II

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777. —Oí decir a un hombre vestido con un uniforme completamente negro, con muchos bolsillos a todos lados y lo que parecía ser un arma en uno de estos. Su pelo estaba completamente engominado hacia atrás y sus ojos me miraban con absoluta despreocupación, como si supiera que no podía escapar de ahí. Enseguida sentí escalofríos, ni siquiera había escuchado el ruido de la puerta cuando la abrió. Estaba absorta en pensamientos inconclusos.

No dije nada y me puse de pie, llevaba unos tacones negros de aguja incómodos con los que apenas podía caminar. Estaba haciendo el ridículo.

—Camina. —Su voz era seca y resonadora.

Me cogió del brazo y me llevó hacia fuera de la habitación. Cuando llegué al pasillo, todas esas preguntas que me había hecho antes se respondieron solas. Otros hombres uniformados, iguales que el que me estaba cogiendo a mí, sacaban a rastras a otras mujeres, hombres, niños y niñas. Todos vestidos como si fueran modelos de pasarela. Vi a las niñas que parecían tener apenas once años maquilladas como si tuvieran más de veinte y se me paralizó la respiración cuando las vi llorar. Los guardias les gritaban para que se callaran como si fueran perros con rabia, saliendo espuma de su boca. Ellos eran perros y nosotros un pedazo de carne. Giré la cara, no podía seguir mirando eso. Aunque siempre ponía mi cara de indiferencia allá adonde iba, nunca todo me daba igual. Pero tuve que aprender a evadirme de ciertas cosas para poder tener un poco de paz.

"¿Qué está pasando aquí? ¿A dónde nos llevan?" Las miles de incógnitas rodeaban mi mente. Me costaba admitirlo, pero tenía tanto miedo que pensé que iba a desfallecer. Los guardias nos siguieron llevando por un sinfín de pasillos de suelos de azulejo blanco y paredes del mismo color. Una melodía iba creciendo de volumen a medida que nos acercábamos más. Finalmente, llegamos a una puerta y la música se hizo más clara en mis oídos. Era una pieza de jazz acompañada por risas, aplausos y el griterío de la gente al otro lado.

Cuando las grandes puertas de color caoba se abrieron, pude ver una gran estancia separada en dos. A un lado había una serie de tocadores y mujeres vestidas de music hall se arreglaban el pelo o se maquillaban. Al otro lado había varios sofás donde nos ordenaron que esperásemos sentados. Frente a nosotros había un gran telón. La música venía del otro lado. Unos cuantos guardias se quedaron vigilando la puerta y también vigilándonos a todos. Las que parecían ser bailarinas de vez en cuando nos echaban miradas tristes, sobre todo a las niñas más pequeñas.

Empecé a mirar la sala, las paredes eran de color gris beige y el suelo de madera. Los sillones eran muy cómodos, pero no tanto al estar apretujada con las demás personas. Seríamos unas treinta. Me giré a mi izquierda y vi a una chica de pelo rubio oscuro actuando nerviosamente. Cuando se giró para mirarme me sentí un poco avergonzada por escrutar de esa manera su rostro. Enseguida vi sus ojos vidriosos por el llanto y mi nerviosismo hacia lo que podría pasar me provocó aún más miedo.

—¿Crees que vamos a salir de aquí? —me preguntó.

—Eh... Ni siquiera sé dónde estamos —balbuceé.

La chica empezó a tener tics nerviosos y a agitarse cada vez más, se la veía desesperada. Yo poco a poco me estaba contagiando de su desesperación, pero cuando vi a los guardias azotarla con sus porras después de que ella empezara a intentar huir, me contuve.

<<Las chicas malas siempre tienen su castigo>>. La frase que siempre me repetía mi padre antes de pegarme vino a mi mente. Debía portarme bien, debía ser una niña buena para no hacer enfadar a papá.

La chica empezó a gritar de dolor y yo no pude evitar verme reflejada en ella. Sentí que me quedaba sin respiración y que iba a morir y a caer en un pozo negro muy oscuro. Un ataque de pánico me estaba atormentando y supe que iba a morir a manos de esos guardias. En mi mente se entrecruzaron demasiados pensamientos que me dejaban desorientada. "Debes calmarte, respira como hemos practicado", me dije. Sin ni siquiera ruido, lágrimas brotaron de mis ojos y supe que si no hacía lo suficiente para calmarme, sí iba a estar en peligro.

AgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora