite, se había tenido que enfrentar a encrucijadas de esa magnitud.

Suspiró y mentalmente empezó a repetir numerosos: “tranquilízate, tranquilízate, tranquilízate…”

Mientras más se acercaba a aquel lugar, más nervios lo consumían gradualmente a tal punto que sus extremidades empezaban a sentirse más pesadas que nunca, podía ser también una afección por la falta de alcohol, pensó para no sentirse tan acobardado y también, dándose de esa manera, más ánimos y valentía para enfrentarse a esa situación.

—A doscientos metros fue donde nuestros satélites lo detectaron por última vez.

Tragó saliva y tensó la mandíbula.
La primera opción, y la más viable, era entablar una cortés conversación en dónde le comunicara que todo eso había sido su culpa y que del mismo modo que lo había traído a su universo, podía devolverlo.
Era obvio que todo iba a finalizar de ese modo, solamente sería un susto necesario para no volver a emborracharse en su laboratorio o cerca de sus aledaños.

No tenía el sentido arácnido de Peter pero sentía, por el aspecto de aquel hombre, que no sería tan sencillo como lo estaba planteando en su cabeza.

Llegó hasta un campo, por algún motivo todo a su alrededor le parecía conocido, como si antes hubiese estado allí.
Finalmente cuando observó la casa en medio de la nada recordó todo, fue como si su cabeza hubiera recibido un golpe y gracias a éste todos los recuerdos hubieran sido recuperados.

Había comprado esa casa cuando se había aburrido de vivir en la ciudad, tenía unos quince o dieciséis años en ese entonces. No podía recordar todos los sucesos con exactitud pero sabía que ese lugar era suyo y, por encima de todo, aún estaba bastante bien conservada.

Observó la puerta principal abierta, ¿su casa se encontraba habitada?

Entró, todo parecía tan tétrico y misterioso.

—Holaa, ¿hay alguien por aquí? ¡Mierda…!

Cuando entró a la sala de estar, allí en un sofá se encontraba un señor. Eso no fue lo que lo sobresaltó, lo que sí lo hizo fue ver que aquel hombre estaba muerto. Y, en la cocina de la misma propiedad, estaba la que creyó, era la esposa de aquel pobre hombre.

—Friday, signos vitales.

—No hay signos vitales, jefe.

Con sus trémulos dedos cerró los ojos de aquella señora de cabellos grises. No sabía nada acerca de esos dos ancianos pero su corazón dolía como si fueran de su sangre.
No entendía absolutamente nada.

—¿Hay alguien más aquí?

—No.

Entonces Stark observó a un gato aproximarse a la cocina, era de color gris pero había un poco de naranja en su pelaje. Nunca fue un fan de los animales pero dentro de sí algo dolió al pensar que aquel pobre minino había quedado en la orfandad de sus padres humanos.

—Señor, nuestro hombre está afuera.

Sintió enojo, quería que aquel hombre que había hecho eso pagara por sus actos pero tenía que ser sensato y primero tantear el terreno.

—Volveré por tí.

Salió de aquella casa por la misma puerta donde había entrado.

Allí estaba, en los aires, cerca de la casa.

What If... (Starker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora