IX

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Los ojos me ardían. Había estado toda la noche llorando y toda la delgada piel alrededor de ellos me escocía. Las pesadillas habían continuado durante los siguientes días, aunque Arman no había intentado abusarme de nuevo. Me levanté y descorrí las cortinas. En la mesita de noche descansaba mi habitual vaso de agua junto al diario del día.

Bebí del vaso, el agua era como hielo en mi árida garganta. Cogí el periódico, que últimamente Angelica no paraba de ponerme cada mañana, para distraerme un poco leyendo noticias que no entendía mucho. Era el diario Pravda. Comencé leyendo la fecha, "4 de octubre de 1991", pero no pude pasar al titular porque la puerta se abrió.

Sin girarme todavía, dejé el periódico de vuelta en la mesita. La voz dulce de Angelica no tardaría en sonar, pero cuando esta tardaba en llegar, me giré de golpe. No había nadie, pero la puerta estaba de par en par. Me asomé con cautela al pasillo, pero no había nadie. Era imposible que se hubiera abierto sola, no había corriente de aire alguna. Un escalofrío erizó los vellos de mi nuca. Últimamente, cuando me despertaba de madrugada por mis pesadillas, la puerta solía estar abierta. A pesar de que estaba fielmente segura de que la había cerrado.

Miré la hora, eran las ocho y veinte de la mañana y a las ocho y media Arman siempre requería de su desayuno. Me vestí con el uniforme nuevo, ya que el otro acabó hecho girones y bajé a las cocinas. A toda prisa preparé unos huevos con tostadas, zumo natural y un café. Arman estaba muy callado esa mañana, por lo que parecía como si no me hubiera visto entrar. Dejé su desayuno y me fui, dispuesta a tomarme el mío.

Una vez en la cola del comedor, Crystal me interceptó.

—Buenos días, Agatha. Al fin te veo. ¿Cómo te encuentras? Tienes mala cara. —Esos últimos días había estado bastante distante con todo el mundo.

—Estoy bien, tranquila. Buenos días a ti también.

—¿Tienes con quién sentarte a desayunar? —me preguntó.

—Sí. ¿Tú?

—No, realmente.

—¿Quieres venirte conmigo? Me siento siempre en las comidas con Angelica, Lauren, Karolina y Marie. ¿Sabes quiénes son?

—Marie... —Su cara se desencajó en una mueca de miedo y dolor—. No creo que pueda ir contigo.

—¿Por qué? ¿Hay algún problema?

—No, tranquila. Pasa buen día —dijo, justo antes de marcharse rápidamente con su desayuno al fondo del comedor.

Su comportamiento me resultó extraño. ¿Por qué tenía tanto miedo a Marie? Recordé la forma en la que me miró Marie cuando dije que conocía a Crystal. Definitivamente, había pasado algo entre ellas dos. Pero eso tendría aún que averiguarlo.

Me senté en la mesa habitual con las chicas y desayunamos todas juntas. Angelica, cuando el resto estaban demasiado absortas en una conversación sobre el trabajo, me contó que al día siguiente Damien y sus hijos abandonarían la mansión por temas de trabajo.

—Es la oportunidad que hemos estado esperando —dije, emocionada.

—Ahora solo tenemos que hacer las cosas bien —respondió.

—Yo confío en ti. ¿Y tú?

—Yo también confío en ti. Lo conseguiremos.

Al acabar de desayunar no pude evitar pasear por toda la casa. No tenía nada que hacer. Me paseé por la extensa planta baja, donde se encontraban la cocina, el comedor para las criadas, el comedor de la familia, muchos cuartos de baño, un gran salón con muebles y decoraciones caras y más salas selladas. Mi habitación estaba en la zona este de la mansión. Pero esa vez me dirigí a la zona contraria, donde nunca había estado. Subí las escaleras hasta la segunda planta. Todo era exactamente igual que en la zona este. Muchos pasillos con puertas blancas cerradas. Iba a marcharme, pero unas voces me hicieron parar en seco. Estaban peligrosamente cerca y provenían de mi derecha. Me asomé cuidadosamente al pasillo, había tres hombres vestidos de negro, a los cuales no había visto nunca.

AgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora