Pasos que parecían tronadas. Eso era lo único que oía. No sabía de dónde venía ese ruido, pero sabía que estaba cerca. Seguramente fueran botas, como aquellas que tanto usaba mi padre, pero estas daban más miedo. Intenté abrir los ojos, pero no podía. Algo me lo impedía, pero no lograba recordar. "¿Dónde estoy?", me pregunté. Sabía que no estaba en mi casa. Aprendí a reconocer las pisadas de mi familia y así no andaba mi padre. La persona desconocida andaba enérgicamente, como si no le hubiera dado miedo nada nunca en la vida; como si nunca hubiera sido aquel niño que se oculta bajo las sábanas por miedo a la oscuridad. En cambio, mi padre andaba muy despacio. Tanto que costaba percibirlo. Pero al final debes aprender a percibirlo, porque si no, irá a por ti.
"¡Uuuuhhhh, uuuuhhhh!".
De repente, una sirena sonó. Era ensordecedora, tanto que sentía todo mi sistema nervioso alterarse. Por fin pude abrir los ojos, pero aún así lo veía todo borroso. Empecé a pestañear muy deprisa mientras iba moviendo mi entumecido cuerpo. Con dificultad me senté en la cama donde estaba tumbada y empecé a visualizar toda la estancia.
Azulejos blancos, limpios e impolutos. Todas las paredes y el suelo estaban llenos de estos. En la pared de enfrente había un espejo, podía verme desde allí. Debajo de este había un lavabo y a la derecha un retrete sin tapa. A mi derecha se encontraba una bañera y unos estantes con lo que parecían ser envases y toallas. A mi izquierda se hallaba una puerta blanca que debía pesar una tonelada. No dejaba ver el exterior y, a pesar de que tenía un rectángulo de cristal, sólo podían destaparlo desde fuera, como una puertecita.
Miré hacia abajo y me encontré con mis pies descalzos, no me había dado cuenta del frío que tenía. Decidí subir los pies a la cama, la cual tenía unas sábanas blancas y finas. ¿El color blanco era el preferido de esa gente? Yo diría que sí. Me miré las manos, se me estaba empezando a ir el color rojo sangre de mis uñas. Aquellas uñas que me pinté hacía 2 semanas.
"¿Qué color prefieres?", me dijo ella. Me tomé unos segundos para decidirlo. Había un azul medianoche precioso y un beige más discreto. Pero yo solo podía pensar en ese rojo sangre que se encontraba en el centro de todo ese montón de botes de esmalte de uñas.
—Rojo sangre —declaré.
—Muy bien —me respondió ella y comenzó su tarea.
Empecé a posar mi vista en los objetos que había esparcidos por esa extravagante habitación, hasta que me detuve en un cuadro en concreto de todos los que había allí. Era un hombre gigante de pelo largo y gris y esos ojos, que parecía que iban a salir de sus órbitas, me estaban mirando.
Pero eso no era lo más escalofriante del cuadro, estaba devorando a alguien. Era <<Saturno devorando a su hijo>>. Entonces ya no vi a Saturno, sino que vi a mi padre con su pelo rubio echado hacia atrás y sus ojos azules mirándome fijamente, como si no hubiera otra cosa para mirar. Y entonces me vi a mí, siendo devorada por él, viendo como caía la sangre hasta salirse fuera del marco y resbalar por la pared. En un principio era solo un hilito de sangre, pero después yo empecé a sangrar más y más, y no paraba de salir sangre del cuadro tiñendo todo de rojo sangre.
"¿Qué color prefieres?", me dijo ella.
—Rojo sangre —declaré.
Cuando salí de mi ensimismamiento, me puse frente al espejo a pesar del suelo congelado. Entonces me vi allí plantada con una bata blanca lisa con un número bordado en la pechera: 777. Siete, siete, siete o setecientos setenta y siete. "¿Soy un número?", me dije. En ese momento pensé que había dejado de ser una persona para convertirme en mercancía, en un objeto.
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Agatha
Ficción GeneralAgatha, una joven de diecisiete años, sólo quiere escapar. Las pesadillas, las huellas de su padre en su cuerpo y las burlas y golpes de su madre la perseguirán siempre. Pero ella lo tiene muy claro: desea ser libre. Con ayuda de su único amigo, Kla...